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lunes, 27 de abril de 2009

Juana de Ibarbourou: Juana de América acude a una cita

“Juana de América” fue como bautizaron en 1929, para su ventura o desventura, a la poeta uruguaya Juana de Ibarbourou, quien nunca se imaginó que para entonces era ya tan famosa.

La pequeña ciudad de Melo, al oriente de la República Oriental del Uruguay, fue donde nació y creció Juana Fernández Morales (1892-1979; aunque al parecer en determinado momento ella propagó que había nacido en 1895), hija de un emigrado gallego que le dio a leer a la poeta Rosalía de Castro cuando era niña y le abrió las puertas al mundo de la literatura.

En 1914 Juana se casó con un oficial del ejército, Lucas Ibarbourou, de quien tomó el nombre y con quien estuvo casada hasta quedar viuda. Cuando luego de itinerancias se establecieron de fijo en Montevideo cuatro años después, ella pudo dedicar tiempo y energía a su quehacer poético, construyendo una trayectoria que a la larga la llevaría a obtener el Premio Nacional de Literatura de su país en 1959, entre múltiples reconocimientos.

La popularidad de su poesía se debió tal vez a que su lenguaje sencillo sortea sin afectaciones los retorcimientos literarios que tanto gustaban al modernismo (corriente de la que abrevó en primer término), consiguiendo una inmediatez con los lectores que seguro era de agradecer.

Pero a su éxito contribuyó sin duda también la delicada sensualidad de muchos de sus poemas. Varios de ellos tienen una considerable carga erótica… tomando en cuenta las circunstancias de la época. Ya que acaso para nuestra mentalidad contemporánea, harto más permisiva, algunos pasajes, no todos, podrían resultar quizás algo cándidos, o incluso difíciles de registrar.

Sin embargo, quizás exagero, ya que, como han señalado estudiosos del erotismo, cuando existe un interdicto, o sea una prohibición que se antoja transgredir, la carga erótica se incrementa sobremanera. Así, en el no-mostrar se muestra mucho, y en el no-decir se dice mucho.

Podríamos figurarnos entonces en este poema a la aparentemente inocente señora Juana, la decente esposa de un militar en Montevideo de los años veinte, imaginando acudir (¿o acudiendo?) a reunirse con su amante en secretísimo sigilo.

La protagonista habría tenido que pasar inadvertida a toda costa, despojar a su aspecto de cualesquiera señas particulares, envolverse en negro para fundirse con la noche. Lo que había en juego era más que su reputación, más que la violencia física del cónyuge si llegara a enterarse, más que su propia integridad.

Pero el anhelo del cuerpo del amante, de esos besos de serpentinas locas, de la fogosidad del encuentro que empieza a saborearse desde horas antes de ocurrir, era simplemente algo más poderoso que cualquier riesgo.

¿O acaso, en esas peculiares inversiones de perspectiva que de pronto ocurren, la magnitud del riesgo era lo que le otorgaba poder erótico al anhelo por el amante?

Circunstancias a un lado, concluiríamos que no hay nada nuevo bajo el sol. Salvo que hoy difícilmente diríamos “ceñir”, que significa más o menos “envolverse apretadamente en sus ropajes a manera de momias las mujeres de principios del siglo veinte”.

Tampoco, creo, ninguna mujer contemporánea exclamaría: “¡Descíñeme, amante!” (¡¿te imaginas lo que se debieron haber tardado para mutuamente desceñirse?!), sino más bien: “¡Desnúdame!”, o en un plano más apasionado: “¡Quítame la ropa pero ya!”


[Gonzalo Vélez]



La cita
autora: Juana de Ibarbourou

Me he ceñido toda con un manto negro.
Estoy toda pálida, la mirada extática.
Y en los ojos tengo partida una estrella.
¡Dos triángulos rojos en mi faz hierática!

Ya ves que no luzco siquiera una joya,
ni un lazo rosado, ni un ramo de dalias.
Y hasta me he quitado las hebillas ricas
de las correhuelas de mis dos sandalias.

Mas soy esta noche, sin oros ni sedas,
esbelta y morena como un lirio vivo.
Y estoy toda ungida de esencias de nardos,
y soy toda suave bajo el manto esquivo.

Y en mi boca pálida florece ya el trémulo
clavel de mi beso que aguarda tu boca.
Y a mis manos largas se enrosca el deseo
como una invisible serpentina loca.

