miércoles, 28 de enero de 2009

Stella Díaz Varín: Bella y tremenda

Tenía una voz grave y enérgica, capaz de sacudir a los mismísimos Andes. Un aura de dama ruda, cierto carisma de femme fatale que la envolvió hasta en los últimos días de su vida.
Bella y tremenda, y, además, poeta.

Recordemos de este modo a Stella Díaz Varín (1926-2006), que peculiarmente nació en un sitio llamado La Serena, en Chile. Stella quiso estudiar medicina, y en concreto: psiquiatría. Sin embargo, en Santiago, a donde llegó en 1947, se integró al grupo de escritores y creadores conjuntados por la Alianza de Intelectuales de Chile, que dirigía Pablo Neruda, y poco a poco la lucha de las ideas y la “mítica bohemia de El Bosco”, le atrajeron más que los estudios médicos.

Inserta en el ambiente cultural de la capital, en su vida tuvo contacto con toda la gama de estupendos y destacados poetas chilenos del siglo veinte. Primero con Vicente Huidobro y Pablo de Rokha –no tanto con Gabriela Mistral, supongo que por diplomáticas razones–, luego más cercanamente (aunque no tanto, creo) con Neruda.

Está vinculada a sus colegas de la Generación de 1950 (a la que pertenecieron, entre varios otros creadores, Enrique Lihn, José Donoso y Alejandro Jodorowsky), y finalmente, luego de haber dejado de publicar poesía por más de cinco lustros, fue una especie de puente para poetas chilenos que alcanzaron su madurez en la última década de su siglo.

A pesar de la cercana pléyade de posibles influencias, Stella Díaz Varín desarrolló una voz poética muy personal, alejada de antipoesías, de experimentos retóricos y del gusto por los reflectores que deleitaban a otros. Su poesía tiende a ser más bien discursiva, casi una charla en la que se pregunta, o nos pregunta, dónde se encuentra la Palabra escondida, aquélla capaz de nombrar a las cosas del mundo para volverlo comprensible, para aclarar sus contradicciones.

A Stella le duele la ruptura del compromiso como una falta contra la verdad, como una fractura a la Palabra, que supuestamente era inquebrantable. Pero ella no ceja, no se deja aplastar por el desánimo, y continúa, alma poeta, procurando la luz, orbitando un tanto al margen de la sociedad.

Imaginemos un alma joven en un cuerpo anciano, una señora de fino porte y presencia, fastidiada de que el cuerpo tenga fecha de caducidad. Veamos detrás de su fuerte carácter un afán de protección de todo lo valioso, de todo lo amado. Pensémosla en una última imagen con un cigarrillo y una copa de pisco. Y dejemos que se nos presente brevemente en un autorretrato.


[Gonzalo Vélez]


Breve historia de mi vida
autora: Stella Díaz Varín

Comando soldados.
Y les he dicho acerca del peligro
de esconder las armas
bajo las ojeras.
Ellos no están de acuerdo.
Y como están todo el tiempo discutiendo
siempre traen perdida la batalla.

Uno ya no puede valerse de nadie.
Yo no puedo estar en todo;
para eso pago cada gota de sangre
que se derrama en el infierno.

En el invierno, debo dedicarme
a oxidar uno que otro sepulcro.
Y en primavera, construyo diques
destinados a los naufragios.

Así es, en fin…
Las cuatro estaciones del año
no me contemplan, sino trabajando.

Enhebro agujas
para que las viudas jóvenes
cierren los ojos de sus maridos,
y desperdicio minutos, atisbando
a la entrada de una flor de espliego
de una simple abeja,
para separarla en dos,
y verla desplazarse:
la cabeza hacia el sur
y el abdomen hacia la cordillera.

Así es
como el día de Pascua de Resurrección
me encuentra fatigada,
y sin la sombra habitual
que nos hace tan humanos
al decir de la gente.




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*** *** ***

1 comentario:

javier dijo...

Honor y Gloria para ella...