Yo no entendía nada, por supuesto, y tanta ceremonia me parecía cursi y un tanto chocante. Acaso por eso haya yo tardado tantos años en conciliarme con este poeta mexicano oriundo del estado de Nayarit, pues su sola mención me remitía a esas sensaciones arcaicas de un niño atrapado y acosado en el mundo de los adultos.
Amado Nervo gozó de algo a lo que muchos poetas siempre aspiran y muy pocos consiguen: fue un escritor muy leído. Y muy querido. Aunque en muchas épocas de su vida tuvo muy poco dinero, admiradores tuvo muchos, también buenos amigos, y lo que le tocó, no poco, lo supo valorar discretamente, como nos lo insinúa este poema.
El amado Amado cumplió con el sueño-cliché de los artistas de su generación, que no era vivir en Nueva York, como hoy, sino en París. Ahí conoció a Verlaine, a Wilde. Fue muy amigo de Rubén Darío. Tuvo un gran amor correspondido, con su musa Ana Cecilia Luisa, La amada inmóvil.
Luego ingresó a la diplomacia, asignado en Madrid. Falleció en Montevideo.
Así es la vida.
Sus poemas suelen estar impregnados de una religiosidad sutil que iba muy acorde con la sensibilidad de su época: los albores del siglo veinte. Y en efecto: son poemas como para recitarse, para ejercitar entre escuchas dispuestos ese hoy prácticamente extinto arte de la oratoria poética...
(Leyendo a Nervo no es difícil imaginarte tertulias de hace cien años, en las que por ejemplo la música eran las piezas que ejecutaba al piano la hija quinceañera de los anfitriones, y no había teléfonos, y quizás se alumbraran todavía con velas..., cosas así.
Y entonces, de pronto, alguno de los convidados tomaba la palabra, y tras aclararse la voz con un tosijeo discreto buscando el silencio de los demás, les anunciaba:
--¡Ahem! En especial en estos tiempos tan necesitados de paz y de gente feliz, pero sobre todo de paz, permítanme ahora recitar para ustedes estos conocidos versos del célebre autor de Jardines interiores:)
[Gonzalo Vélez]
En paz
autor: Amado Nervo
Artifex vitae artifex sui
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
¿ Te gustó ? ¡ Ven y acércate amablemente a la poesía !
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