miércoles, 24 de diciembre de 2008

Amado Nervo: Amado Amado, estamos en paz

Era el favorito de mi bisabuela. O quizás su hija, o sea mi abuela, haya sido la verdadera devota, pero hacia mí, que era un pequeño, proyectaba en su madre el inconfesado amor por su amado Amado Nervo (1870-1919), y, sin falta, acto seguido se ponía de pie y declamaba este poema con los aspavientos propios del caso.

Yo no entendía nada, por supuesto, y tanta ceremonia me parecía cursi y un tanto chocante. Acaso por eso haya yo tardado tantos años en conciliarme con este poeta mexicano oriundo del estado de Nayarit, pues su sola mención me remitía a esas sensaciones arcaicas de un niño atrapado y acosado en el mundo de los adultos.

Amado Nervo gozó de algo a lo que muchos poetas siempre aspiran y muy pocos consiguen: fue un escritor muy leído. Y muy querido. Aunque en muchas épocas de su vida tuvo muy poco dinero, admiradores tuvo muchos, también buenos amigos, y lo que le tocó, no poco, lo supo valorar discretamente, como nos lo insinúa este poema.

El amado Amado cumplió con el sueño-cliché de los artistas de su generación, que no era vivir en Nueva York, como hoy, sino en París. Ahí conoció a Verlaine, a Wilde. Fue muy amigo de Rubén Darío. Tuvo un gran amor correspondido, con su musa Ana Cecilia Luisa, La amada inmóvil.
Luego ingresó a la diplomacia, asignado en Madrid. Falleció en Montevideo.
Así es la vida.

Sus poemas suelen estar impregnados de una religiosidad sutil que iba muy acorde con la sensibilidad de su época: los albores del siglo veinte. Y en efecto: son poemas como para recitarse, para ejercitar entre escuchas dispuestos ese hoy prácticamente extinto arte de la oratoria poética...

(Leyendo a Nervo no es difícil imaginarte tertulias de hace cien años, en las que por ejemplo la música eran las piezas que ejecutaba al piano la hija quinceañera de los anfitriones, y no había teléfonos, y quizás se alumbraran todavía con velas..., cosas así.

Y entonces, de pronto, alguno de los convidados tomaba la palabra, y tras aclararse la voz con un tosijeo discreto buscando el silencio de los demás, les anunciaba:

--¡Ahem! En especial en estos tiempos tan necesitados de paz y de gente feliz, pero sobre todo de paz, permítanme ahora recitar para ustedes estos conocidos versos del célebre autor de Jardines interiores:)



[Gonzalo Vélez]




En paz
autor: Amado Nervo


Artifex vitae artifex sui
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!




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