viernes, 16 de enero de 2009

Gabriela Mistral: Risas y lágrimas

Difícil vida la de la poeta chilena Gabriela Mistral (1889-1957), cuya juventud estuvo signada por el abandono y el suicidio de sus seres cercanos, concretamente de sus hombres; mientras que su madurez, por los viajes, por una errancia o exilio justificado en un cargo consular.

El primero de ellos fue el padre, que un día dejó misteriosamente a su familia y se marchó del poblado donde nació y creció la pequeña Lucila Godoy, como se llamaba antes de cambiar su nombre. El segundo, el esposo que tuvo, que se suicidó. Y otro más: un sobrino que ella crió un poco como madre soltera, quien también se quitó la vida a los dieciocho años.

Como contraparte, su trayectoria literaria fue muy pulcra; desarrolló una voz poética singular, sincera y sin afectaciones. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1945, y en 1951 el Premio Nacional en Chile.

Las circunstancias (y la época) la volvieron una mujer fuerte y valiente, estudió para docente y fue maestra muchos años, y por méritos propios llegó al servicio diplomático y representó a su país en varias capitales del mundo.

Todo esto explicaría tanta amistad íntima con amigas, como la poeta brasileña Cecilia Meireles, y tanto poema erótico y cariñoso a mujeres amadas por su voz poética.

En el presente poema, aparecido creo que en Tala (1938), se aprecia esa voz en plena madurez. Pueden advertirse, quizás, ecos de Rubén Darío, pero a diferencia de las tendencias del modernismo, Gabriela Mistral carece de retórica. Va directo al punto, como verás.

Vale la pena advertir la métrica, poco usual en español, de versos de nueve sílabas (¿lo cual sería acaso otro eco dariesco?). Y alude a temas que le eran caros: el amor, el desamor, el desencanto, la muerte, todo imbuido de una peculiar religiosidad panteísta.

Comienza aquí doña Gabriela como en algunas partes de Darío donde los poemas son cuentos de princesas y reinos lejanos. Pero es un poema terrenal, crudo, que al mismo tiempo es una narración de la vida en la que todos podemos sentirnos identificados de una u otra manera.
Con toda la aparente inocencia y la ligereza del lenguaje, el poema es desolador.


[Gonzalo Vélez]



Todas íbamos a ser reinas
autora: Gabriela Mistral

Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia
y Lucila con Soledad.

En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.

Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos, decíamos,
indudables como el Korán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.

Y de ser grandes nuestros reinos,
ellos tendrían, sin faltar,
mares verdes, mares de algas
y el ave loca del faisán.

Y de tener todos los frutos,
árbol de leche, árbol del pan,
el guayacán no cortaríamos
ni morderíamos metal.

Todas íbamos a ser reinas,
y de verídico reinar;
pero ninguna ha sido reina
ni en Arauco ni en Copán...

Rosalía besó marino
ya desposado con el mar,
y al besador, en las Guaitecas,
se lo comió la tempestad.

Soledad crió siete hermanos
y su sangre dejó en su pan,
y sus ojos quedaron negros
de no haber visto nunca el mar.

En las viñas de Montegrande,
con su puro seno candeal,
mece los hijos de otras reinas
y los suyos nunca-jamás.

Efigenia cruzó extranjero
en las rutas, y sin hablar,
le siguió, sin saberle nombre,
porque el hombre parece el mar.

Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.

En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
en los ríos ha visto esposos
y su manto en la tempestad.

Pero en el valle de Elqui, donde
son cien montañas o son más,
cantan las otras que vinieron
y las que vienen cantarán:

«En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar».


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