lunes, 29 de junio de 2009

Juana Borrero: la prodigio y el metro-sexual

Vivir largo o vivir veloz: he ahí la cuestión que movía algunas mentalidades de la “juventud desenfrenada” de los años sesenta y setenta del siglo veinte (pienso típicamente en ámbitos de música rock, donde notables artistas de vida por demás intensa murieron antes de cumplir treinta años de edad).

Casi un siglo antes, sin embargo, una peculiar artista cubana los prefiguró, y su intensa vida no llegó siquiera a los diecinueve. Así fue Juana Borrero (1877-1896).

A los cinco años, la niña Juana dibujaba con una seguridad pasmosa, literalmente prodigiosa. A los siete escribía poesía, y aprendía francés, inglés e italiano.

Tuvo la fortuna de que sus padres detectaran sus talentos y los fomentaran, con la contribución del círculo de amigos artistas e intelectuales de su familia. Juana tomó clases particulares de dibujo, y con diez años de edad ingresó a la Academia de San Alejandro, en La Habana. Más tarde fue discípula y amiga del pintor cubano Armando Menocal.

Vida precoz, y vertiginosa: a los catorce se enamoró, al menos platónicamente, del poeta Julián del Casal, que le doblaba la edad. A los quince, en 1892, acompañó a su padre a Nueva York, donde conoció a José Martí. Resulta que su padre, Esteban Borrero, estaba involucrado con Martí en el asunto de planear la Independencia de Cuba.

A los dieciséis Juana publicaba ya con cierta regularidad sus poemas, que no solamente causaron cierto revuelo en la crítica literaria de su país, sino que se siguen sosteniendo todavía, creo yo que por su delicadeza y su sobriedad.

Algunos de sus sonetos, por ejemplo, son descripciones de paisajes cuyo efecto recuerda al de paisajes de pintura impresionista. Suelen ser elegantes, pero no ostentosos, a pesar de poderlos pensar en el espíritu del modernismo hispanoamericano, que era, por así decir, el espíritu de su época.

Casal había fallecido en 1893. Dos años después inició una relación por demás apasionada con el escritor Carlos Pío Uhrbach, quien sólo le llevaba cinco años. Como el padre de Juana no aprobaba la relación, mantuvieron una correspondencia secreta de intensísimas cartas de amor, sin duda apasionantes para quienes gustan de asomarse a intimidades epistolares.

Al año siguiente, por motivos políticos que nos podemos imaginar, la familia tuvo que abandonar Cuba. Los Borrero se instalaron en Cayo Hueso, Florida. Durante todo este tiempo Juana no dejó de pintar ni de escribir y publicar sus poemas en los suplementos literarios de Cuba. De pronto se muere. Quién sabe cómo. Y ya está. Ahí quedó.

A manera de epílogo, habrás de saber que Carlos Pío, enrolado en las milicias independentistas, falleció en batalla al año siguiente.

Intuyo que este poema, de aparente adoración a una estatua griega, no haya sido inspirado por Carlos Pío, sino más bien por Julián de Casal, pues podría referirse a los intentos de una mujer joven por lograr la atención de un hombre maduro que ni siquiera parece fijarse en ella.
¿O tú qué crees?

Y a más de un siglo de distancia, las circunstancias socio-históricas del mundo contemporáneo dan lugar a una peculiar lectura de este poema si lo relacionamos con ese estereotipo de masculinidad tan en boga en estos tiempos conocido como hombre metro-sexual.


[Gonzalo Vélez]



Apolo
autora: Juana Borrero

Marmóreo, altivo, refulgente y bello,
corona de su rostro la dulzura,
cayendo en torno de su frente pura
en ondulados rizos sus cabellos.

Al enlazar mis brazos a su cuello
y al estrechar su espléndida hermosura,
anhelante de dicha y de ventura
la blanca frente con mis labios sello.

Contra su pecho inmóvil, apretada
adoré su belleza indiferente,
y al quererla animar, desesperada,

llevada por mi amante desvarío,
dejé mil besos de ternura ardiente
allí apagados sobre el mármol frío.



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miércoles, 24 de junio de 2009

Dulce María Loynaz: Isla en la isla

Voz profunda y prolífica la de la poeta cubana nacida y fallecida en La Habana Dulce María Loynaz (1903-1997), que merecidamente obtuvo el Premio Cervantes de Literatura en 1992.

