martes, 30 de diciembre de 2008

Rubén Darío a diario, para que sea un buen año

Rubén Darío fue, es y será el gran maestro de la sonoridad y de la musicalidad de la poesía en nuestra lengua. Si quieres podríamos discutir esto más adelante, pero por ahora, tratándose de la ocasión, lo que nos interesa es precisamente la música.

Imagina una partitura.
(En Rubén Darío (1867-1916) las sílabas antes que otra cosa son como notas musicales.)

Aquí el compositor ha dispuesto sus frases en cuartetos, pero si te fijas su estructura es poco usual: tres versos de 16 sílabas (nombre científico: hexadecasílabos) y un remate en uno de cuatro. 16 es una métrica muy poco usada en español, se me ocurre que es porque preferimos mejor dos alientos de 8 sílabas, algo que se nos da más naturalmente. ¿Será?

Y si bien en este poema hay partes en las que efectivamente podría tratarse de dos octosílabos puestos juntos a fuerzas, hay otras instancias en las que las 16 sílabas suenan rítmicas y continuas, casi como si se tratara de un elegante rap de finales del siglo diecinueve.

Por ejemplo:
y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre”.

O bien:
A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno

¿Ya te fijaste cómo tu lengua sube y baja dentro de tu boca cuando lees los versos en baja voz?

(Con eso debe bastarte.
No hagas caso a las palabras oscuras y rimbombantes. Seguro en aquella época tampoco eran muchos los que sabían que Visapur es un reino de la India, o que Sirio, Arturo y Orión son constelaciones. Y recuerda que la estética de la época tendía a ser recargada, mitológica y escapista, y que gustaba de sumergirse en ambientes exóticos, que para ellos eran casi todos.)
(Dedicado a J[ulio] Piquet, este poema de 1894 está incluido en Prosas profanas y otros poemas.)

[Gonzalo Vélez]



Año Nuevo


autor: Rubén Darío

A las doce de la noche, por las puertas de la gloria
y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre,
sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria,
San Silvestre.

Más hermoso que un rey mago, lleva puesta la tiara,
de que son bellos diamantes Sirio, Arturo y Orión;
y el anillo de su diestra hecho cual si fuese para
Salomón.

Sus pies cubren los joyeles de la Osa adamantina,
y su capa raras piedras de una ilustre Visapur;
y colgada sobre el pecho resplandece la divina
Cruz del Sur.

Va el pontífice hacia Oriente; ¿va a encontrar el áureo barco
donde al brillo de la aurora viene en triunfo el rey Enero?
Ya la aljaba de Diciembre se fue toda por el arco
del Arquero.

A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno
el inmenso Sagitario no se cansa de flechar;
le sustenta el frío Polo, lo corona el blanco Invierno
y le cubre los riñones el vellón azul del mar.

Cada flecha que dispara, cada flecha es una hora;
doce aljabas cada año para él trae el rey Enero;
en la sombra se destaca la figura vencedora
del Arquero.

Al redor de la figura del gigante se oye el vuelo
misterioso y fugitivo de las almas que se van,
y el ruido con que pasa por la bóveda del cielo
con sus alas membranosas el murciélago Satán.

San Silvestre, bajo el palio de un zodíaco de virtudes,
del celeste Vaticano se detiene en los umbrales
mientras himnos y motetes canta un coro de laúdes
inmortales.

Reza el santo y pontifica y al mirar que viene el barco
donde en triunfo llega Enero,
ante Dios bendice al mundo y su brazo abarca el arco
y el Arquero.






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miércoles, 24 de diciembre de 2008

Amado Nervo: Amado Amado, estamos en paz

Era el favorito de mi bisabuela. O quizás su hija, o sea mi abuela, haya sido la verdadera devota, pero hacia mí, que era un pequeño, proyectaba en su madre el inconfesado amor por su amado Amado Nervo (1870-1919), y, sin falta, acto seguido se ponía de pie y declamaba este poema con los aspavientos propios del caso.

Yo no entendía nada, por supuesto, y tanta ceremonia me parecía cursi y un tanto chocante. Acaso por eso haya yo tardado tantos años en conciliarme con este poeta mexicano oriundo del estado de Nayarit, pues su sola mención me remitía a esas sensaciones arcaicas de un niño atrapado y acosado en el mundo de los adultos.

Amado Nervo gozó de algo a lo que muchos poetas siempre aspiran y muy pocos consiguen: fue un escritor muy leído. Y muy querido. Aunque en muchas épocas de su vida tuvo muy poco dinero, admiradores tuvo muchos, también buenos amigos, y lo que le tocó, no poco, lo supo valorar discretamente, como nos lo insinúa este poema.

