martes, 30 de diciembre de 2008

Rubén Darío a diario, para que sea un buen año

Rubén Darío fue, es y será el gran maestro de la sonoridad y de la musicalidad de la poesía en nuestra lengua. Si quieres podríamos discutir esto más adelante, pero por ahora, tratándose de la ocasión, lo que nos interesa es precisamente la música.

Imagina una partitura.
(En Rubén Darío (1867-1916) las sílabas antes que otra cosa son como notas musicales.)

Aquí el compositor ha dispuesto sus frases en cuartetos, pero si te fijas su estructura es poco usual: tres versos de 16 sílabas (nombre científico: hexadecasílabos) y un remate en uno de cuatro. 16 es una métrica muy poco usada en español, se me ocurre que es porque preferimos mejor dos alientos de 8 sílabas, algo que se nos da más naturalmente. ¿Será?

Y si bien en este poema hay partes en las que efectivamente podría tratarse de dos octosílabos puestos juntos a fuerzas, hay otras instancias en las que las 16 sílabas suenan rítmicas y continuas, casi como si se tratara de un elegante rap de finales del siglo diecinueve.

Por ejemplo:
y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre”.

O bien:
A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno

¿Ya te fijaste cómo tu lengua sube y baja dentro de tu boca cuando lees los versos en baja voz?

(Con eso debe bastarte.
No hagas caso a las palabras oscuras y rimbombantes. Seguro en aquella época tampoco eran muchos los que sabían que Visapur es un reino de la India, o que Sirio, Arturo y Orión son constelaciones. Y recuerda que la estética de la época tendía a ser recargada, mitológica y escapista, y que gustaba de sumergirse en ambientes exóticos, que para ellos eran casi todos.)
(Dedicado a J[ulio] Piquet, este poema de 1894 está incluido en Prosas profanas y otros poemas.)

[Gonzalo Vélez]



Año Nuevo


autor: Rubén Darío

A las doce de la noche, por las puertas de la gloria
y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre,
sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria,
San Silvestre.

Más hermoso que un rey mago, lleva puesta la tiara,
de que son bellos diamantes Sirio, Arturo y Orión;
y el anillo de su diestra hecho cual si fuese para
Salomón.

Sus pies cubren los joyeles de la Osa adamantina,
y su capa raras piedras de una ilustre Visapur;
y colgada sobre el pecho resplandece la divina
Cruz del Sur.

Va el pontífice hacia Oriente; ¿va a encontrar el áureo barco
donde al brillo de la aurora viene en triunfo el rey Enero?
Ya la aljaba de Diciembre se fue toda por el arco
del Arquero.

A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno
el inmenso Sagitario no se cansa de flechar;
le sustenta el frío Polo, lo corona el blanco Invierno
y le cubre los riñones el vellón azul del mar.

Cada flecha que dispara, cada flecha es una hora;
doce aljabas cada año para él trae el rey Enero;
en la sombra se destaca la figura vencedora
del Arquero.

Al redor de la figura del gigante se oye el vuelo
misterioso y fugitivo de las almas que se van,
y el ruido con que pasa por la bóveda del cielo
con sus alas membranosas el murciélago Satán.

San Silvestre, bajo el palio de un zodíaco de virtudes,
del celeste Vaticano se detiene en los umbrales
mientras himnos y motetes canta un coro de laúdes
inmortales.

Reza el santo y pontifica y al mirar que viene el barco
donde en triunfo llega Enero,
ante Dios bendice al mundo y su brazo abarca el arco
y el Arquero.






¿ Te gustó ? ¡ Ven y acércate amablemente a la poesía !

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