viernes, 20 de marzo de 2009

Rafael Alberti y El Jardín de las Delicias

Siempre será delicada la relación de la poesía con el compromiso ideológico, y más delicado resulta acaso referirse al asunto sin la compañía de un buen corpus de sesudos argumentos.

Además, tengo para mí que el compromiso ideológico fue una experiencia humana completamente distinta antes de la segunda guerra mundial, durante la guerra fría y después de la caída del muro de Berlín. Y acaso esa manera de entender el mundo, moderna, romántica, (bi)polar y veintesca, haya perecido bajo los escombros de las torres gemelas.

En la medida en que el mundo ha empequeñecido y van quedando atrás los tiempos (anteriores a la televisión y sus secuelas) en que se creía que la utopía social estaba al alcance de la mano, tenderemos a teorizar cada vez más la época, y nos alejaremos de la circunstancia real, crudísima y crudelísima, que significó la confrontación a muerte de conciudadanos, amigos, familiares, hermanos.

Esto viene a cuento, creo, en torno a la militancia política del excelente poeta nacido en Cádiz Rafael Alberti (1902-1999), lo cual tras la derrota de la República Española le obligó a exilarse en Argentina y luego en Italia durante todo el periodo franquista.

Siempre me ha intrigado el contraste entre un militante con una postura ideológica radical bien definida (y además amigo personal de José Stalin y de Fidel Castro), y un poeta con una voz tan ligera y sencilla y creadora de embeleso. Sobre todo cuando ambos son la misma persona.

Entonces, en vez de tópicos como por ejemplo el de Con los zapatos puestos tengo que morir (1930), en lo personal prefiero al Rafael Alberti juguetón y musical, el que canta al mar y los marineros, y sobre todo el Alberti de los sensuales poemas eróticos.

Rafael Alberti siempre estuvo cerca de la pintura, como pintor en ciernes y como observador. Escribió una magnífica serie de homenajes poéticos a pintores y a algunas de sus obras. Y en particular el que se refiere a El Bosco es uno de los poemas más lúdicos y desenfadados que conozco.

Como recordarás, Hyeronimus Bosch (1450-1516) “El Bosco”, ese pintor flamenco medio alucinado que tanto le gustaba a Felipe Segundo, pintó el retablo El Jardín de las Delicias, buscando plasmar los tormentos sadomasoquistas que aguardarían a las almas malas en el Infierno.

La magia del poeta Alberti transforma aquí esa idea pictórica de sufrimiento en un delicioso juego de palabras.


[Gonzalo Vélez]



El Bosco
autor: Rafael Alberti

El diablo hocicudo,
ojipelambrudo,
cornicapricudo,
pernicolimbrudo
y rabudo,
zorrea,
pajarea,
mosquicojonea,
humea,
ventea,
peditrompetea
por un embudo.

Amar y danzar,
beber y saltar,
cantar y reír,
oler y tocar,
comer, fornicar,
dormir y dormir,
llorar y llorar.

Mandroque, mandroque,
diablo palitroque.

¡Pío, pío, pío!
Cabalgo y me río,
me monto en un gallo
y en un puercoespín,
un burro, en caballo,
en camello, en oso,
en rana, en raposo
y en un cornetín.

Verijo, verijo,
diablo garavijo.

¡Amor hortelano,
desnudo, oh verano!
Jardín del Amor.
En un pie el manzano
y en cuatro la flor.
(Y sus amadores,
céfiros y flores
y aves por el ano.)

Virojo, pirojo,
diablo trampantojo.

El diablo liebre,
tiebre,
sítiebre
notiebre,
sipilitiebre,
y su comitiva
chiva,
estiva,
sipilipitriva,
cala,
empala,
desala,
traspala,
apuñala
con su lavativa.

Barrigas, narices,
lagartos, lombrices,
delfines volantes,
orejas rodantes,
ojos boquiabiertos,
escobas perdidas,
barcas aturdidas,
vómitos, heridas,
muertos.

Predica, predica,
diablo pilindrica.

Saltan escaleras,
corren tapaderas,
revientan calderas.
En los orinales
letales, mortales,
los más infernales
pingajos, zancajos,
tristes espantajos
finales.

Guadaña, guadaña,
diablo telaraña.

El beleño,
el sueño,
el impuro,
oscuro,
seguro,
botín,
el llanto,
el espanto
y el diente
crujiente
sin
fin.

Pintor en desvelo:
tu paleta vuela al cielo,
y en un cuerno,
tu pincel baja al infierno.




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