El amado Amado cumplió con el sueño-cliché de los artistas de su generación, que no era vivir en Nueva York, como hoy, sino en París. Ahí conoció a Verlaine, a Wilde. Fue muy amigo de Rubén Darío. Tuvo un gran amor correspondido, con su musa Ana Cecilia Luisa, La amada inmóvil.
Luego ingresó a la diplomacia, asignado en Madrid. Falleció en Montevideo.
Así es la vida.

Sus poemas suelen estar impregnados de una religiosidad sutil que iba muy acorde con la sensibilidad de su época: los albores del siglo veinte. Y en efecto: son poemas como para recitarse, para ejercitar entre escuchas dispuestos ese hoy prácticamente extinto arte de la oratoria poética...

(Leyendo a Nervo no es difícil imaginarte tertulias de hace cien años, en las que por ejemplo la música eran las piezas que ejecutaba al piano la hija quinceañera de los anfitriones, y no había teléfonos, y quizás se alumbraran todavía con velas..., cosas así.

Y entonces, de pronto, alguno de los convidados tomaba la palabra, y tras aclararse la voz con un tosijeo discreto buscando el silencio de los demás, les anunciaba:

--¡Ahem! En especial en estos tiempos tan necesitados de paz y de gente feliz, pero sobre todo de paz, permítanme ahora recitar para ustedes estos conocidos versos del célebre autor de Jardines interiores:)



[Gonzalo Vélez]




En paz
autor: Amado Nervo


Artifex vitae artifex sui
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!




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domingo, 21 de diciembre de 2008

José Juan Tablada: Perlas

El modernismo de la poesía hispanoamericana se caracteriza, al menos en espíritu, por un refinamiento que persigue siempre elegancia, tanto en forma como en contenido. Si bien a veces su lenguaje, y su temática, pueden llegar a sonarnos afectados, amanerados, rebuscados, sobrecargados, o incluso hasta cursis, creo que vale la pena rescatar ese omnipresente sentido de la estética bella, que a un siglo de distancia, o un poco más, parece haberse desvanecido, y se extraña a veces.

(Épocas distintas: ellos gustaban de beber vino en copas de cristal de Bohemia; nuestra época lo hace en vasitos de plástico.)

En un mundo tan precario en comunicaciones en comparación con el nuestro, sorprende que los poetas hayan perseguido, y en muchos casos encontrado, lo cosmopolita. O quizás no sorprende nada, y es lo más obvio. Sobre todo tratándose de poetas...

El caso es que muchos de ellos eran diplomáticos (el caso paradigmático, o más ejemplar, es el de Rubén Darío): representantes idealizados de las precarias repúblicas que habían sido virreinatos y capitanías de España, y que a fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte anhelaban integrarse al mundo de las naciones civilizadas.
El gran José Juan Tablada (1871-1945), nacido en la ciudad de México, es uno de esos poetas-diplomáticos que anhelaron comerse el mundo y que comieron mundo lo más que pudieron.

Tablada comió Tokio, París, Nueva York. Pero sobre todo Tokio. Piensa nada más en lo que significaba, en lo que implicaba, un viaje desde la capital mexicana hasta el Japón en el año de 1900...

Lo primero: llegar a San Francisco de la Alta California. Luego: embarcarte en un velero grandote para la travesía ecológica. Todo esto, sin siquiera teléfono Después: estar, vivir, respirar en el Imperial Oriente del Sol Naciente.

(Los países en esa época eran como planetas distintos: hoy todo tiende a la uniformidad, o por lo menos a múltiples modos comunes entre los ciudadanos internacionales.)

Tablada eligió forjarse un mundo muy extenso, a cambio de vivir en una soledad continua y auto-asumida. Su experiencia de vida la resumen acaso estos versos, que viéndolo bien se pueden aplicar con bastante certeza a los jóvenes veintiunescos que se enfrentan a la difícil tarea de querer cambiar al mundo (si es que aún quedan algunos idealistas...):

Fraile, amante, guerrero, yo quisiera / saber qué oscuro advenimiento espera / el amor infinito de mi alma, / si de mi vida en la tediosa calma / no hay un Dios, ni un amor, ni una bandera.

Y entre muchas cosas que le pasaron y otras tantas que le impactaron, una de las que más hondo caló fue ese afán de capturar una imagen, una figura completa, en unos cuantos versos; japonismo que se ha dado en llamar: haikú. Los siguientes ejemplos muestran a ese José Juan Tablada luminoso en unas cuantas casi perfectas perlas.


[Gonzalo Vélez]





LA LUNA

Es mar la noche negra;
la nube es una concha;
la luna es una perla...


PANORAMA

Bajo de mi ventana, la luna en los tejados
y las sombras chinescas
y la música china de los gatos.


LA LUNA

La Luna es araña
de plata
que tiene su telaraña
en el río que la retrata


EL SAÚZ

Tierno saúz
casi oro, casi ámbar,
casi luz...


PAVO REAL

Pavo real, largo fulgor,
por el gallinero demócrata
pasas como una procesión...


