Acaso por algunos tonos de romanticismo, “ternura y llanto” era lo que encontraba Federico García Lorca en la obra del poeta nacido en Málaga Manuel Altolaguirre (1905-1959), el menor de los adscritos a la Generación del 27 (si consideramos a Miguel Hernández como un caso aparte).
Altolaguirre era, en efecto, casi quince años más joven que Pedro Salinas, y él mismo expresó alguna vez que su poesía “se sentía hermana menor de la de Salinas”.
Lo que sucedía, se me ocurre, es que Manuel Altolaguirre tomaba todo lo que hacía con un distinto grado de seriedad; era “distraído”, decían. Lo que sí, es que le interesaron muchas cosas: estudió derecho, aunque nunca ejerció, y a la par que destacaba como poeta, lo hacía también como editor e impresor.
Tal vez en términos generales carezca la poesía de Altolaguirre del delicado trabajo como de orfebrería que caracteriza la obra de otros colegas suyos; a cambio es un poeta intuitivo, fresco, mucho más espontáneo, transparente, como si en cierto modo hubiera escrito con la cabeza en las nubes, y no en las palabras que otros tallaban igual que diamantes.
Con motivo de la guerra civil en España, Manuel Altolaguirre emigró con su esposa, la también poeta Concha Méndez, a América, estableciéndose primero en Cuba y posteriormente en México, donde su acercamiento al arte cinematográfico se volvió cada vez mayor.
En dicho país fue guionista, productor y director. No parece que le haya ido mal. Colaboró con Luis Buñuel, amigo suyo de los días de Madrid, y por Subida al cielo obtuvo un premio en Cannes y otro en México por mejor argumento.
Él mismo dirigió una película, Cantar de los Cantares, que se presentó en el Festival de Cine de San Sebastián en 1959. Esto propició su regreso a España. Ahí, de manera trágica en un accidente automovilístico cerca de Burgos, fallecieron Concha Méndez y Manuel Altolaguirre.
El poeta sabía que quien contempla las nubes puede reconocer en la libertad de sus formas los más rebuscados símiles con sus fantasías, y también, que al voltear de nuevo a ver esas fantasías materializadas en vapor, como si de un sueño se tratara, las formas ya no están ahí y las nubes se disolvieron.
(El retrato es de José Moreno Villa.)
[Gonzalo Vélez]
La nube
autor: Manuel Altolaguirre
Oh libertad errante, soñadora,
desnuda de verdor, libre de venas,
arboleda del mar, errante nube;
si en lluvia el desengaño te convierte,
la forma de mi copa podrá darte
una pequeña sensación de cielo.
Vuelve a la tierra, oh mar, vuelve a la vida,
a las cadenas de los largos ríos,
a las prisiones de los hondos lagos;
vuelve afiliada a penetrar mil veces
angostos laberintos vegetales.
¡Oh libertad, tus puertas son heridas!
No las quieras abrir, sigue encerrada
en la sedienta piel o te sostenga
el inclinado cauce del torrente.
Todo sueño que es nube se deshace.
Vuelva a brillar el sol, pues la blancura
de esa ilusión de libertad celeste
es tan sólo una sombra hecha jirones.
No sueñe más el agua, y tenga vida
en la savia o la sangre, tenga sólo
en mí su libertad, libre en mis lágrimas.
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lunes, 30 de marzo de 2009
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