Poesía de rosas y mieles y de mariposas interiores, la voz de Dulce María Loynaz nunca es melosa, ni rosa, lo cual es un acierto en el difícil arte de hablar de la soledad y del amor insatisfecho.

Igualmente difícil resulta para cualquier poeta mantener durante mucho tiempo un tono poético elevado (si es que alguna vez se alcanzó), pero así lo hizo doña Dulce María, que vivió 93 años, la mayoría de ellos escribiendo con esa notable claridad y economía de lenguaje que constituyen la fuerza de su poesía.

Caso peculiar, ciertamente. Peculiar para María Mercedes Loynaz Muñoz, o sea Dulce María, fue sin duda el haber sido hija de un General del Ejército Libertador, autor asimismo de un himno nacional.

Peculiar igualmente el haber tenido un hermano poeta también, Enrique Loynaz Muñoz. Peculiar no haber ido a la escuela sino estudiado con tutores en casa, y de buenas a primeras haber obtenido a los 23 años un doctorado en derecho civil por la Universidad de La Habana.

Es decir que de ahí hasta 1961 Dulce María Loynaz vivió ejerciendo la abogacía, en el ramo de lo familiar. Pero gracias a su literatura (también fue novelista), a lo largo de su vida viajó a varios países y recibió numerosos reconocimientos y premios relevantes.

Se diría una vida plena y exitosa; y además, en el plano personal estuvo casada, por lo que se sabe felizmente. No obstante, su poesía toca de manera recurrente temas de aislamiento, de amores no correspondidos o jamás hallados, de indecisión, de indefinida espera, de alguien que no encuentra su lugar en el mundo.

Lo cual resulta, otra vez, peculiar. Sobre todo porque lo que escribe suele ser muy bello.


[Gonzalo Vélez]



Tierra cansada
(Romance pequeño)

autora: Dulce María Loynaz

La tierra se va cansando,
la rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de entibiar semillas rotas,
y el cansando de la tierra
sube en la flor que deshoja
el viento... Y allí, en el viento
se queda...

La mariposa
volará toda una tarde
para reunir una gota
de miel...

Ya no son las frutas
tan dulces como eran otras...
Las canas enjutas hacen
azúcar flojo... Y la poca
uva, vino que no alegra...
La rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de la raíz a las hojas,
la tierra se va cansando.
(Rosa, rosita de aromas...,
la de la Virgen de Mayo,
la de mi blanca corona...
¿Que viento la deshojó?)
¡Me duele el alma de sola!...

(La Virgen se quedó arriba
toda cubierta de rosas...)

¡No me esperes si me esperas,
Rosa más linda que todas!...

La tierra se va cansando...
El corazón quiere sombra...



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martes, 16 de junio de 2009

Fayad Jamís: encabalgamientos optimistas

Hay un poco del cuento aquel del vaso medio lleno y el vaso medio vacío, y también algo de la “ley” de atracción de sucesos mediante la actitud de la mente, en esta perla del poeta y pintor cubano Fayad Jamís (1930-1988).

Hijo de padre libanés y madre mexicana, Fayad nació en un sitio de nombre poético (o profético), llamado Ojocaliente, estado de Zacatecas, México. Sin embargo, cuando aún era muy niño por alguna circunstancia la familia se trasladó a Cuba, donde terminó de condimentarse la peculiar mezcla de culturas reunidas en su persona.

Fayad Jamís estudió en Sancti Spíritus, Las Villas, y más adelante en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro; ahí se graduó en 1952. Dos años más tarde viajó a París, donde permaneció varios años, y donde André Breton, el poeta surrealista, le organizó su primera exposición individual.

En 1959 regresó a la isla. Se dedicó a enseñar pintura en Cubanacán, la escuela cubana de artes plásticas, y a participar en actividades de literatura, por ejemplo: jurado de premios y editor de suplementos culturales. Su trayectoria le llevó a ser representante del arte y la literatura de su país en el extranjero.

Dice CubaLiteraria que recorrió España, Bélgica, la Unión Soviética, la República Popular China, Hungría, Checoslovaquia y Japón. Más tarde fue consejero cultural de la embajada de Cuba en México por once años.

Pintor prolífico, pero descuidado con su obra. No nada más la artística. En París, una amante despechada destazó con un cuchillo los óleos que Fayad Jamís le dejó. Por algún extraño prurito que no habremos de indagar aquí, como pintor se negó siempre y a toda costa a vender su obra plástica.