CABALLO DEL DIABLO

Caballo del diablo:
clavo de vidrio
con alas de talco.


PECES VOLADORES

Al golpe del oro solar
estalla en astillas el vidrio del mar.


SANDÍA

¡Del verano, roja y fría
carcajada,
rebanada
de sandía!






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martes, 16 de diciembre de 2008

Concha Urquiza asaltada, y el famoso Job

Satanás vertiendo pústulas sobre Job, por William Blake

Tengo para mí que el aura de poeta mística atribuida a Concha Urquiza (1910-1945) se ha ido desmistificando poco a poco, para bien. A cambio, cada día sus poderosos versos se valoran más y se comprenden mejor.

No obstante, la vida de esta poeta mexicana, oriunda de Michoacán, está envuelta por velos misteriosos. Era una niña dotada que a los 11 años escribía poemas muy sólidos que vaticinaban ya la potencia que alcanzarían sus versos más adelante.
Sabemos que entre 1928 y 1933 radicó en Estados Unidos, donde habría estudiado leyes e ingresado al Partido Comunista.

En 1937, sin embargo, una "crisis espiritual" le habría llevado a abjurar del comunismo y a recluirse en un convento de monjas, donde permanece un tiempo. Más adelante aparece en San Luis Potosí, como maestra de filosofía en la Universidad.
Su muerte ocurre en circunstancias extrañas, en Ensenada, Baja California, a sus 35 años, cuando junto con un desconocido acompañante se mete a nadar al Océano Pacífico.
Ambos fallecen ahogados.

Me parece que el meollo de tanto enigma se encuentra precisamente en uno de sus poemas más conocidos: Job, soneto que forma parte de una serie bíblica.

Job encarna la imagen del justo que, debido a los designios insondables de Dios, padece injusticias.
Y por otro lado: sucede con la poesía mística (San Juan de la Cruz, Santa Teresa) que si por un momento nos olvidamos de Dios y de tanto misticismo y lo leemos tal cual se lee, nos encontramos de pronto con unos poemas sumamente carnales.
Y por otro lado: el poema fue escrito en el crucial año de 1937, cuando ella de pronto abdica de su ideología.

Entonces... He aquí la clave, según quien esto escribe:

Concha Urquiza es una joven idealista, inteligente y muy talentosa que acaba de regresar de Estados Unidos, donde entonces flotaban ideas muy liberales.
Para ella en esos años todo parecería lucha combativa y entregar todo por la causa.

Imaginemos ahora que, justo en 1937, un camarada, en medio de los fragores partidistas, se le insinúa sexualmente. Ella, que al cabo tenía vocación de monja, se rehúsa.
¿Y qué tal si él abusa? Y la viola...
Eso resultaría causa más que suficiente para desencantarse de cualquier utopía, y para guardar sigilosa secrecía, y también, sobre todo para una mujer joven y sola en esos años, para refugiarse en un convento.

Leamos ahora el poema, que es terrible.
Al final del último cuarteto nos enteramos de lo que el hipotético hijo de puta le hizo:
"Él mató los amores en mi lecho / y cubrió de tinieblas mi morada."

Y los dos tercetos, sobra decir, son desoladores...

[Gonzalo Vélez]


Job
autor: Concha Urquiza

Y vino y puso cerco a mi morada
y abrió por medio della gran carrera

Fray Luis de León (traducción del Libro de Job)



Él fue quien vino en soledad callada,
y moviendo sus huestes al acecho
Puso lazo a mis pies, fuego a mi techo
Y cerco a mi ciudad amurallada.

Como lluvia en el monte desatada
Sus saetas bajaron a mi pecho;
Él mató los amores en mi lecho
Y cubrió de tinieblas mi morada.

Trocó la blanda risa en triste duelo,
Convirtió los deleites en despojos,
Ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,

Hirió la tierra, la ciñó de abrojos,
Y no dejó encendida bajo el cielo
Más que la obscura lumbre de sus ojos.


19 de julio, 1937





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José Carlos Becerra: Ausencias, otoños, exuberancias

Poesía exuberante como las selvas de su natal Tabasco, la obra poética de José Carlos Becerra (1937-1970) es para muchos una de las más relevantes de la literatura mexicana del siglo veinte.

Si poetas de generaciones anteriores a la suya coquetearon con la idea de la muerte hasta el grado del lugar común (o del suicidio), ella lo sedujo a él de manera fatal cuando apenas comenzaba a hacer sonar su potente voz, y se lo llevó en un accidente automovilístico en el sur de Italia.

Le acababan de otorgar una beca Guggenheim, se había entrevistado con Octavio Paz en Inglaterra, y se encontraba realizando su primer viaje europeo para celebrar el futuro.

Así, José Carlos Becerra se unió a Ramón López Velarde y a otros no pocos poetas y pintores y demás que nos legaron una obra entrañable, y que se fueron luego de vivir apenas la tercera parte de un siglo.

