lunes, 27 de abril de 2009

Juana de Ibarbourou: Juana de América acude a una cita

“Juana de América” fue como bautizaron en 1929, para su ventura o desventura, a la poeta uruguaya Juana de Ibarbourou, quien nunca se imaginó que para entonces era ya tan famosa.

La pequeña ciudad de Melo, al oriente de la República Oriental del Uruguay, fue donde nació y creció Juana Fernández Morales (1892-1979; aunque al parecer en determinado momento ella propagó que había nacido en 1895), hija de un emigrado gallego que le dio a leer a la poeta Rosalía de Castro cuando era niña y le abrió las puertas al mundo de la literatura.

En 1914 Juana se casó con un oficial del ejército, Lucas Ibarbourou, de quien tomó el nombre y con quien estuvo casada hasta quedar viuda. Cuando luego de itinerancias se establecieron de fijo en Montevideo cuatro años después, ella pudo dedicar tiempo y energía a su quehacer poético, construyendo una trayectoria que a la larga la llevaría a obtener el Premio Nacional de Literatura de su país en 1959, entre múltiples reconocimientos.

La popularidad de su poesía se debió tal vez a que su lenguaje sencillo sortea sin afectaciones los retorcimientos literarios que tanto gustaban al modernismo (corriente de la que abrevó en primer término), consiguiendo una inmediatez con los lectores que seguro era de agradecer.

Pero a su éxito contribuyó sin duda también la delicada sensualidad de muchos de sus poemas. Varios de ellos tienen una considerable carga erótica… tomando en cuenta las circunstancias de la época. Ya que acaso para nuestra mentalidad contemporánea, harto más permisiva, algunos pasajes, no todos, podrían resultar quizás algo cándidos, o incluso difíciles de registrar.

Sin embargo, quizás exagero, ya que, como han señalado estudiosos del erotismo, cuando existe un interdicto, o sea una prohibición que se antoja transgredir, la carga erótica se incrementa sobremanera. Así, en el no-mostrar se muestra mucho, y en el no-decir se dice mucho.

Podríamos figurarnos entonces en este poema a la aparentemente inocente señora Juana, la decente esposa de un militar en Montevideo de los años veinte, imaginando acudir (¿o acudiendo?) a reunirse con su amante en secretísimo sigilo.

La protagonista habría tenido que pasar inadvertida a toda costa, despojar a su aspecto de cualesquiera señas particulares, envolverse en negro para fundirse con la noche. Lo que había en juego era más que su reputación, más que la violencia física del cónyuge si llegara a enterarse, más que su propia integridad.

Pero el anhelo del cuerpo del amante, de esos besos de serpentinas locas, de la fogosidad del encuentro que empieza a saborearse desde horas antes de ocurrir, era simplemente algo más poderoso que cualquier riesgo.

¿O acaso, en esas peculiares inversiones de perspectiva que de pronto ocurren, la magnitud del riesgo era lo que le otorgaba poder erótico al anhelo por el amante?

Circunstancias a un lado, concluiríamos que no hay nada nuevo bajo el sol. Salvo que hoy difícilmente diríamos “ceñir”, que significa más o menos “envolverse apretadamente en sus ropajes a manera de momias las mujeres de principios del siglo veinte”.

Tampoco, creo, ninguna mujer contemporánea exclamaría: “¡Descíñeme, amante!” (¡¿te imaginas lo que se debieron haber tardado para mutuamente desceñirse?!), sino más bien: “¡Desnúdame!”, o en un plano más apasionado: “¡Quítame la ropa pero ya!”


[Gonzalo Vélez]



La cita
autora: Juana de Ibarbourou

Me he ceñido toda con un manto negro.
Estoy toda pálida, la mirada extática.
Y en los ojos tengo partida una estrella.
¡Dos triángulos rojos en mi faz hierática!

Ya ves que no luzco siquiera una joya,
ni un lazo rosado, ni un ramo de dalias.
Y hasta me he quitado las hebillas ricas
de las correhuelas de mis dos sandalias.

