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viernes, 13 de marzo de 2009

Gerardo Diego: Cierta climatología de las sensaciones

De pronto cada persona somos una geografía, con nuestro propio clima y nuestro propio calendario de estaciones.

Hay personas con climas continuos, climas de los que se sabe cuándo va a llover y cuándo hará calor o frío. Climas constantes previsibles, fijos en sus primaveras y veranos, otoños e inviernos cada ciclo, o con sus temporadas de lluvias y secas claramente definidas.

También hay sitios con clima característico: siempre llueve, siempre brilla el sol, siempre está soplando el aire. Y asimismo personas con climas mutables, discontinuos, sorpresivos.

En este sentido, parecería que el poema, cada poema, se ajustara, o no, al clima de cada geografía en particular, dependiendo de su estación.

Desde esta perspectiva, la opinión de los más sesudos críticos analistas sólo debería de iluminar, de fungir como un general reporte meteorológico para que cada lector pudiera anticipar a qué atenerse de acuerdo con su particular climatología.

Cuando un poeta es profundo y prolífico, cuando por largo tiempo ha sido capaz de hacer vibrar las insondables fibras sensibles de los prójimos desconocidos, como es el caso de un poeta tan versátil como el español Gerardo Diego (1896-1987), Premio Cervantes en 1979, me pregunto qué tanto sirve precisar sus afinidades a tal o cuál tendencia en este o aquel momento de una biografía, si esto no enriquece de manera fundamental la experiencia de leer la poesía de tal poeta.

Afín al creacionismo, al surrealismo, a la poesía pura. Afín a la poesía de vanguardia y a la poesía tradicional o clásica, como muchos de los poetas de su generación, que es la del 27. Palabras de Gerardo Diego: “Creer lo que no vimos dicen que es la Fe; crear lo que nunca veremos, esto es la Poesía.” “Poesía es la palabra incorruptible.” Poesía es lo que encuentra “a un tiempo su desnudez y su vestidura”.

Belleza, sentido musical, intención innovadora, destreza verbal: esto hallarás en la extensa obra de este magnífico poeta.

En el caso concreto, cierta sintonía con la mudanza de las estaciones dicta el tono del presente poema. Existen aires revueltos en épocas de cambio, hay ventiscas poderosas que arrasan con cuanto parecía sólido, como el doloroso vaticinio de una nueva primavera.


[Gonzalo Vélez]



No está el aire propicio...”
autor: Gerardo Diego

No está el aire propicio para estampar mejillas.
Se borraron las flechas que indicaban la ruta
más copiosa de pájaros para los que agonizan.
Se arrastran por los suelos nubes sin corazón
y a la garganta trepa la impostura del mundo.

No está el aire propicio para cantar tus labios,
tu nuca en desacuerdo con las leyes de física
ni tu pecho de interna geografía afectuosa.
Las tijeras gorjean mejor que las calandrias
y no vuelven ya nunca si remontan el vuelo
y aquí en mi cercanía tres libros se aproximan,
abiertos en la página donde muere una reina.

Qué dulce despertar el del amor que existe
y qué existencia clara la del ojo que duerme,
velado por las alas remotas de los párpados.

Pétalos de difuntas miradas, llueven, llueven
y llueven, llueven, llueven. Me sepultan los pies,
las rodillas, el vientre, la cintura, los hombros.
Van a enterrarme vivo; van a enterrarme vivo…

No está el aire propicio para soñar contigo.




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lunes, 23 de febrero de 2009

Marco Antonio Montes de Oca: Último adiós

La muerte es nuestra única certeza en la vida. Por eso la muerte acaso sea nuestra única experiencia veraz. Pero realmente no vivimos nuestra propia muerte. Nosotros simplemente nos morimos, y ya. Lo que sufrimos es, en vida, la muerte de lo nuestro, de los nuestros.

La muerte es entonces otra cosa.
La muerte no es dejar de vivir: la muerte es dejar de ser.

Muerte es sentir ese vacío de algo, de alguien que era tuyo en tu corazón, y de pronto hoy ya no está.
¿Y qué hacer? Sin muerte no hay vida. Sin dolor no hay crecimiento.
Y la vida tiene que seguir.

Y la vida sigue sobre las ruinas de Babilonia.
¡Tabla rasa y que todo comience de nuevo!

La ciudad asolada a la que alude este poema repica en el sitio que fue el centro del mundo, y que dejó de serlo cuando en la historia su ciclo concluyó.
Pero al mismo tiempo lo que el poema describe es un urbanismo interior, luego de que alguna de las calamidades del destino arrasara con todo lo que había.

“Nunca estuvo tan extraño el mundo”, “me duele que la vida no me duela”, soy “un mero ataúd del corazón”, “necesito más ojos o menos lágrimas”: “contemplad, contemplad conmigo el aire negro”.

El poeta mexicano Marco Antonio Montes de Oca (1932-2009) se nos adelantó hace unos días. A él ya no le importa Babilonia ni nada.
El vacío queda en nuestras letras. El hueco, en nosotros.


[Gonzalo Vélez]



Ruina de la infame Babilonia (fragmento)
autor: Marco Antonio Montes de Oca

I
Todo se ahoga de pena
y hasta las mismas escafandras
se amoratan bajo el mar.
El pulso, lo más cierto de un río con vida,
y la sal, estatua que nace demolida,
ya no reverberan.
Un tajo súbito hiere esta latitud pasmada,
dispersa con su sombra
piedras de mi esqueleto
jamás soldadas.
¡Qué helado lugar, apenas hay buitres
y un inmenso bagazo rompe en lágrimas!
Aquí beberé agua inmóvil y verdosa,
lluvia que golpea las puertas del museo
donde los héroes se desnudan
tras el emboscado perfume de las momias.