Gracias a Gabriel Zaid y a José Emilio Pacheco, la obra completa de José Carlos Becerra fue rescatada para la posteridad. Éste es un buen momento y lugar para agradecerles a nombre de todos los lectores de todas las generaciones subsiguientes.

Bajo el título El otoño recorre las islas, estos colegas suyos reunieron la media docena de poemarios publicados, inéditos y en borrador, y le adjuntaron documentos biográficos. El poema que sigue es el que dio título a ese recomendable libro que, por cierto, ¡oh lector(a)!, no debe ser difícil de conseguir, en caso de que no esté ya en tu biblioteca.

La ausencia figura aquí con cierto protagonismo, en una especie de descripción activa del otoño de una relación vista desde una de sus partes.

Una relación frustrada, se entiende: los amantes quedaron como islas, y a lo largo de todo el poema se respira esa intranquilidad insatisfecha, ese como hueco que nada puede llenar cuando hemos atravesado por una relación que perdió sus hojas y pereció anunciando un invierno en el que por dentro no existía nada que nos calentara. A lo mejor alguna vez a ti te ha pasado...

"A veces tu ausencia aparece lentamente en mi sonrisa igual que una mancha de aceite en el agua", nos describe Becerra a través de esa manera muy característica suya de construir la exuberancia de imágenes en sus versos densos, extensos, intensos...

¡Snif...! [suspiro con bono de lagrimita por un recuerdo melancólico...]



El otoño recorre las islas
autor: José Carlos Becerra

A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,
mis manos contienen la lejanía de las tuyas
y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti.

A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no merecías,
a veces es una calle al anochecer donde no habremos ya de volver a citarnos,
mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón y un movimiento de la noche.

A veces tu ausencia aparece lentamente en mi sonrisa igual que una mancha de aceite en el agua, y es la hora de encender ciertas luces
y caminar por la casa
evitando el estallido de ciertos rincones.

En tus ojos hay barcas amarradas, pero yo ya no habré de soltarlas, en tu pecho hubo tardes que al final del verano todavía miré encenderse.

Y éstas son aún mis reuniones contigo,
el deshielo que en la noche
deshace tu máscara y la pierde.






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lunes, 15 de diciembre de 2008

Efrén Rebolledo: Victoria de la carne

Esta pequeña perla de la poesía erótica está embrocada en esa rara joya que es Caro Victrix, la Victoria de la carne, de 1916, acaso el mejor poemario de un poeta mexicano a veces un tanto relegado: Efrén Rebolledo (1877-1929).

Tengo para mí que el maestro Rebolledo entró al servicio diplomático para marcharse lo más lejos posible de su natal Actopan, Hidalgo, lugar remoto donde en aquella época no había mucho futuro para la poesía.
Y de este modo llegó lo mismo a China que a Escandinavia.
Finalmente falleció en Madrid.

Cabe mencionar que sus treinta años como diplomático en los confines del mundo abarcaron la mayor parte de la revolución mexicana. Lo cual refuerza la idea de que prefería estar lejos que inmiscuirse en política:
¡sano ejemplo para todos los poetas!

La nota más destacada de la poesía de Efrén Rebolledo es su elegancia; más allá de que su lenguaje y sus modos sean los propios del modernismo, o sea de su época.
Muestra de tal refinamiento es este soneto.
Elegancia sin afectaciones.
Sobre todo al escribir poesía erótica en contraposición a una mojigatería tradicional y recalcitrante que en este país ha llegado a alcanzar grados sumos.

O no sé por qué, es un lenguaje, el modernista, que cada vez me suena menos afectado.
Será por el mundo hoy tan explícito y, cómo decir, deselegante, desafectado...
(tal vez sea mejor no decir nada).

En esta Posesión ella se entrega como "paloma agonizante", que al sucumbir al amor abre las piernas, quiero decir: las puertas, al paraíso del placer.
Y cuando llega a la culminación del momento, que pasa como un "torbellino", sus gemidos en palabras del poeta son de una belleza de lo más sensual.


Posesión
autor: Efrén Rebolledo

Se nublaron los cielos de tus ojos,
y como una paloma agonizante,
abatiste en mi pecho tu semblante
que tiñó el rosicler de los sonrojos.

Jardín de nardos y de mirtos rojos
era tu seno mórbido y fragante,
y al sucumbir, abriste palpitante
las puertas de marfil de tus hinojos.

Me diste generosa tus ardientes
labios, tu aguda lengua que cual fino
dardo vibraba en medio de tus dientes.

Y dócil, mustia, como débil hoja
que gime cuando pasa el torbellino,
gemiste de delicia y de congoja.