Como suele suceder con este tipo de purismos, además de padecer estrecheces en vida, a su muerte (intestado y sin haberse casado nunca legalmente) su obra, tanto la propia como la que coleccionaba (que incluía Picassos y Guayasamines), muy probablemente se haya dispersado y perdido.

La heredera universal, empero, hubiera sido su hija francesa, Rauda, aunque los últimos años Jamís los compartió con su enfermera y enamorada, Margarita, treinta años menor que él.

Un matrimonio post-mortem con Margarita hubiera facilitado el asunto, dicen que dijeron los abogados, pero en el lío se involucraron las tías de Rauda, dos hermanas de Fayad a las que nunca veía ni les hablaba y que vivían en un pueblo de las profundidades de Cuba, y por lo menos dos de sus ex-compañeras sentimentales…

Pero lo del encabalgamiento no es por esto sino que viene a cuento por otra cosa, más técnicamente poética que prácticamente erótica.

El encabalgamiento ocurre cuando la longitud gramatical de la frase no corresponde con la longitud del verso. Es decir que el verso termina, pero lo que se está diciendo queda brevemente en suspenso, para concluir en el verso siguiente.

El efecto que produce es de cierta tensión, pero también de cierta alteración del significado de la frase al final del verso (lo cual produce determinada sensación), el cual significado se transforma (o se completa o cambia de matiz) al principio del verso siguiente, con la conclusión de la frase (lo cual modifica también la sensación primera).

Por lo general relaciono encabalgamiento con poesía rimada y medida. La poesía de Fayad Jamís, en cambio, tiende a lo discursivo, y está basada más bien en una cadencia cuidada que de algún modo se compagina con el tema de cada poema en particular.

Y el caso es que a pesar de ser más bien de carácter prosístico, en este poema sobre la positiva actitud ante la vida encontramos al menos dos bellos encabalgamientos:
entre el verso 5 y el 6, “(…) se fumó su café y acabó / de cenar (…)”;
y sobre todo entre el 11 y el 12, “(…) aquellos años en que sólo comió / lágrimas. (…)”.


[Gonzalo Vélez]



Filosofía del optimista
autor: Fayad Jamís

El optimista se sentó a la mesa, miró a su alrededor
y se sirvió un poco de lo poco que halló. Le dijeron
que había demasiado nada (en realidad había pocomucho)
pero él devoró su ración sin hacer comentarios,
abrió el periódico, se fumó su café y acabó
de cenar en paz. Pensó: tengo derecho a comer con alegría
lo pocomucho que me gano mientras llega la abundancia.
Sin embargo seguían hablando de todo lo que no hay
no hay no hay no hay. No hay esto ni lo otro.
Pero el optimista se levantó en silencio
y otra vez recordó aquellos años en que sólo comió
lágrimas. No había nadie para decirle no hay sopa o bistec
o tome un pedazo de pan duro para el perro de su hambre,
pero jamás de sus dientes salieron discursos.
Y ahora estaba satisfecho de la cena frugal. El hombre
salió a la calle y echó a andar mientras silbaba.
Las luces eléctricas le recordaron el porvenir.




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miércoles, 10 de junio de 2009

José Lezama Lima: misterio y sorpresa

Es probable que tengas que leer este poema varias veces, pero justo en ello radica su magia. Imagínatelo como si fuera una escultura abstracta, un bloque con cierto peso que cabe en tus manos y que recorres una vez y otra, acariciándolo, y frotándolo y tallándolo hasta descifrar sus formas y sugerencias.

A retruécanos palabrísticos de este calibre alguna crítica los ha ligado con la poesía de los Siglos de Oro (o sea el dieciséis y el diecisiete), y por ello los ha llamado neo-barroco.

En este sentido podemos entender barroco como similar a barroco americano de arquitectura sacra, y pensar que la construcción de las palabras y sus sentidos enigmáticos en el poema se parecen por su horror al vacío a fachadas por ejemplo de iglesias del periodo virreinal en la América Ibérica, con sus abigarramientos de formas y simbolismos semiocultos o indescifrables..

Y el exponente medular de dicho neo-barroco es justo José María Andrés Fernando Lezama Lima (1910-1976), poeta nacido y fallecido en La Habana, Cuba, y autor, por cierto, de uno de los textos más relevantes del siglo veinte en nuestra lengua: la novela Paradiso.

Tanto retorcimiento tiene un efecto doble, y contradictorio: por un lado, genera construcciones de lenguaje asombrosas, a veces sublimes; por el otro, tiende a repeler a los lectores poco afines a los laberintos, y a los que tienen honda desconfianza de la poesía.