Mi cuerpo ya no dobla espigas,
ni el rescoldo cede al yunque una sola chispa,
ni la parra sombrea el muro al rojo vivo:
está extraño el mundo
y se defiende contra el fuego que lo inventa.
Por eso más vale no acordarme,
no mirar el sitio
donde es repartida y destazada
la yema de mi juventud,
amargo sol caído
en que medran los gusanos.

Necesito más ojos o menos lágrimas,
vigor para colgarme
con ambas manos del párpado,
indómita cortina que al ser corrida,
borra las andanzas de mis pasos,
sepulta el atajo de cabras
y calma el jadeo de los belfos de mi herida,
hoy que muero aterrado, sin conciencia,
de espaldas al futuro que suele abrirse
cuando a los marinos que caminan en altamar
se les desfonda la suela del zapato.

Me duelen todos los jardines de la vida.
Me duele que la vida no me duela
como a esos topos que inflados de cascajo
llevan túneles al pedernal
y atraviesan densas fumarolas,
con todas las estrellas y los ríos
sentados en su espalda.
¡Oh mineros abrumados,
temblorosos tamemes del planeta,
contemplad, contemplad conmigo el aire negro,
las piedras que fueron un incendio
y casi una mirada!

Nunca estuvo tan extraño el mundo:
afilan los niños sus uñas en la cuna,
la barda enseña al sol los claros dientes
y la yerba piensa desde su cráneo de rocío
en campanas de barro y badajos de acero,
en armarios que se abren llenos de pústulas,
en esta hora cuya sinceridad traiciona,
pues nadie tiene certeza de lo cierto
cuando el cuerpo es un mero ataúd del corazón,
del corazón mantenido en alto
para descargarlo como piedra repentina
sobre el sueño y sus comarcas
de vidrio soplado.



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martes, 16 de diciembre de 2008

Concha Urquiza asaltada, y el famoso Job

Satanás vertiendo pústulas sobre Job, por William Blake

Tengo para mí que el aura de poeta mística atribuida a Concha Urquiza (1910-1945) se ha ido desmistificando poco a poco, para bien. A cambio, cada día sus poderosos versos se valoran más y se comprenden mejor.

No obstante, la vida de esta poeta mexicana, oriunda de Michoacán, está envuelta por velos misteriosos. Era una niña dotada que a los 11 años escribía poemas muy sólidos que vaticinaban ya la potencia que alcanzarían sus versos más adelante.
Sabemos que entre 1928 y 1933 radicó en Estados Unidos, donde habría estudiado leyes e ingresado al Partido Comunista.

En 1937, sin embargo, una "crisis espiritual" le habría llevado a abjurar del comunismo y a recluirse en un convento de monjas, donde permanece un tiempo. Más adelante aparece en San Luis Potosí, como maestra de filosofía en la Universidad.
Su muerte ocurre en circunstancias extrañas, en Ensenada, Baja California, a sus 35 años, cuando junto con un desconocido acompañante se mete a nadar al Océano Pacífico.
Ambos fallecen ahogados.

Me parece que el meollo de tanto enigma se encuentra precisamente en uno de sus poemas más conocidos: Job, soneto que forma parte de una serie bíblica.

Job encarna la imagen del justo que, debido a los designios insondables de Dios, padece injusticias.
Y por otro lado: sucede con la poesía mística (San Juan de la Cruz, Santa Teresa) que si por un momento nos olvidamos de Dios y de tanto misticismo y lo leemos tal cual se lee, nos encontramos de pronto con unos poemas sumamente carnales.
Y por otro lado: el poema fue escrito en el crucial año de 1937, cuando ella de pronto abdica de su ideología.

Entonces... He aquí la clave, según quien esto escribe:

Concha Urquiza es una joven idealista, inteligente y muy talentosa que acaba de regresar de Estados Unidos, donde entonces flotaban ideas muy liberales.
Para ella en esos años todo parecería lucha combativa y entregar todo por la causa.

Imaginemos ahora que, justo en 1937, un camarada, en medio de los fragores partidistas, se le insinúa sexualmente. Ella, que al cabo tenía vocación de monja, se rehúsa.
¿Y qué tal si él abusa? Y la viola...
Eso resultaría causa más que suficiente para desencantarse de cualquier utopía, y para guardar sigilosa secrecía, y también, sobre todo para una mujer joven y sola en esos años, para refugiarse en un convento.

Leamos ahora el poema, que es terrible.
Al final del último cuarteto nos enteramos de lo que el hipotético hijo de puta le hizo:
"Él mató los amores en mi lecho / y cubrió de tinieblas mi morada."

Y los dos tercetos, sobra decir, son desoladores...

[Gonzalo Vélez]


Job
autor: Concha Urquiza

Y vino y puso cerco a mi morada
y abrió por medio della gran carrera

Fray Luis de León (traducción del Libro de Job)



Él fue quien vino en soledad callada,
y moviendo sus huestes al acecho
Puso lazo a mis pies, fuego a mi techo
Y cerco a mi ciudad amurallada.

Como lluvia en el monte desatada
Sus saetas bajaron a mi pecho;
Él mató los amores en mi lecho
Y cubrió de tinieblas mi morada.

Trocó la blanda risa en triste duelo,
Convirtió los deleites en despojos,
Ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,

Hirió la tierra, la ciñó de abrojos,
Y no dejó encendida bajo el cielo
Más que la obscura lumbre de sus ojos.


19 de julio, 1937





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