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domingo, 14 de diciembre de 2008

Efraín Huerta, Tláloc y el hartazgo

Tláloc
autor: Efraín Huerta

Sucede
Que me canso
De ser como dios
Sucede
Que me canso
De llover
Sobre mojado

Sucede
Que aquí
Nada sucede
Sólo la lluvia
_____ lluvia
_____ lluvia
_____ lluvia


El pretexto aquí del poeta mexicano Efraín Huerta (1914-1982) es el dios nahua de la lluvia, (o bien el dios mesoamericano de la lluvia que entre los nahuas se llamaba) Tláloc.
(Lo reconocerás por la especie de anteojos que lleva siempre, y por ese como bigotito suyo.)
O sea que en apariencia de lo que se trata es de un homenaje al pasado americano pre-europeo, o a determinada vertiente de celebración de la mexicanidad.

Pero démosle una segunda lectura al poema.

Tláloc se personifica. El poeta se mete en los zapatos de Tláloc. Es decir: en los cacles de Tláloc.

Se pone a pensar qué se sentirá ser un dios ancestral, inmortal, un ídolo de piedra con la burocrática función de hacer llover.
La solución a la que llega es: soledad, fastidio, aburrimiento.

¡Alto!: esto no termina aquí.
Lleguemos más profundo en una tercera lectura.
En esta ocasión olvídate de Tláloc, de los aztecas, de la lluvia, y lee el poema pero omitiendo el título.
Imagina que quien está hablando es el propio Efraín Huerta.

¿Qué tal?

Lo que vemos es a alguien (por ejemplo el poeta, que tradicionalmente es “como dios”) cansado de predicar en el vacío.
Vemos la frustración de sembrar en tierra árida (o de llover sobre mojado); el desencanto de que la propia labor (en este caso la labor del vate de iluminar a la gente) no produzca ningún efecto que altere la apatía, omnipresente e inmóvil:
“sucede que aquí nada sucede…”.

Y vemos asimismo el hartazgo de quien ha intentado infructuosamente sus cometidos una y otra y otra vez, y de pronto encara de frente ese particular sentimiento de frustración.

Sentimiento que seguramente tod@s nosotr@s hemos compartido al menos alguna vez en la existencia…



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sábado, 13 de diciembre de 2008

Otro de Bécquer: ¿Volverán las oscuras…?

La verdad es que el tiempo pasa, aunque es lo menos de lo que nos queremos dar cuenta.
Al principio de la vida es difícil percibir esto. Parecería que el tiempo es tiempo, y ya. Pero resulta que el tiempo es tiempo, y todo.

El tiempo no es cualquier cosa. Se diría que no transcurre. Sobre todo hoy-en-día, que tanto nos hemos desligado de la naturaleza. Pero se nos escapa, “para nunca más volver”, como dice la canción.
Los antiguos llamaban a esto Tempus fugit: el tiempo que se va, se va, se va… ¡…y se fue!

Antes de que se inventara la luz eléctrica, el día era el día, y la noche era la noche. Hoy, ya no se sabe. O el asunto es relativo. O la hora es la hora que tú quieras.
No obstante:
El minuto que se fue, se fue. Y jamás habrá de regresar.
El mensaje es gozar el momento. Cada momento. Carpe Diem, es lo que recomendaba el poeta clásico.
O sea: disfruta el hecho de estar viv@.

Este por lo general muy conocido poema de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) nos refiere, en un principio, esa sensación.
Pero, al mismo tiempo, por todos lados está imbuido de sentimentalidad romántica, que, por supuesto, era la esencia del romanticismo. O sea:
El creador, el artista, en el centro del cosmos universo. Todo lo demás gira a su alrededor, y todo lo que pasa en el mundo le pasa a él. Y ya.

Fíjate en el poema:
Las cosas de la vida que llegan por temporadas, seguirán llegando.
(Bueno: hay lugares donde las golondrinas, tanto las oscuras como las claras y todas las demás, dejaron de llegar a causa de la suciedad de los aires urbanos, o porque de plano se extinguieron, es decir: las extinguimos…)

Pero la pobre ex de la voz poética del venerado Gustavo Adolfo (al menos eso es lo que la voz poética cree, o quisiera creer), habrá de sufrir (¿cómo podría no hacerlo?) con su ausencia. La de él.

Es curioso, porque lo que a la voz, o digámoslo: a Bécquer, según el poema, lo que le importa es:
a) la hermosura de ella; y
b) la dicha de él.
Y claro que no nada más a Bécquer: este poema es, precisamente, expresión de cierta sensibilidad que estaba de moda en su tiempo, o que imperaba durante el tiempo de sus breves 34 años de vida.
Sensibilidad que tod@s en la humanidad gozamos y sufrimos desde entonces, en mayor o menor medida.

