lunes, 15 de diciembre de 2008

Efrén Rebolledo: Victoria de la carne

Esta pequeña perla de la poesía erótica está embrocada en esa rara joya que es Caro Victrix, la Victoria de la carne, de 1916, acaso el mejor poemario de un poeta mexicano a veces un tanto relegado: Efrén Rebolledo (1877-1929).

Tengo para mí que el maestro Rebolledo entró al servicio diplomático para marcharse lo más lejos posible de su natal Actopan, Hidalgo, lugar remoto donde en aquella época no había mucho futuro para la poesía.
Y de este modo llegó lo mismo a China que a Escandinavia.
Finalmente falleció en Madrid.

Cabe mencionar que sus treinta años como diplomático en los confines del mundo abarcaron la mayor parte de la revolución mexicana. Lo cual refuerza la idea de que prefería estar lejos que inmiscuirse en política:
¡sano ejemplo para todos los poetas!

La nota más destacada de la poesía de Efrén Rebolledo es su elegancia; más allá de que su lenguaje y sus modos sean los propios del modernismo, o sea de su época.
Muestra de tal refinamiento es este soneto.
Elegancia sin afectaciones.
Sobre todo al escribir poesía erótica en contraposición a una mojigatería tradicional y recalcitrante que en este país ha llegado a alcanzar grados sumos.

O no sé por qué, es un lenguaje, el modernista, que cada vez me suena menos afectado.
Será por el mundo hoy tan explícito y, cómo decir, deselegante, desafectado...
(tal vez sea mejor no decir nada).

En esta Posesión ella se entrega como "paloma agonizante", que al sucumbir al amor abre las piernas, quiero decir: las puertas, al paraíso del placer.
Y cuando llega a la culminación del momento, que pasa como un "torbellino", sus gemidos en palabras del poeta son de una belleza de lo más sensual.


Posesión
autor: Efrén Rebolledo

Se nublaron los cielos de tus ojos,
y como una paloma agonizante,
abatiste en mi pecho tu semblante
que tiñó el rosicler de los sonrojos.

Jardín de nardos y de mirtos rojos
era tu seno mórbido y fragante,
y al sucumbir, abriste palpitante
las puertas de marfil de tus hinojos.

Me diste generosa tus ardientes
labios, tu aguda lengua que cual fino
dardo vibraba en medio de tus dientes.

Y dócil, mustia, como débil hoja
que gime cuando pasa el torbellino,
gemiste de delicia y de congoja.



¿ Te gustó ? ¡ Ven y acércate suavemente a la poesía !



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