(Épocas distintas: ellos gustaban de beber vino en copas de cristal de Bohemia; nuestra época lo hace en vasitos de plástico.)
En un mundo tan precario en comunicaciones en comparación con el nuestro, sorprende que los poetas hayan perseguido, y en muchos casos encontrado, lo cosmopolita. O quizás no sorprende nada, y es lo más obvio. Sobre todo tratándose de poetas...
El caso es que muchos de ellos eran diplomáticos (el caso paradigmático, o más ejemplar, es el de Rubén Darío): representantes idealizados de las precarias repúblicas que habían sido virreinatos y capitanías de España, y que a fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte anhelaban integrarse al mundo de las naciones civilizadas.
El gran José Juan Tablada (1871-1945), nacido en la ciudad de México, es uno de esos poetas-diplomáticos que anhelaron comerse el mundo y que comieron mundo lo más que pudieron.
Tablada comió Tokio, París, Nueva York. Pero sobre todo Tokio. Piensa nada más en lo que significaba, en lo que implicaba, un viaje desde la capital mexicana hasta el Japón en el año de 1900...
Lo primero: llegar a San Francisco de la Alta California. Luego: embarcarte en un velero grandote para la travesía ecológica. Todo esto, sin siquiera teléfono Después: estar, vivir, respirar en el Imperial Oriente del Sol Naciente.
(Los países en esa época eran como planetas distintos: hoy todo tiende a la uniformidad, o por lo menos a múltiples modos comunes entre los ciudadanos internacionales.)
Tablada eligió forjarse un mundo muy extenso, a cambio de vivir en una soledad continua y auto-asumida. Su experiencia de vida la resumen acaso estos versos, que viéndolo bien se pueden aplicar con bastante certeza a los jóvenes veintiunescos que se enfrentan a la difícil tarea de querer cambiar al mundo (si es que aún quedan algunos idealistas...):
Fraile, amante, guerrero, yo quisiera / saber qué oscuro advenimiento espera / el amor infinito de mi alma, / si de mi vida en la tediosa calma / no hay un Dios, ni un amor, ni una bandera.
Y entre muchas cosas que le pasaron y otras tantas que le impactaron, una de las que más hondo caló fue ese afán de capturar una imagen, una figura completa, en unos cuantos versos; japonismo que se ha dado en llamar: haikú. Los siguientes ejemplos muestran a ese José Juan Tablada luminoso en unas cuantas casi perfectas perlas.
[Gonzalo Vélez]
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