Al final del poema, el amado rechazado, siguiendo esta actitud a la que hoy llamaríamos narcisista, condena a la amada que lo rechazó al peor de los suplicios que el amado rechazado puede figurarse: ¡privarla a ella del amor de él…! ¡Ingrata!
Y a continuación la condena:
“Escucha, tú que me mandaste a volar, y entérate de lo que te pierdes: nadie te volverá a amar como se ama a Dios ante el altar, ‘mudo, absorto y de rodillas’”.
¡Uy!

Pero ¿te imaginas, amiga, que un admirador tuyo crea que tú eres Dios, y que te prometa amarte “mudo, absorto y de rodillas”?
Vendría mucho mejor un amante menos divino, pero con buen discurso, que no se quede hecho un tonto, y que no permanezca de rodillas más que lo indispensable en los juegos siempre cambiantes de posiciones del amor.
¿O no?

La conclusión sería que a Bécquer le gustaba sufrir por sufrir.
¡Ah, pero la pasión: qué sabrosa es…!


Volverán las oscuras golondrinas
autor: Gustavo Adolfo Bécquer

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y, otra vez, con el ala a sus cristales
jugando llamarán;
pero aquéllas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquéllas que aprendieron nuestros nombres...
ésas... ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aun más hermosas,
sus flores se abrirán;
pero aquéllas, cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
ésas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón, de su profundo sueño
tal vez despertará;
pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate:
¡así no te querrán!






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viernes, 12 de diciembre de 2008

Carlos Sigüenza y su idea de María de Guadalupe


XLIX (49)
María soy, de Dios omnipotente
humilde Madre, Virgen soberana,
antorcha, cuya luz indeficiente
norte es lucido a la esperanza humana.
Ara fragrante en templo reverente
México erija donde fue profana
morada de Plutón, cuyos horrores

tala mi planta en tempestad de flores.

Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) fue uno de los primeros grandes intelectuales de México. Era mexicano, aunque era novohispano, por lo tanto español, aunque España era Austria, aunque sólo por la Casa, porque en realidad España había sido dueña de la mitad de Europa. Aunque sin serlo realmente, porque los reyes de España nunca han sido españoles. Lo que son las cosas.
En fin.

Todo esto porque él es el autor de esta Primavera Indiana (1668), de 79 estrofas, que por supuesto no es el espacio aquí para transcribir es su totalidad. Rescatamos solamente las partes conmemorativas más esenciales.
Lo que sí hay que decir es que Sigüenza materializa lo que hace 300 años comenzaba a forjarse como mitos de una nacionalidad en ciernes, o sea la mexicana. Y este largo poema es uno de estos muy importantes documentos para un psicoanálisis del inconsciente colectivo de la mexicanidad.

Creemos que debería enseñarse obligatoriamente en todas las escuelas secundarias. Claro que no con afán catequético, ni religiosista, ni anti-laico:
además de ser una pieza literaria para especialistas, es también un documento histórico relevante.

Y como es día de Guadalupe, lo que es decir día del único símbolo verdaderamente unificador y aglutinante de todos los mexicanos de todos tipos, clases, razas, geografías, ancestros e idiomas maternos, era propio hacerlo patente hoy.

Sea esto un pequeño homenaje.

[La Primavera Indiana narra la aparición de la Virgen a Juan Diego, pero para hacerlo el autor ubica primero a México en esos páramos de dioses griegos, alusiones mitológicas y angelitos y querubines, tan apreciados en su época, barroca.
El lector común quizás necesite hoy en día varios diccionarios para seguir las ideas, y mucha imaginación y flexibilidad para armar las frases en el orden comprensible a nosotros de sujeto-verbo-predicado. Por eso las indicaciones, señaladas por el número de estrofa.]

LIV (54)
Juan Diego regresa de con el obispo, quien le ha dicho que a la mañana siguiente debe llevarle pruebas de que la Virgen efectivamente se le apareció.

LVI (56)
En la estrofa 55, al despuntar el sol Juan Diego va a juntar rosas, en el frío de diciembre. Y aquí, en el 56, es cuando la Guadalupana le dice que ahí lleva las pruebas que le pidieron; que regrese con el obispo, o sea el "sacro pastor" del penúltimo verso.
Y en el último, que es muy bello, la "portátil primavera" son las flores que lleva en su tilma.

LVII (57)
Aquí es cuando extiende la manta, y al esparcirse las flores aparece debajo de ellas la imagen de la Virgen de Guadalupe.]


Primavera Indiana, Poema sacrohistórico,
idea de María Santísima de Guadalupe
de México, copiada de flores (fragmento breve)
autor: Carlos de Sigüenza y Góngora

LIV (54)
Menos confuso, al tímido paraje
vuela Juan espoleado del deseo,
dice, que su obediencia sin ultraje
de la incredulidad tuvo trofeo.
Que le piden de aquel tosco boscaje
para la ejecución de tanto empleo,
señas de mano de tan gran Señora,

que las difiere a la siguiente aurora.