¡Descíñeme, amante! ¡Descíñeme, amante!
Bajo tu mirada surgiré como una
estatua vibrante sobre un plinto negro
hasta el que se arrastra, como un can, la luna.




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lunes, 9 de marzo de 2009

Vicente Aleixandre: Besos surrealistas

Un niño malagueño feliz era Vicente Aleixandre (1898-1984), a cuya infancia y lugar llamó “El Paraíso”. Hijo de ingeniero ferrocarrilero, de familia acomodada e itinerante: pasaron de Sevilla, donde nació Vicente, a Málaga, hacia 1900, y finalmente en 1909 los Aleixandre se instalaron en Madrid.

Vicente Aleixandre bien pudo haber sido abogado mercantil. De hecho lo fue, e incluso en su juventud fue profesor en la Escuela de Comercio de Madrid. Pero el destino tenía escrito que conociera a Dámaso Alonso en 1917.

Dámaso fue como su mentor literario, y en cierta forma lo preparó para integrarse a esa brillante constelación poética conocida como Generación del 27, de la que Aleixandre llegó a ser una de sus grandes luminarias.

Cuando a Vicente Aleixandre le fue otorgado el Premio Nobel en 1977, hay que pensar que simbólicamente se premió también con ello a todos los poetas de su generación.

Hacia 1930 Aleixandre enferma de gravedad. A consecuencia de una tuberculosis le tienen que extirpar un riñón, y el resto de sus días se ve obligado a llevar una vida de reposo y atención médica continua. Imagina: ¡estaba en sus treintas!

Ignoro si esto explica el hecho de que haya sido el único poeta de su generación que permaneció en España después de la Guerra Civil, pero sí nos aclara que escribir poesía se haya convertido para él en una profunda necesidad existencial. Y explica también en parte lo prolífico de su obra.

¿Transición de la poesía pura a la poesía surrealista? Los eruditos dirán. Repasa tú la obra de Vicente Aleixandre: encontrarás incontables poemas intensos, y bellísimos.

Yo no sé si los besos voladores son surrealistas. Sé que hay besos que te hacen volar, y que por consiguiente te elevan de la realidad. Quizás los besos sean como las aves: todos son de distintos plumajes, y los hay que vuelan alto, que vuelan lejos o que no se levantan del piso.

Hay besos que duran toda la vida, aunque sólo durasen un beso; otros besos se recuerdan por la continuidad de los besos, hasta que sin darte cuenta pasan a formar parte de ti. Los besos son sabios y son tontos, y nos dejan estúpidos porque saben más.

Y como hubiera dicho el poeta: un beso dice más que mil palabras…


[Gonzalo Vélez]



Los besos
autor: Vicente Aleixandre

No te olvides, temprana, de los besos un día.
De los besos alados que a tu boca llegaron.
Un instante pusieron su plumaje encendido
sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto.

Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto,
en tu boca latiendo su celeste plumaje.
Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.
¿Quien no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?

Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos.
Ah, los picos delgados entre labios se hunden.
Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste
que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.

¡Cuán graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas!
Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes.
Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes,
que te rozan. Revuelan, mientras ciega tú brillas.

No lo olvides. Felices, mira, van, ahora escapan.
Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta.
Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo.
Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.




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lunes, 2 de marzo de 2009

Federico García Lorca: Un poema erótico

Federico García Lorca (1898-1936) es de esos poetas que no requieren presentación. ¿O sí?
Lorca tiene el infortunio de que su biografía se presta para convertir fácilmente su imagen en símbolo de usos múltiples: poeta homosexual y víctima de la guerra civil española.

Así encasillado, la imagen construida del poeta puede pesar por encima de su poesía. Digamos: “¡Oh, el gran García Lorca!”, o bien: “¡Pobre Federico, tan mártir!” Eso nos bastaría, y acaso bastaría también para pasar por alto uno de los más bellos corpus poéticos que se hayan escrito jamás en nuestra lengua.

Por ejemplo este yo diría sublime poema erótico, de Romancero gitano, cuya fuerza es capaz de demoler prejuicios en cuanto al anodino tema de la preferencia sexual de alguien.

La musicalidad intrínseca y el lenguaje sencillo, coloquial, son tal vez los elementos más inmediatos de toda la poesía de Lorca, y por supuesto están presentes aquí. Pero además, en “La casada infiel” se conjuga un particular tono narrativo que le confiere gran dramatismo al suceso erótico.

