lunes, 5 de enero de 2009

Xavier Villaurrutia: estatuas y reflejos

El más exquisito de los poetas exquisitos que se agruparon en torno a la revista Contemporáneos en el México de los años treintas del siglo veinte fue quizás Xavier Villaurrutia (1903-1950), nacido en la ciudad de México.


Tanta exquisitez suena fácilmente a pedantería, y ciertamente puede haber algo de ello en la postura pública o literaria de este grupo, al que se adscribieron también algunos pintores no-alineados con el arte oficial en ciernes de la época. Sin embargo, tendríamos que entender esta actitud como una especie de reacción de defensa de la alta cultura, en el contexto de un país recién salido de una revolución de corte social.


El caso es que Contemporáneos se convirtió en un importante espacio de diálogo y de reflexión, y cumplió un papel similar al que desempeñaban en la misma época la Revista de Occidente en España y Sur en Argentina, en cuanto a la traducción y difusión de artículos sobre literatura y pensamiento y la publicación de textos literarios.


Villaurrutia, quien también fue dramaturgo, suele vestir sus poemas con ambientes nocturnos y referirse a una soledad irresoluble, a la que alude siempre con notable embelezo.


A veces parece incluso que se regodea en tal estado, que es el de la búsqueda de un amor homosexual inalcanzable, pues, como lo sugiere este Nocturno a la estatua, dedicado al pintor Agustín Lazo, es un amor que se resume en su propia imagen frente al espejo.


Pero qué decir: Xavier Villaurrutia nos dejó unos poemas bellísimos.



[Gonzalo Vélez]








Nocturno a la estatua



autor: Xavier Villaurrutia

Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las flechas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir: «estoy muerta de sueño».






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