LVI (56)
Éstas, le dice son, éstas las claras
divinas señas de mi dulce imperio,
por ellas se me erijan cultas aras
en este vasto rígido hemisferio.
No hagas patente a las profanas caras
tan prodigioso plácido misterio,
sólo al sacro pastor, que ya te espera

muéstrale esa portátil primavera.

LVII (57)
Hácelo así, y al descoger la manta,
fragrante lluvia de pintadas rosas
el suelo inunda, y lo que más espanta
(¡oh, maravillas del amor gloriosas!)
Es ver lucida entre floresta tanta,
a expensas de unas líneas prodigiosas
una copia, una imagen, un traslado

de la Reina del cielo más volado.


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jueves, 11 de diciembre de 2008

Poesía eres tú, revisitado

Hasta donde sé, Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) nunca fue profesor de señoritas.

Pero cada vez que cae este poema en mis manos, no puedo dejar de imaginarme la escena, entre morbosa y rabiverde, que debió haber dado lugar a este cuarteto que todos nos deberíamos saber de memoria, por lo menos como salida fácil a una respuesta difícil.

La escena en mi mente cochambrosa es ésta:

La campana anunció el final de la clase de literatura y el inicio del recreo, y el maestro se ha quedado un momento más en el salón para recoger los libros y anotaciones que empleó para su materia.

Él es calvo incipiente, con canas sobre las sienes, cuarentón, probablemente divorciado.
Bebedor social los fines de semana con sus amigos, pasa sus ratos libres en la soledad de su casa intentando escribir sonetos.

Sabe que ha subido de peso, sabe que tiene que dejar de fumar y que empezar a hacer ejercicio.
Sabe que de seguir así pronto no tendrá ya remedio; sin embargo la desidia le gana siempre, y prefiere dejar tamañas decisiones para el día de mañana.

De pronto, una voz melodiosa le hace darse cuenta de que no está solo; es la voz dulce de una alumna que también ha permanecido en el salón y que se le ha aproximado con cierta timidez.
La presencia virginal lo extrae de sus cavilaciones y lo sume en un ensueño, cuando le pregunta:

--Oiga, profesor: ¿qué es poesía?

El maestro de literatura alza entonces la mirada y ve frente a él a la joven ojiazul, sonriéndole con una mueca inocente de sus dieciséis años. Sus párpados abanican haciendo que sus ojos parezcan mariposas celestes al vuelo.

Los ojos de él, en cambio, de manera como instintiva, o más bien como lasciva, la recorren cual si dieran un lento lengüetazo: desde las calcetas blancas enrolladas encima de los tobillos, la falda a cuadros del uniforme escolar una palma por encima de las rodillas, la blusa blanca con un botón desabotonado de más, así como si casualmente.

Y luego la sonrisa, donde la punta rosada de su lengua aún no rozada despunta entre sus dientes de leche
("así debe ser la lengua de la Serpiente", piensa),
y sus mejillas con hoyuelos, ruborizadas, y los cabellos tan largos, como los de Eva (Eva la de Adán), y sus ya no tan pequeños senos, escondidos por ahí en algún lugar que se antoja investigar, y sobre todo su mirada, su mirada eléctrica, como de rayos de cobalto.

Absorto, el maestro comienza a transpirar, a imaginar imágenes, acaso a desvestirla en su mente. Le sudan las manos; su respiración cambia. Y también empieza a sentir entre las piernas que algo empieza a aumentar de dimensiones...

Y entonces, para salir del trance, esforzándose en no sonar afectado, le responde:


Qué es poesía
autor: Gustavo Adolfo Bécquer

¿Qué es poesía? --dices mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul.

¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?

Poesía... eres tú.


¿ Te gustó ? ¡ Ven y acércate suavemente a la poesía !

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martes, 9 de diciembre de 2008

Sor Juana y el sexismo

Se nos cae.
Definitivamente se nos cae este poema en el siglo veintiuno.
Fíjate bien:

Si hemos de aceptar que varones y mujeres somos ante todo personas en equidad, libres y responsables...
(¿estamos de acuerdo?)
...entonces la sumisión, la pasividad, la represión de la sexualidad y todas esas cosas que durante siglos se atribuyeron exclusivamente a la mujer, hoy ya no funcionan:

> ni la sumisión, la pasividad, la represión de la sexualidad, vaya, ni siquiera la propia feminidad, son actualmente atributos exclusivos de la mujer.

> ni la necedad, la violencia (física y psicológica), la discriminación sexual, vaya, ni siquiera el machismo, son actualmente atributos exclusivos del varón.

Pero como Sor Juana era un genio, vale la pena esta visita guiada por esta muy conocida sátira filosófica, al menos muy conocida por sus primeros versos.