(La nota técnica: fíjate como este dramatismo se acentúa con la alternancia de un verso libre con una rima asonante en “-i-o-”. Esta regularidad va acorde con la regularidad de los octosílabos, en todos los versos menos en los tres primeros, que son de nueve, ocho y siete sílabas, y cuyo efecto es similar al de un acorde musical introductorio, por ejemplo de una guitarra.)

Es como si la tensión poética se generara por la contraposición de la rima, propia de la poesía,
con una necesidad prosística de relatar apasionadamente un suceso humano profundo y, digamos, universal.

Imaginemos, pues, al señorito que en una pequeña ciudad al atardecer ha conocido a una guapa chica que se prendó de él, y se la llevó al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido…


[Gonzalo Vélez]



La casada infiel
autor: Federico García Lorca

a Lydia Cabrera y a su negrita

Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

*

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quién soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.




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viernes, 20 de febrero de 2009

Alfonsina Storni y el mar

Flaco favor le hicieron en el siglo veinte el feminismo combativo y cierto latinoamericanismo baladista y folclórico llevado al cine y al hit-parade.
(¿Te acuerdas de Alfonsina y el mar?)

Después de eso (así piensan algunos prejuiciosos), ¿para qué leerla?
Si te atrae el sentimentalismo, te quedas con las caracolas y las arenas y Alfonsí-iiií-iiií-na.
Y si no te atrae el sentimentalismo, también te quedas con las caracolas y las arenas y todo lo demás, y piensas que así es la poesía de la argentina Alfonsina Storni (1892-1938).

(Curiosa forma de pensar.)
Y no. Claro que no es así.
(Tampoco es poetisa. Es poeta.)

Tal vez se pueda inferir la fuerza poética de Alfonsina simplemente a partir de su sonrisa. (Vale: a partir de las imágenes donde aparece sonriente.) Parece una sonrisa que brota de muy adentro, una sonrisa que refleja no sólo haber vivido con intensidad, sino también haber sobrevivido a situaciones harto difíciles.

Por ejemplo: ser madre soltera en Buenos Aires en 1911, sin conocer a nadie, sin apoyo familiar, y sin un peso. Y además, con la obsesión de escribir poesía.

Trabajó en una fábrica de gorras, de cajera en tiendas, de asistente en un negocio de importaciones. Pero gracias a que escribía poesía, y a que publicó su primer libro en 1916, y a que esto la llevó a escribir y trabajar en periódicos y revistas, y esto al mundo académico, etcétera, poco a poco Alfonsina Storni se hizo de un espacio propio, polémico pero respetado, y de un rico círculo de personas creativas e interesantes a su alrededor.

Tuvo una actividad intelectual muy efervescente en los años veintes y treintas; viajó a España, conoció a varios poetas allá, en especial a García Lorca. En fin que fue plena; y eventualmente se hizo muy amiga del escritor uruguayo Horacio Quiroga, quien se suicidó en 1937.

Dos años antes, a Alfonsina le habían detectado cáncer de mama, y la habían amputado. Y luego de irse Quiroga, también la hija de éste y el amigo de ambos Leopoldo Lugones decidieron quitarse la vida.

Con tantos ejemplos por delante, supongo, se le habrá hecho menos difícil a Alfonsina meterse a las olas aquella fatídica madrugada… No sé si haya sido o no un digno final, o heroico, o romántico, o …, para una de las voces más potentes de nuestra lengua.

Con tanta intensidad y tanta wikipedia resumida, casi no cabe pedirte que en el siguiente poema te fijes que se trata de un soneto en alejandrinos. Pero así es.
Y ya en un plano muy técnico: alejandrinos con cesura. Es decir: las catorce sílabas de los catorce versos hacen una breve pausa justo a la mitad, y el resultado, como oirás, es una cadencia de lo más elegante.

Sucede, sin embargo, como sucedería en una buena pintura, que las entrañas o las tramoyas pasan inadvertidas, pues el tema y el tratamiento están tan bien logrados que nos apasionamos sobremanera, o a la primera, y el poema nos engancha, nos gana, y de eso se trata, creo, a final de cuentas.


[Gonzalo Vélez]



Pasión
autora: Alfonsina Storni

Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
¡el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
como al golpe de viento las columnas de humo!

La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus senos.

Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojoblanco, y te arda, ¡y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!