Mas soy esta noche, sin oros ni sedas,
esbelta y morena como un lirio vivo.
Y estoy toda ungida de esencias de nardos,
y soy toda suave bajo el manto esquivo.

Y en mi boca pálida florece ya el trémulo
clavel de mi beso que aguarda tu boca.
Y a mis manos largas se enrosca el deseo
como una invisible serpentina loca.

¡Descíñeme, amante! ¡Descíñeme, amante!
Bajo tu mirada surgiré como una
estatua vibrante sobre un plinto negro
hasta el que se arrastra, como un can, la luna.




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viernes, 24 de abril de 2009

Rosario Castellanos como 'outsider'

La imagen del creador intelectual, del artista, como un ente marginado o automarginado de la vida convencional de la sociedad ha sido una postura acorde con un orden social inscrito en la modernidad característica del siglo veinte.

Esta ubicación excéntrica le habría permitido al creador de ideas cierta objetividad exenta de compromisos que le permitiría criticar el funcionamiento de la comunidad de los seres humanos, señalando las divergencias entre las ideas rectoras y las prácticas atroces que constituyen el camino de la humanidad a través de la historia.

Esto, por supuesto, en un plano ideal, o idealizado, y no libre de afectación romántica, donde el artista contemplare a los hombres (es decir a los seres humanos) como criaturas carentes de orgullo movidas por la necesidad, “más dura que metales”, y como víctimas de sus propias pasiones y de su ceguera.

De este agónico poema extramuros, imbuido de existencialismo y de cierto pesimismo propio de la época de la guerra fría, se infiere el sitio desde donde atestiguaba el devenir la poeta mexicana Rosario Castellanos (1925-1974), una de las presencias intelectuales más fuertes de su tiempo en su país.

Nacida circunstancialmente en la ciudad de México, Rosario Castellanos creció y se formó en el sureño estado de Chiapas. Fue ahí donde se forjaron las preocupaciones que habría de tratar más tarde en sus novelas, ensayos y poemas: la discriminación hacia los indígenas, la condición de la mujer en la sociedad, la naturaleza humana.

Concluidos sus estudios, Rosario regresó a la capital. Fue de las primeras mujeres graduadas en filosofía por la Universidad de México, institución donde posteriormente fue catedrática, tras especializarse en estética en la Universidad de Madrid.

Desde los comienzos de su carrera literaria obtuvo reconocimientos varios: beca Rockefeller, beca del Centro Mexicano de Escritores, Premio Chiapas 1958, Premio Xavier Villaurrutia 1961, entre otros. En 1971 fue nombrada embajadora de México en Israel, donde combinaba su cargo diplomático con la impartición de una cátedra en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Su muerte, en Tel Aviv, fue por demás trágica: Rosario Castellanos se electrocutó en una bañera al caer dentro una lámpara enchufada. Se dice que el accidente ocurrió por la premura de salir de la tina para atender el teléfono. Intérpretes más maliciosos especulan que bien pudo haberse tratado de un suicidio. Lo cual, más allá de la anécdota, a su poesía no le interesa.


[Gonzalo Vélez]



Agonía fuera del muro
autora: Rosario Castellanos

Miro las herramientas,
El mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
Sudan, paren, cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,
Su noche de ronquido y de zarpazo
Y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra
Y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
Que todavía la especie no produce?)
Los hombres roban, mienten,
Como animal de presa olfatean, devoran
Y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan
O cuando burlan una ley o cuando
Se envilecen, sonríen,
Entornan levemente los párpados, contemplan
El vacío que se abre en sus entrañas
Y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
Soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
Gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,
Déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
De algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.




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lunes, 20 de abril de 2009

Julia de Burgos: Río Grande de Poesía

El poeta más destacado de Puerto Rico, y una de las voces poéticas más penetrantes de la literatura en español en el siglo veinte, es Julia de Burgos (1914-1953). Voz de la sensualidad, de la carnalidad, del erotismo, pero también de los desgarres internos que suscita el amor apasionado.

