viernes, 27 de marzo de 2009

MIguel Hernández y la tristeza de las cebollas

La trinchera del escritorio donde un poeta que se piensa a sí mismo “comprometido” con una causa combativa, siempre es un sitio más seguro que el foso excavado a duras penas donde resuenan balas reales, y donde además de cuidar su vida el poeta-soldado eventualmente tiene que disparar también…

Si hay un caso patético de la trasnochada noción del caballero de letras y armas llevada al sarcasmo, es el de Miguel Hernández (1910-1942). Porque tuvo ideales; porque combatió por ellos; porque perdió; porque no supo escapar; por su muerte estúpida, apenas a la edad de 31.

La vida de Miguel Hernández parece envuelta por un aura de tristeza, a veces con hondos tonos melodramáticos, de lo cual me parece que él no podía percatarse cabalmente. Con todo, su biografía ilustra de manera un tanto cruel las diferencias sociales entre la ciudad y el campo en su época, pero sobre todo encarna en su persona esa lucha fraticida, suicida, que fue la guerra civil en España.

Nació en Orihuela, al sur de la provincia de Alicante. Tuvo seis hermanos, pero tres de ellos murieron siendo niños. El papá quería que su hijo se convirtiera en un excelente pastor de ovejas, y Miguel apenas y fue a la escuela.

Tuvo la suerte de que un buen amigo, más culto y pudiente que él, advirtiera en su compañero pastor un talento poético extraordinario que había que desarrollar. Miguel descubre que además de leer poemas también es capaz de escribirlos, y así en esa primera época trata poéticamente la vida en el campo.

Madrid le debe haber parecido como Babilonia a Miguel Hernández en sus dos estancias, en 1931 y 1934. Ahí se relacionó y trabó amistad con los poetas ya consagrados, como Aleixandre, Alberti, y Pablo Neruda, que se encontraba ahí.

Cuando estalla la guerra él se alista sin dudarlo en el ejército popular de la República. Tal vez porque él no era señorito, o porque estaba llamado a la intensidad y a una vida efímera (de lo cual no es posible desprender su poesía), se pasó toda la guerra combatiendo.

Durante una breve licencia se casa. Su mujer queda embarazada. El hijo nace, pero muere a los pocos meses. Él continúa en el frente, y en sus descansos escribe. En 1939 nace su segundo hijo. Franco declara el fin de la guerra. Miguel Hernández es detenido en la frontera con Portugal. Lo encarcelan; pasa por todas las prisiones de España; contrae tuberculosis; muere.

El contexto de este poema, que es una canción de cuna de las cebollas, es una carta en la que su esposa le comenta que él debía alegrarse, pues aparte de cebollas había conseguido pan para comer, de modo que podría alimentar a su hijo con leche que fuera algo más que jugo de ese tubérculo.

El sentido humano de la poesía de Miguel Hernández radica, acaso, en esa manera vital de fundir indisolublemente la amargura y la esperanza, la miseria y la alegría.
Veamos qué te parece…


[Gonzalo Vélez]



Nanas de la cebolla
autor: Miguel Hernández

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en lunas
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.



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