El título es un poco barroco.
Corrijo: el título es, precisamente, un mucho barroco:


Arguye de inconsecuencia el gusto y la censura de los hombres, que en las mujeres acusan lo que causan
autora: Sor Juana Inés de la Cruz

Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual / solicitáis su desdén, / ¿por qué queréis que obren bien / si las incitáis al mal?


¿Lo reconoces? Seguro que sí.
Fíjate que son redondillas. ¿Qué es eso? Eso es que las estrofas son de cuatro versos, y que los versos son de ocho sílabas (recuerda que para cada verso siempre se cuenta una sílaba más después del último acento), y que riman el primero con el cuarto y el segundo con el tercero.
Toma en cuenta que estamos en el siglo diecisiete (Sor Juana vivió de 1648 a 1695), y como no había internet, ni tampoco televisión ni videojuegos, la gente se entretenía jugando a meter a las palabras en un corsé.

Combatís su resistencia / y luego, con gravedad, / decís que fue livianidad / lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo / de vuestro parecer loco, / al niño que pone el coco / y luego le tiene miedo.


Según esto, el varón está siempre necio insitiéndole a la dama, haciéndole, digamos, "proposiciones indecorosas". Y su único propósito, también según esto, es el de jugar con el honor de la susodicha.
Pero entonces, si la interfecta encara al pérfido Don Juan, éste se hace chiquito, igual que muchos hombres cuando de pronto ella les dice: "¡Bueno, okey, va...!", y ellos se quedan asustados y sin saber qué hacer; igual que el niño que se espanta del coco que él mismo ha creado en su imaginación.

¿Qué humor puede ser más raro / que el que, falto de consejo, / él mismo empaña el espejo, / y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén / tenéis condición igual, / quejándoos, si os tratan mal, / burlándoos, si os quieren bien.


En fin que el varón o la bebe o la derrama. Los hombres, a final de cuentas, son como niñotes, como niñotes caprichudotes, caprichudotes e insensibles, insensibles e insatisficibles...

Opinión, ninguna gana; / pues la que más se recata, / si no os admite, es ingrata, / y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis /que, con desigual nivel, / a una culpáis por cruel / y a otra por fácil culpáis.


...en cambio las damas, ingenuas y asexuadas, no tienen, ni muestran, ni existe para ellas el menor atisbo de deseo carnal... Raro, ¿no?

Bueno, pero más allá de eso, la siguiente estrofa es bellísima:

¿O cuál es más de culpar, / aunque cualquiera mal haga: / la que peca por la paga, / o el que paga por pecar?

O sea que: ¿quíen se porta peor?: ¿la prostituta al ejercer su oficio, o su cliente?
(¿Pero y si a ambos les gusta, y están de acuerdo, y no hacen con ello mal a ningún tercero...? ¿Y si el prostituto es él, y la que paga es ella...?)
(Bueno, eso tal vez no podían preguntárselo en el siglo diecisiete.)

Pues ¿para qué os espantáis / de la culpa que tenéis? / Queredlas cual las hacéis / o hacedlas cual las buscáis.

En esto último sin duda tiene razón, aunque en el siglo veintiuno más bien todos, mujeres y hombres, tendemos a quejarnos de lo que tenemos (o de a quien tenemos) y a anhelar lo que no tenemos (o a quien no tenemos), y si estamos solos (o no) y decidimos ir en pos de ese alguien ideal, seguro lo haremos donde menos posible es que se encuentre...
¿O no?
(¿por qué seremos tan animales...?)
Y por último:

Bien con muchas armas fundo / que lidia vuestra arrogancia, / pues en promesa e instancia / juntáis diablo, carne y mundo.

En conclusión:
O sea que para Sor Juana, los hombres son todos unos calientes y siempre están pensando en una sola cosa todo el tiempo.


Y aquí sí la musa monja no se equivocó...


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sábado, 6 de diciembre de 2008

El "Madrigal" de Cetina: Una mirada a la mirada

¿Quién no se ha quedado prendad@ de una mirada?
Una mirada es capaz de hechizarte y dejarte enamorad@ de por vida. O por lo menos un buen rato. Un rato largo, en todo caso, para las personas enamoradizas.
El corolario, o complemento, de esto, es el de quien padece de amor y busca que la persona objeto de ese amor se enamore igualmente. Sin embargo:
¡Oh desgracia de la vida!
¡El objeto del amor ignora al enamoradizo! ¡Y el enamoradizo sufre! Porque:
¡Una sola mirada suya me diría que al menos existo para ella, o para él!
Esto lo sabía a la perfección el buen Gutierre de Cetina, que nació en Sevilla en 1520 y murió en la muy noble y leal ciudad de México de la Nueva España en 1557, parece que como consecuencia de un lío de faldas.
El poeta de trágico destino nos demuestra con este inmortal poema que las miradas hechiceras han existido siempre, porque, ¡qué duda cabe!, los ojos son las puertas del alma.


Madrigal
autor: Gutierre de Cetina

Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.


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