Su vida, tanto o más intensa que su poesía, comenzó de manera algo melodramática, en una familia pobre y numerosa de Carolina, Puerto Rico. Entre trece hermanos y hermanas ella fue la más inteligente, y sus padres se preocuparon de que avanzara lo más posible en sus estudios.

A los 19 años Julia de Burgos se graduó como maestra normalista. A los 20 se casó y empezó a trabajar en un organismo que repartía desayunos gratuitos a niños de familias sin recursos, y luego dio clases en un barrio popular. En 1936 se afilió al Partido Nacionalista de Puerto Rico, que abogaba por la independencia. Y se relacionó, en fin, con las principales figuras literarias de su país.

En esta época es cuando Julia de Burgos se empieza a dar a conocer como poeta, sobre todo a partir de “Río Grande de Loíza”, poema carnal sobre el despertar de su propia sexualidad, unida a un no muy etéreo amado, que en el poema (como en algunos mitos griegos) toma forma de río, llevándose mezcladas en sus aguas las aguas del amor de ella, de esa “desnuda carne blanca que se te vuelve negra / cada vez que la noche se te mete en el lecho”.

No es difícil adivinar aquí a su primer esposo, y en el cauce del río el anhelo de permanecer juntos toda la vida. Aunque más tarde, como lo revela ella misma en un poema posterior, le habría de aparecer un rival de ese río suyo. Un rival menos ideal y más carnal, suponemos. En 1937 rompió, pues, su matrimonio, y al año siguiente se juntó con el amor más intenso de su vida, el médico Juan Jimenes Grullón.

En 1940 viajó a La Habana y a Nueva York, donde recibió una cálida bienvenida e impartió alguna conferencia. En 1941 se estableció en La Habana, y al año siguiente, con mucho dolor, se separó del Dr. Jimenes. La ruptura la motivó para regresar a Nueva York en busca de su suerte.

En la metrópolis conoció Julia a su tercer esposo, el músico Armando Marín, y permaneció ahí más de diez años. Sin embargo, eventualmente a ella le detectaron cáncer, lo cual, aunado a cierta insatisfacción emocional, la llevó a aficionarse al alcohol y a sumar al cuadro una cirrosis hepática.

Su final es patético, pues falleció en la calle, víctima de una pulmonía desatendida, pero como no llevaba ni papeles ni identificación su cuerpo fue depositado en una fosa común; hasta que alguien en Puerto Rico dio con ella y la regresó, para darle sepultura en su natal Carolina.
Tenía 39 años.

En este divertimento poético, que en algo recuerda a los juegos de silogismos de Sor Juana, Julia de Burgos se disfraza de ilusionista, y con un par de pases y palabras mágicas consigue nada menos que la nada desaparezca.

El nihilismo, con todos sus postulados abstractos, queda desactivado ante la contundencia de los cuerpos. Con una sonrisa un tanto sarcástica y con un elegante brindis, la poeta despoja a los argumentos de sus vestimentas filosóficas, y, ya desnudos, hace que develen lo evidente: un cuerpo junto a otro cuerpo son dos cuerpos.


[Gonzalo Vélez]



Nada
autora: Julia de Burgos

Como la vida es nada en tu filosofía, brindemos por el cierto no ser de nuestros
cuerpos. Brindemos por la nada de tus sensuales labios que son ceros sensuales en
tus azules besos; como todo azul, quimérica mentira de los blandos océanos y de
_______ los blancos cielos.

Brindemos por la nada del material reclamo que se hunde y se levanta en tu carnal
deseo; como todo lo carne, relámpago, chispazo, en la verdad mentira sin fin del
Universo.

Brindemos por la nada, bien nada de tu alma, que corre su mentira en un
potro sin freno; como todo lo nada, buen nada, ni siquiera se asoma de repente en
un breve destello.

