sábado, 1 de noviembre de 2014

Volker Sielaff


Foto: Renate von Mangoldt/literaturport.de

Lusacia, Lausitz, Lužička, es una remota y poco rememorada región del oriente de Alemania, justo donde sus fronteras colindan con Checia y con Polonia. Se ubica más o menos en la zona de Dresden, y tradicionalmente ha sido una región agrícola. Durante los años de la República Democrática Alemana se promovió el rescate de su cultura local, y a partir de la Reunificación ha recibido apoyo federal para revertir su rezago económico en relación con el resto del país.

De esta región, en concreto de un pequeño lugar llamado Großröhrdorf, proviene Volker Sielaff (1966), poeta de voz apacible y penetrante mirada poética que incursionó relativamente tarde en la poesía. Sin embargo, con apenas dos poemarios publicados –Postkarte für Nofretete (Postal para Nefertiti, 2003) y Selbstporträt mit Zwerg (Autorretrato con gnomo, 2011)–, la recepción que su obra ha tenido por parte del público y la crítica literaria alemana ha sido sobresaliente, y poemas suyos han sido traducidos a varias lenguas.

Sielaff se asoma a veces a la naturaleza con una especie de costumbrismo contemporáneo, si es que esto se puede, o más bien alude a esa brutalmente imperceptible penetración de lo contemporáneo en cosas que podrían haber continuado como siempre, de no ser porque las cosas son como son.

Pero entonces Volker Sielaff mejor habla de elefantes y saluda a Cortázar; se autorretrata, le escribe a Nefertiti, pinta un caserío, celebra la primavera.

Su lenguaje suave pero sonoro penetra profundamente, conmueve, y esto lo conjuga con una particular habilidad para plasmar en pocas palabras todo un ámbito donde nos reconocemos. Para Volker Sielaff, “el poema es un intento de bailar con las palabras”, un experimento cuyo laboratorio es el propio poeta.

Aquí nos encontramos al poeta papando moscas. Literalmente. Y literariamente. Es una tarde estancada de verano. Sobremesa con café. Calor. Se opina. De algo, de cualquier cosa. Pero el poeta desvía la mirada. Su atención flota, se posa en “las familiares inevitables golosas” de Antonio Machado.

¿Por qué hay poetas que escriben sobre moscas?

Volker Sielaff se percata de que la discusión es la misma hoy que hace mil años, igual que las moscas de hoy son las mismas de siempre. También, de que nosotros habremos de irnos, pero las opiniones sobre el mundo, lo mismo que las moscas, permanecerán.

¿Y qué belleza puede haber en las moscas? Hela aquí.




Volker Sielaff (Großröhrdorf, 1966)


Moscas

Niño de pueblo yo, crecí con las moscas, con su
zumbido. Ante mínimas ventanas se caían
solas de pronto en algún momento, y no había nadie

que las quisiera barrer, quedaban así días,
con sus patas sin vida, tumbadas en un cuerpo,
sin sangre, que ya no fue capaz de sostenerlas,

en el pretil de la ventana del baño, donde
brillaban un tiempo más, hartas, de color plomo
o azufre, y la música de alas de las otras

alegre seguía, como hoy entre el cerezo
y el cielo, a media altura del árbol, mientras tanto
circulaban opiniones, yo me desligué,

tarde perezosa de café y pasteles, de
perfil mirando yo oscilar ese balanceo,
como si todas pendieran de un hilo invisible,

aquí, bajo este azul que ya no sabe más cuentos,
este enjambre veraniego de moscas aún
sigue tejiendo en el aire una red de cristal.


(Versión del alemán de Gonzalo Vélez)




Fliegen

Als Dorfjunge wurde ich mit den Fliegen groß, ihrem
Gesumm. Vor winzigen Fensterscheiben fielen sie
irgendwann einfach herunter, und da war keiner,

der sie dann wegfegen wollte, tagelang lagen sie so,
mit ihren leblosen Beinen, allein auf einen blutleeren
Körper gestützt, der sie schon nicht mehr halten konnte,

in der Regenrinne des Fensterbretts der Toilette, wo sie
noch eine geraume Weile satt glänzten, bleiblau oder
schwefelgelb, während die Flügelmusik der anderen

munter weiterging, wie heute zwischen Kirschbaum
und Himmel, auf halber Höhe des Baumes, während
Meinungen herumgereicht wurden, ich klinkte

mich aus, träger Nachmittag bei Kaffee und Kuchen, der
Blick seitlich zu dem wippenden Auf und Ab, als ob
sie alle an einem unsichtbaren Faden hingen, hier

unter diesem Blau, das nichts mehr zu erzählen weiß
noch immer dieser Schwarm Fliegen der
ein gläsernes Netz in die Sommerluft webt.







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