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martes, 17 de febrero de 2009

Julio Cortázar amalaba noemas

Si de llevar el lenguaje al extremo se trata (a un extremo en el sentido de algunos poemas extremos como de Oliverio Girondo), lo que de inmediato acude a la cabeza de quien esto escribe es el capítulo 68 de Rayuela, una de las principales obras del escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984).

Aunque Rayuela no es un poema y el inmenso Julio Cortázar no es un poeta. ¿O sí? No.
Aunque Rayuela es una inmensa novela y Julio Cortázar un poeta. ¿O no? Sí.
Aunque poema es una Rayuela y el inmenso Julio poeta Cortázar. ¿O no? No.
Aunque poema Rayuela es un inmenso Cortázar, poeta de Julio. ¿O sí? Sí.
Etcétera.

De acuerdo. Sea Rayuela una novela. Pero sin duda es mucho más que eso.

La fragmentación extrema de sus capítulos, que el lector tiene que hilvanar ya sea convencionalmente o como le dé la gana, representa, creo, a través de una grandiosa construcción de lenguaje, lo siguiente:

la idea de la linealidad, de la continuidad, de la abarcabilidad de todo, pero después de que la bomba atómica, el holocausto, la teoría de la relatividad, el psicoanálisis y el existencialismo quebraron lo que la humanidad siempre creyó que era una realidad homogénea.

La idea humana de la realidad quedó, pues, reducida a una infinidad de trocitos irreconciliables de lo real. Algo así.

Y ya que hablamos ahora mismo de cosas que difícilmente se pueden poner en palabras, y donde entonces el lenguaje sólo es un acercamiento, este ¿poema? nos muestra como pocos textos la manera en que la palabra escrita es capaz de comunicar mucho más de lo que nombra.

¡Fuera filosofías y que viva la sensualidad!

Y en efecto, como a continuación verás, aunque la mayoría de las palabras no se entiendan, el contenido irradia una muy potente carga erótica.
¿No te parece?


[Gonzalo Vélez, i.m. 12/II/1984]



Rayuela. Capítulo 68
autor: Julio Cortázar

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.



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sábado, 14 de febrero de 2009

Oliverio Girondo desata a las superpalabras

Llevar las palabras al extremo último: exprimirlas, desecarlas, pulverizarlas, sublimarlas en una alquimia que habrá de hallar la esencia de la expresión. Apalancar las palabras para paralizarlas, para luego aprehender o sorprendernos.

Amigo de –ismos y vanguardista de las vanguardias, el poeta argentino Oliverio Girondo (1891-1967) persigue al extremo ese extremo extremo de los significados y las percepciones a través del lenguaje.
(¿No era acaso esto el postulado del ultraísmo?)

Más afín al entusiasmo de un cabalista medieval que al rigor metodológico de un científico positivista, Oliverio Girondo sabía perfectamente que las palabras dicen mucho más de lo que significan, y su poesía entera es un juego de música y danza de palabras.

Cuando hablamos, muchas veces el contenido de lo que decimos se ve superado en importancia por la manera como lo decimos: tono y volumen de la voz, gestos faciales, lenguaje corporal, son factores que pueden tanto afirmar como contradecir a nuestro discurso, o incluso estar expresando algo completamente distinto.

Lo mismo ocurre al escribir palabras. Girondo demuestra que la aparente objetividad del lenguaje escrito sólo es eso: aparente. El lenguaje escrito expresa de manera similar cosas distintas o suplementarias a lo que está intentando decir.

Valioso precepto para el lector de poesía: conviene distinguir entre los sentidos y los sonidos, y fijarte en el modo en que se relacionan entre sí.

Con esto en mente, nuestro poeta se propuso realizar transmutaciones de palabras, buscando unir sonidos puros con significados puras para obtener, como podrás apreciar, una potentísima intensidad poética.

Afortunadamente, Oliverio disfrutaba sobremanera de la vida. Sus poemas translucen siempre un vital sentido del humor, inteligente e irónico, sobre el cual se desencadena por lo general toda una celebración del amor carnal, o, valga, del amor lingüístico, en una fiesta donde todo es amor:

Amor espermatozoico, esperantista. / Amor desinfectado, amor untuoso... / Amor con sus accesorios, con sus repuestos; / con sus faltas de puntualidad, de ortografía; / con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.