Brindemos por nosotros, por ellos, por ninguno; por esta siempre
nada de nuestros nunca cuerpos; por todos, por los menos; por tantos y tan nada;
por esas sombras huecas de vivos que son muertos.

Si del no ser venimos y hacia el
no ser marchamos, nada entre nada y nada, cero entre cero y cero, y si entre nada
y nada no puede existir nada, brindemos por el bello no ser de nuestros cuerpos.



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viernes, 17 de abril de 2009

Rosa Chacel: Poesía de ida y vuelta

La caída de la República española fue como una explosión que hizo volar fuera de las fronteras a una gran cantidad de gente creativa y pensante, y la dispersó en fragmentos aislados primordialmente por todo el continente americano. El destino de Rosa Chacel y de su esposo fue similar en este sentido al de tantas personas que se vieron obligadas a unirse a la diáspora en esa malhadada época.

Si bien acaso conocemos mejor a Rosa Chacel (1898-1994) como novelista, en realidad la escritora nacida en Valladolid, España, fue una abarcante polígrafa: escribió novela, ensayo, cuento, biografía, y, claro, poesía, algo que hizo en todas las épocas de su vida, aunque sólo publicó tres poemarios (uno antes de cumplir 40, otro a los 80 y a los 94 una extensa recopilación: Poesía (1931-1991)).

Su manejo del lenguaje suele ser elegante, exigente, intelectualizado. Una de sus preocupaciones recurrentes es la de la situación de la mujer en la sociedad de su época. Pero lejos de ser partidaria de feminismos y falofobias, consideraba que la culpa de las inequidades de género debía achacarse en primer lugar a la estupidez humana, “patrimonio equitativamente repartido entre los dos sexos”.

En 1922 se casó con el pintor Timoteo Pérez Rubio, y se fueron a vivir a Roma, donde él tenía una beca; regresaron a España hasta 1927. (“Timo”, por cierto, sería responsable, algunos años después con la guerra civil, de salvar el acervo del Museo del Prado, trasladándolo a sitio seguro.)
El manuscrito de su primera novela, Estación. Ida y vuelta (1930), se lo envió Rosa Chacel al filósofo José Ortega y Gasset para que considerara publicarlo; esto le abrió las puertas de la Revista de Occidente que él dirigía, y propició un acercamiento intelectual entre ambos.

Tras la derrota republicana el matrimonio partió rumbo al exilio. Se establecieron básicamente de manera alterna en Río de Janeiro y en Buenos Aires, hasta su regreso 32 años después a Madrid, en 1971. A partir de entonces Rosa Chacel recibió varios premios y nombramientos, hasta su fallecimiento en esa ciudad en 1994.

El espíritu de este poema me recuerda aquel verso de una vieja canción de John Lennon, que sugería, palabras más o palabras menos, que la vida es lo que ocurre mientras nos la pasamos ocupados haciendo otras cosas.

¿Cuál es la relación entre el momento presente en el que experimentamos nuestras experiencias y el pensamiento o recuerdo de lo experimentado? Por lo general pasamos sin ver, actuamos sin pensar, nos movemos sin sentir, vivimos sin valorar lo que hay, lo que hubo.

Y de pronto, sólo tenemos recuerdos (“polen áspero”), y los recuerdos, o sea lo que permanece en nosotros cuando lo vivido, ese “lujo de los pavos reales”, queda en el pasado, son simplemente “torbellinos de plumas azules”: la idea de que hubo ahí algo valioso que se nos escapó.

A la mitad del camino de nuestra vida nos preguntamos cosas así. Descubrimos que lo que somos es resultado y consecuencia de las decisiones que alguna vez asumimos parados frente a una encrucijada. El tiempo se fue como el viento, pero si te fijas bien, de alguna manera te las has arreglado para estar aquí ahora, aferrándote al hilo, “cada vez más delgado y doloroso”, que teje o ha tejido para ti la tejedora de los destinos.

