viernes, 3 de abril de 2009

Concha Méndez entre el soñar y el vivir

En busca de Concha Méndez a través de los intrincados vericuetos de la red di con un indicio de respuesta a una cuestión que nos ha venido intrigando sobre todo desde las últimas semanas, y quizás a ti también, acerca de por qué no hay mujeres en la Generación del 27.

La imagen que encontré, de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, me llevó al sitio de donde procede, el Blog de Javier Rioyo en El Boomeran(g) [http://www.elboomeran.com/] del 5 de junio de 2008, quien afirma categórico:
“En la generación del 27 no hay mujeres, aunque las hubiera”.
Y se refiere a continuación a Ernestina de Champurcín y, en especial, a Concha Méndez (1898-1986).

El presente artículo debe comenzar entonces con una FE DE ERRATAS por parte de este noctámbulo y a veces distraído comentarista en referencia a la entrega anterior, en la cual afirmaba que Concha Méndez había fallecido con Altolaguirre en un accidente de coche en la carretera cerca de Burgos. Y evidentemente no. Quien falleció fue la nueva esposa (una cubana), por la cual Altolaguirre la había dejado. Concha se quedó en la ciudad de México mucho tiempo más, hasta su muerte, casi a los 90 años.
Que la poeta, donde esté, nos disculpe…

Esta liberal joven madrileña de los años veinte, “amante de los deportes, del jazz, los viajes, moderna, sin sombrero y mujer libre en el amor”[JR] (o sea: esta valiente mujer que hizo su vida como mejor le pareció, a contrapelo de las rígidas convenciones sociales de su época), llegó un buen día a la Residencia de Estudiantes para obsequiarle su primer libro de poesía a Federico García Lorca. Y al hacerlo, iniciando así una buena amistad, ella se presentó, y se reveló, como la novia oculta de Luis Buñuel.

Resultó que Buñuel tenía un romance, o probablemente relaciones sexuales, con ella, pero no quería que sus amigos y colegas artistas se enteraran. Concha Méndez dejó a Buñuel y tiempo después se juntó con su siguiente amor, el poeta Manuel Altolaguirre, con quien se casó en 1932.

Con la guerra civil su itinerancia los lleva juntos a Londres, París, La Habana y finalmente en 1944 a Ciudad de México, donde la pareja se divorcia al poco tiempo. A Manuel le atrae cada vez más la cinematografía, y en México, ¡oh ironía!, termina volviéndose amigo íntimo de Luis Buñuel y trabajando con él para hacer cine.

Por su parte, acompañada o sola, Concha Méndez no perdió nunca su vitalidad, ni tampoco dejó de escribir. Fue una poeta bastante prolífica entre 1926 y 1945 (acaso su mejor libro sea Sombras y sueños, de 1944; existe edición de su poesía completa [Hiperión, 1995]). Pero a partir de esa fecha, y hasta 1979 (con Vida o río), no publica nada.

Al parecer, sin embargo, durante ese lapso escribió numerosas obras de teatro, las cuales no sólo no se pusieron en escena o permanecieron sin publicar, sino que existe mucho material inédito de la autoría de Concha Méndez que los investigadores aún deben rescatar del olvido.

Su amistad con García Lorca, Alberti y Luis Cernuda la congrega con la Generación del 27. Es una poeta correcta, conocedora de la literatura de su momento. Sus poemas de juventud son más bien lúdicos: canta por ejemplo al jazz y a la vida en la ciudad; más tarde en el exilio va refinando su poesía hasta encontrar un tono intimista propio.

Este poema proviene de Lluvias enlazadas, publicado en 1939 en La Habana por la pequeña editorial Verónica que Concha Méndez y Manuel Altolaguirre habían establecido en esa ciudad.
¿Podría una lectura malpensada adivinar aquí atisbos de su inminente divorcio de Altolaguirre?
¿Qué tú dirías?


[Gonzalo Vélez]



“Quisiera tener…”
autora: Concha Méndez

Quisiera tener varias sonrisas de recambio
y un vasto repertorio de modos de expresarme.
O bien con la palabra, o bien con la manera,
buscar el hábil gesto que pudiera escudarme…

Y al igual que en el gesto buscar en la mentira
diferentes disfraces, bien vestir el engaño;
y poder, sin conciencia, ir haciendo a las gentes,
con sutil manïobra, la caricia del daño.

Yo quisiera ¡y no puedo! ser como son los otros,
los que pueblan el mundo y se llaman humanos:
siempre el beso en el labio, ocultando los hechos
y al final… el lavarse tan tranquilos las manos.



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