Como nuestro interés, precisamente, es contribuir a que se revierta el proceso de alejamiento entre los lectores y la poesía, permitirásenos este breve acercamiento a manera de visita guiada, en la fe de que aprender a apreciar un poema es como aprender a apreciar el vino.

Una primera lectura es forzosa. Como verás, abundan las formas y sugerencias abstractas, y el texto, nutrido de sensaciones, tiende más a la obra abierta, a posibles lecturas distintas, que a definiciones unilaterales.

Después de gamos voladores, espejos de agua, girasoles mudos y una cúpula blanquísima, parece que la clave se encuentra en el verso final:
Un pájaro y otro ya no tiemblan.
O sea que todo lo anterior era la descripción del temblor de dos seres voladores.

Luego entonces la pregunta obligada, casi como adivinanza:
¿Cuándo dos seres voladores tiemblan y, luego de llamaradas y derretimientos y cornetas y cielos que se abren y una muerte mágica, dejan de temblar?

¡Adivina, adivinador!

Si la ropa fuera manteles, “estables y ceñidos”, un cuerpo sin ropa tendido en un lecho sería como un valle de piel con una invitante pradera oscura en precisa parte. Pradera oscura donde sin sentir llamada alguna el actor penetra “despacioso”.

Y qué seres más voladores puede haber que los amantes; y qué muerte, en fin, más mágica que la del orgasmo…


[Gonzalo Vélez]




Una oscura pradera me convida…”
autor: José Lezama Lima

Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceñidos,
giran en mí, en mi balcón se aduermen.
Dominan su extensión, su indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.

Allí se ven, ilustres restos,
cien cabezas, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extraña la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando.
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
mágica, una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan.



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martes, 2 de junio de 2009

Guillermo Cabrera Infante: erotismo como juego geométrico

La capacidad de jugar con las palabras y la profundidad del sentido lúdico son características que denotan cierta forma de carácter poético, y son medida para apreciar construcciones con palabras que lo primero que nos despiertan es asombro.

Existen una suerte de ejercicios de calistenia léxica que sirven a creadores literarios de este tipo para amaestrar a las palabras, igual que se amaestra a un perro, o que se doma a un oso, o que se domina un teclado, sea mecanográfico o de piano.

Estos “juegos” consisten en términos generales en establecer una regla formal fija y a partir de ahí componer algo en escritura (por ejemplo: usar sólo palabras que empiecen con una letra determinada, o que tengan una sola vocal, o formar la siguiente palabra cambiando sólo una letra de la palabra que se tiene, entre un extensísimo etcétera).

Puede suceder, en especial con jugadores de palabras destacados, que de pronto el esqueleto rígido de la regla se vea inundado de contenidos que revelan nítidamente la potencia y el brillo de esta faceta del diamante llamado poesía.

El escritor cubano nacionalizado inglés Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) pertenece al tipo de escritores cuyo interés primordial está enfocado a encontrar en el lenguaje relaciones insospechadas de forma y contenido que dan lugar a creaciones estéticas estupendas.

Tales malabáricos léxicos, por otro lado, también están para replantearnos las consabidas preguntas sin respuesta que algunos desocupados nos hacemos, del tipo: ¿qué es lo que comunica el lenguaje?, ¿cómo comunica el lenguaje?, ¿existe identidad posible entre el lenguaje escrito y el habla comunicativa de nosotros las personas?

Las novelas de Cabrera Infante, con las cuales se le ubica como destacadísimo creador con palabras, están imbuidas de ese ánimo en el que el juego se convierte en algo serio, y esa seriedad, que a veces roza aquella zona de las experiencias innombrables, termina resolviéndose en risa.

Ese espíritu está condensado en esta breve joya.

¡Fíjate todo lo que abarca!: Desde la regla geométrica de disminuir la palabra final de cada verso, hasta la musicalidad afroantillana implícita en el ser cubano, hasta un esquema en seis versos de cómo nos relacionamos hombres y mujeres, hasta la idiosincrasia de la carne bajo el sol isleño y su calor tropical, a todas horas tan sugerente.


[Gonzalo Vélez]



Canción cubana
autor: Guillermo Cabrera Infante


¡Ay, José, así no se puede!

¡Ay, José, así no sé!

¡Ay, José, así no!

¡Ay, José, así!

¡Ay, José!

¡Ay!




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