En realidad este poema se refiere a un acto de fe (más valiosa, según leemos, que las otras dos virtudes teologales: esperanza y caridad). La encrucijada es el símil de una decisión que quedó atrás hace tiempo. Y, de acuerdo con el poema, lo único que puede hacernos concebir que este camino sobre el que parece que no avanzamos tiene algún sentido y nos conduce hacia alguna parte, es, precisamente, la fe.
O sea: creerlo.


[Gonzalo Vélez]



Encrucijada
autora: Rosa Chacel

Pasamos cerca de la primavera
y más abajo de las noches de luna.
Pasamos a la izquierda de la aurora
y ¡ay!, sobre todo, a la espalda del deseo.
Vamos por un camino próximo
que ni sigue, ni ataja, ni conduce;
un camino olvidado
de todos menos de la brisa
que trae el aura de la ventura,
el polen áspero de los recuerdos
y torbellinos de plumas azules
que sobraron del lujo de los pavos reales…

¿Cuál fue la encrucijada
de faz impenetrable donde erramos?...
Hay una malla en falso
que turba la armonía del dibujo
y la memoria tira del estambre
deshaciendo el dechado hasta su origen…
¡Tantos intentos, tantas guirnaldas diseñadas,
monogramas, enlaces, nomeolvides!...
En mi alma hay un olor parecido al pecado,
pero no encuentro la semilla,
ese grano escarlata, diminuto,
que se pierde entre innúmeras,
cotidianas lentejas…

Negar, maldecir sería fácil
pero la hiedra reverdece
por entre la muralla derruida,
la savia de la fe en las ruinas retoña,
sola se muestra, prófuga del trío
de las hermanas teologales.
Ella es pertinaz,
la siempre en vano decapitada.
Como imán al Norte,
Ella mira al amor
por encima del vaho de la marisma,
le mira ciegamente.

La fe, como una flor hambrienta,
agarrada a las rosas cascarudas,
secas, sin poros,
que no trasudan linfa de esperanza,
se quema en su amarillo
sin trascender a caridad.
Como el clavel de muerto
acremente obstinada,
ardiente contra el viento impío,
le ve pasar, puesto que es viento y pasa.
Y el viento trae y lleva una nube de barro
turbia, sangrienta o desangrada, a veces,
que amenaza y no llega a descubrir su nombre:
aquel error o enigma de torpeza…

¿Cómo saber que la vuelta del huso
se formó del grumo de la culpa,
en que azar o vaivén de lanzadera
se interpuso la brizna
que sobre el hoy proyecta su guadaña?

Punto por punto atrás van desnudándose
perfiles por el musgo recubiertos,
trazos bajo la niebla guarecidos,
gradas, umbrales
por donde el pie pasaba y no advertía
el sabor de la piedra ni el del trébol.
La oruga, devanando el laberinto
en torno, con su hilo
cada vez más delgado y doloroso,
se extenúa y se exprime, retrayéndose…
Una vez más, un giro nuevamente.

(Theresópolis, 1941)

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lunes, 13 de abril de 2009

María Zambrano y la razón poética

La poesía es lo único rebelde ante la esperanza de la razón. La poesía es embriaguez y sólo se embriaga el que está desesperado y no quiere dejar de estarlo. El que hace de la desesperación su forma de ser, su existencia.
MZ, en Filosofía y poesía

¿Por qué destaca María Zambrano en la alta cultura generada en idioma español en el siglo XX? Acaso demasiado simplista sería responder: “Por la poesía”. Pero acaso igualmente esta simplificación no dista mucho de ser una glosa casi completa de lo que significa o implica su visión de una razón poética de la existencia.

Lo peculiar de María Zambrano (nacida en Vélez-Málaga en 1904), es que, más que una poeta devota, fue una filósofa consumada. Y no que ella fuera una filósofa de la poesía: más bien, su pensamiento propone un enfoque poético de la vida como salida al racionalismo monolítico, insuficiente para explicar al ser.