El campo más propicio para llevar a cabo una exploración de la palabra en la dirección que emprendió Oliverio Girondo es casi sin duda alguna el del erotismo, sobre todo en la medida en que también se trata de un lenguaje en el que se comunican más cosas de las que es posible nombrar. ¿O no?

Sea como fuere, lo importante es que te deleites ahora con la sensualidad de estos chupochupos y carnalesencias electroeróticas.


[Gonzalo Vélez]



ELLA
autor: Oliverio Girondo

Es una intensísima corriente
un relámpago ser de lecho
una dona mórbida ola
un reflujo zumbo de anestesia
una rompiente ente florescente
una voraz contráctil prensil corola entreabierta
y su rocío afrodisíaco
y su carnalesencia
natal
letal
alveolo beodo de violo
es la sed de ella ella y sus vertientes lentas entremuertes que
estrellan y disgregan
aunque Dios sea su vientre
pero también es la crisálida de una inalada larva de la nada
una libélula de médula
una oruga lúbrica desnuda sólo nutrida de frotes
un chupochupo súcubo molusco
que gota a gota agota boca a boca
la mucho mucho gozo
la muy total sofoco
la toda ¡shock! tras ¡shock!
la íntegra colapso
es un hermoso síncope con foso
un ¡cross! de amor pantera al plexo trópico
un ¡knock out! técnico dichoso
si no un compuesto terrestre de líbido edén infierno
el sedimento aglutinante de un precipitado de labios
el obsesivo residuo de una solución insoluble
un mecanismo radioanímico
un terno bípedo bullente
un ¡robot! hembra electroerótico con su emisora de delirio
y espasmos lírico-dramáticos
aunque tal vez sea un espejismo
un paradigma
un eromito
una apariencia de la ausencia
una entelequia inexistente
las trenzas náyades de Ofelia
o sólo un trozo ultraporoso de realidad indubitable
una despótica materia
el paraíso hecho carne
una perdiz a la crema.




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lunes, 15 de diciembre de 2008

Efrén Rebolledo: Victoria de la carne

Esta pequeña perla de la poesía erótica está embrocada en esa rara joya que es Caro Victrix, la Victoria de la carne, de 1916, acaso el mejor poemario de un poeta mexicano a veces un tanto relegado: Efrén Rebolledo (1877-1929).

Tengo para mí que el maestro Rebolledo entró al servicio diplomático para marcharse lo más lejos posible de su natal Actopan, Hidalgo, lugar remoto donde en aquella época no había mucho futuro para la poesía.
Y de este modo llegó lo mismo a China que a Escandinavia.
Finalmente falleció en Madrid.

Cabe mencionar que sus treinta años como diplomático en los confines del mundo abarcaron la mayor parte de la revolución mexicana. Lo cual refuerza la idea de que prefería estar lejos que inmiscuirse en política:
¡sano ejemplo para todos los poetas!

La nota más destacada de la poesía de Efrén Rebolledo es su elegancia; más allá de que su lenguaje y sus modos sean los propios del modernismo, o sea de su época.
Muestra de tal refinamiento es este soneto.
Elegancia sin afectaciones.
Sobre todo al escribir poesía erótica en contraposición a una mojigatería tradicional y recalcitrante que en este país ha llegado a alcanzar grados sumos.

O no sé por qué, es un lenguaje, el modernista, que cada vez me suena menos afectado.
Será por el mundo hoy tan explícito y, cómo decir, deselegante, desafectado...
(tal vez sea mejor no decir nada).

En esta Posesión ella se entrega como "paloma agonizante", que al sucumbir al amor abre las piernas, quiero decir: las puertas, al paraíso del placer.
Y cuando llega a la culminación del momento, que pasa como un "torbellino", sus gemidos en palabras del poeta son de una belleza de lo más sensual.


Posesión
autor: Efrén Rebolledo

Se nublaron los cielos de tus ojos,
y como una paloma agonizante,
abatiste en mi pecho tu semblante
que tiñó el rosicler de los sonrojos.

Jardín de nardos y de mirtos rojos
era tu seno mórbido y fragante,
y al sucumbir, abriste palpitante
las puertas de marfil de tus hinojos.

Me diste generosa tus ardientes
labios, tu aguda lengua que cual fino
dardo vibraba en medio de tus dientes.

Y dócil, mustia, como débil hoja
que gime cuando pasa el torbellino,
gemiste de delicia y de congoja.



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