Esta razón poética actúa antes de formularse los pensamientos, y se manifiesta en la particular manera creativa, esto es: poética, que cada uno de nosotros tenemos para formular los pensamientos que pensamos, para metaforizar en palabras propias nuestras propias percepciones.
Y así la razón poética se traduce en la particular manera en que cada quien cargamos de sentidos nuestra existencia.

Discípula dilecta de José Ortega y Gasset y amiga personal de varios de los poetas surgidos de la Generación del 27, en los años de la República Zambrano llevó una vida intelectual y académica muy activa. Pero con la derrota de su causa tras la guerra civil dio inicio en 1939 a un exilio itinerante que habría de durar 45 años.

Ciudad de México, La Habana, Morelia, San Juan de Puerto Rico. Y tras la segunda guerra mundial: París, otra vez La Habana (luego de separarse de su marido en 1948), Roma, la región jurásica de Francia, Ginebra. Finalmente regresó a España en 1984 y se instaló en Madrid, donde falleció en 1991.

Premio Príncipe de Asturias 1981, Premio Cervantes de Literatura 1988, Doctora Honoris Causa de la Universidad de Málaga, Hija Predilecta de Andalucía. Podríamos preguntarnos si el palmarés de María Zambrano fue para ella compensación suficiente para medio siglo de exilio.

Pero no era eso. Sino que tratándose (ortegaygassetianamente) de esta relevante pensadora y de su circunstancia, los poemas que escribió son pequeñas, y escasas, joyas literarias.
He aquí una de ellas.


[Gonzalo Vélez]



“El agua ensimismada…”
autora: María Zambrano

para Edison Simons

El agua ensimismada
¿piensa o sueña? El árbol que se inclina
buscando sus raíces
el horizonte, ese fuego intocado
¿se piensan o se sueñan?
El mármol fue ave alguna vez,
El oro llama;
El cristal aire o
Lágrima
¿Lloran su perdido aliento?
¿Acaso son memoria de sí mismos
y detenidos se contemplan ya para siempre?
Si tú me miras, ¿qué queda?


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lunes, 6 de abril de 2009

Ernestina de Champourcin: Intimismo sin sentimentalismo

Acaso lo común en la época era que los padres prohibieran a sus hijas ir a la universidad, sin importar cuán talentosas fueran. El caso de Ernestina de Champourcin (1905-1999), esta talentosa chica de los años veinte, nacida en Vitoria, España, no fue entonces excepcional.

Tampoco el hecho de que su madre intentara interceder por ella: la estudiante podría ir a la universidad a estudiar Filosofía y Letras, siempre y cuando estuviera acompañada en todo momento por su mamá. Y como la hija era lista, prefirió por supuesto seguir formándose ella sola.

Aunque quizás en este espacio no venga a cuento la reflexión, pero uno se pregunta: ¿para qué le proporcionaron entonces tan buena educación?: de niña aprendió perfectamente el inglés y el francés; asistió al colegio del Sagrado Corazón; con maestros particulares cursó el bachillerato, y lo aprobó (en sistema abierto, diríamos tal vez hoy).

Su mentor poético fue nada menos que Juan Ramón Jiménez, cuya influencia se pueda advertir quizás en la poesía de su primera época. Pero ella no tardó en encontrar una voz propia, intimista pero desprovista de sentimentalismos, y con una minuciosa urdimbre de palabras que apunta hacia la poesía pura de sus colegas generacionales. Estas características se encuentran, creo, groso modo, en todos los libros de la poeta.

Por amistad personal y por afinidad literaria, Ernestina de Champourcin estuvo muy cerca de los integrantes de la Generación del 27. Pero no fue por eso que alguien tan preocupado por la pureza poética como Gerardo Diego tuviera a bien incluirla en su célebre Antología poética de 1934, con lo que Ernestina quedó como la única mujer adscrita oficialmente a tan selecto grupo.

Casada para toda la vida (lo común en la época) con el también poeta Juan José Domenchina, secretario personal del presidente de España Manuel Azaña, Ernestina trabajó como enfermera durante los cruentos años de la guerra civil. Tras la derrota de la República, donde permanecieron hasta el final, el matrimonio se exiló en México.

Daniel Cosío Villegas, director del Fondo de Cultura Económica en la capital mexicana, les ofreció trabajar como traductores para esa prestigiada editorial. Gracias a ello pudieron ganarse la vida en su nuevo país. Con el tiempo, Ernestina de Champourcin tradujo medio centenar de libros, y su labor es de las más destacadas del siglo veinte en lo que se refiere a traducción literaria al español.

En 1972 regresó finalmente a España, donde recuperó el impulso poético que sólo estuvo latente durante su exilio, y publicó aún varios libros más. Sola, falleció en Madrid en 1999.

“Sólo allí” muestra de manera elocuente este tono intimista sin sentimentalismos que me parece advertir. Pero sobre todo este poema es una muestra sumamente delicada del manejo del verso libre.

Los primeros dos versos son de siete sílabas (tal vez anunciando con énfasis el no-lugar al que se refiere el poema); todos los siguientes son de catorce (o sea: alejandrinos). Pero fíjate como en cada verso se marca una pausa justo a la mitad (llamada cesura), con lo que el verso queda en perfecto equilibrio rítmico, con siete sílabas a cada lado.

(Por eso la primera parte de un verso puede terminar en sílaba aguda, como por ejemplo el primero de la segunda estrofa [“Sólo allí podrá ser.”], que, debido a la pausa natural luego de la vocal acentuada, cuenta como de siete sílabas.)

Ahora el verso libre:
Al leer el poema tu lectura queda en sintonía con la marcada cadencia que advertirás.
¡Pero no hay rimas!
(salvo al principio, aunque más que rima es redundancia)
Ni rimas, ni obstáculos, ni palabras forzadas.

La sencillez salta a la vista. Es decir: salta a la lectura.
Sin embargo, como te percatarás, tal sencillez está superpuesta a una delicadísima labor de brocado con las palabras y sus sentidos.


[Gonzalo Vélez]



Sólo allí
autora: Ernestina de Champourcin

Tú no sabes qué lejos.
¡Nadie sabe qué lejos!
Encima de las nubes, detrás de las estrellas,
al fondo del abismo en que se arroja el día,
sobre el monte invisible donde duerme la luz.

Sólo allí podrá ser. Sólo allí tocaremos
la verdad que tortura nuestras frentes selladas.
Sólo allí se abrirán como flores de aurora
aquellas lentas noches de amor en desvarío.

Nuestras manos lo piden tendidas al espacio
en un sordo anhelar que no engendra clamores,
nuestras plantas lo exigen tercamente aferradas
a las huellas que el viento indómito destroza.

El horizonte huye robando a cada hora
la secreta delicia que presagia el milagro.
Hay briznas de prodigio en todos los instantes
y el mundo, ciego, arde con vibración de altar.

Arrodilla tu fuerza. No hay glorias presentidas.
Palpita en certidumbre la carne de los sueños.
Si acunas la belleza que tu fervor concibe
florecerá en tu muerte su exacta encarnación.

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viernes, 3 de abril de 2009

Concha Méndez entre el soñar y el vivir

En busca de Concha Méndez a través de los intrincados vericuetos de la red di con un indicio de respuesta a una cuestión que nos ha venido intrigando sobre todo desde las últimas semanas, y quizás a ti también, acerca de por qué no hay mujeres en la Generación del 27.

La imagen que encontré, de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, me llevó al sitio de donde procede, el Blog de Javier Rioyo en El Boomeran(g) [http://www.elboomeran.com/] del 5 de junio de 2008, quien afirma categórico:
“En la generación del 27 no hay mujeres, aunque las hubiera”.
Y se refiere a continuación a Ernestina de Champurcín y, en especial, a Concha Méndez (1898-1986).

El presente artículo debe comenzar entonces con una FE DE ERRATAS por parte de este noctámbulo y a veces distraído comentarista en referencia a la entrega anterior, en la cual afirmaba que Concha Méndez había fallecido con Altolaguirre en un accidente de coche en la carretera cerca de Burgos. Y evidentemente no. Quien falleció fue la nueva esposa (una cubana), por la cual Altolaguirre la había dejado. Concha se quedó en la ciudad de México mucho tiempo más, hasta su muerte, casi a los 90 años.
Que la poeta, donde esté, nos disculpe…

Esta liberal joven madrileña de los años veinte, “amante de los deportes, del jazz, los viajes, moderna, sin sombrero y mujer libre en el amor”[JR] (o sea: esta valiente mujer que hizo su vida como mejor le pareció, a contrapelo de las rígidas convenciones sociales de su época), llegó un buen día a la Residencia de Estudiantes para obsequiarle su primer libro de poesía a Federico García Lorca. Y al hacerlo, iniciando así una buena amistad, ella se presentó, y se reveló, como la novia oculta de Luis Buñuel.

Resultó que Buñuel tenía un romance, o probablemente relaciones sexuales, con ella, pero no quería que sus amigos y colegas artistas se enteraran. Concha Méndez dejó a Buñuel y tiempo después se juntó con su siguiente amor, el poeta Manuel Altolaguirre, con quien se casó en 1932.

Con la guerra civil su itinerancia los lleva juntos a Londres, París, La Habana y finalmente en 1944 a Ciudad de México, donde la pareja se divorcia al poco tiempo. A Manuel le atrae cada vez más la cinematografía, y en México, ¡oh ironía!, termina volviéndose amigo íntimo de Luis Buñuel y trabajando con él para hacer cine.

Por su parte, acompañada o sola, Concha Méndez no perdió nunca su vitalidad, ni tampoco dejó de escribir. Fue una poeta bastante prolífica entre 1926 y 1945 (acaso su mejor libro sea Sombras y sueños, de 1944; existe edición de su poesía completa [Hiperión, 1995]). Pero a partir de esa fecha, y hasta 1979 (con Vida o río), no publica nada.

Al parecer, sin embargo, durante ese lapso escribió numerosas obras de teatro, las cuales no sólo no se pusieron en escena o permanecieron sin publicar, sino que existe mucho material inédito de la autoría de Concha Méndez que los investigadores aún deben rescatar del olvido.

Su amistad con García Lorca, Alberti y Luis Cernuda la congrega con la Generación del 27. Es una poeta correcta, conocedora de la literatura de su momento. Sus poemas de juventud son más bien lúdicos: canta por ejemplo al jazz y a la vida en la ciudad; más tarde en el exilio va refinando su poesía hasta encontrar un tono intimista propio.

Este poema proviene de Lluvias enlazadas, publicado en 1939 en La Habana por la pequeña editorial Verónica que Concha Méndez y Manuel Altolaguirre habían establecido en esa ciudad.
¿Podría una lectura malpensada adivinar aquí atisbos de su inminente divorcio de Altolaguirre?
¿Qué tú dirías?


[Gonzalo Vélez]



“Quisiera tener…”
autora: Concha Méndez

Quisiera tener varias sonrisas de recambio
y un vasto repertorio de modos de expresarme.
O bien con la palabra, o bien con la manera,
buscar el hábil gesto que pudiera escudarme…

Y al igual que en el gesto buscar en la mentira
diferentes disfraces, bien vestir el engaño;
y poder, sin conciencia, ir haciendo a las gentes,
con sutil manïobra, la caricia del daño.

Yo quisiera ¡y no puedo! ser como son los otros,
los que pueblan el mundo y se llaman humanos:
siempre el beso en el labio, ocultando los hechos
y al final… el lavarse tan tranquilos las manos.



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