viernes, 6 de marzo de 2009

Pedro Salinas en pos de la luz

Escribir poesía sobre el amor exige una delicadeza digna de un neurocirujano al operar a un paciente con la tapa de los sesos abierta y el cerebro expuesto.

La gente que se enamora cree que descubre todo por primera vez, y en ese trance endorfínico en el que la persona enamorada pierde las nociones del mundo exterior y nada le importa más que sólo ver su enamoramiento, escribir sobre el amor puede desbordarse fácilmente al inmenso territorio de la cursilería.

Si en general asociamos al romanticismo, aunque sea en términos burdos, con un alma sensible y solitaria que contrapone su espíritu heroico a fuerzas descomunales y oscuras que se le enfrentan, como la naturaleza indómita o el desamor, etcétera, entonces el poeta español Pedro Salinas (1891-1951) es instintivamente anti-romántico.

Su brillante trayectoria como académico –Lector de Español en la Sorbona y en Cambridge, y luego en América catedrático en la Universidad John Hopkins y en la Universidad de Puerto Rico– sólo parece constatar esa vocación hacia la luz, y quizás sería fácil imaginarlo como un “carácter apolíneo”, si es que tal cosa existe.

En la poesía de Pedro Salinas el amor no aparece como sufrimiento, sino como una fuerza vital iluminadora que guía los pasos del poeta, o de quien esté vivo, a través del juego que es la vida. Por eso, en opinión de Luis Cernuda, para Pedro Salinas el arte es un juego.

Acaso lo mejor de la poesía amorosa de Pedro Salinas se encuentre en sus libros publicados antes de la Guerra Civil. En 1936 se exilia voluntariamente en Estados Unidos, de donde no habría de regresar. Las secuelas de la guerra y su permanencia en ese país lo impactaron profundamente:

Conozco la gran paradoja: que en los cubículos de los laboratorios, celebrados templos del progreso, se elabora del modo más racional la técnica del más infinito regreso del ser humano: la vuelta del ser al no ser.

Este poema, de Todo más claro (1949), su último libro publicado en vida, da cuenta de la pulsión lumínica a la que me refiero: optimismo que las más negras nubes fueron incapaces de opacar.

El título remite al célebre poema místico de San Juan de la Cruz, En una noche oscura…, en el que (desde esa lectura mística) el alma sale, “en ansias inflamada”, de su aposento en busca de la luz de la divinidad.

Fíjate cómo aquí el trance dramático a través de las tinieblas se enfatiza con la terminación aguda (o sea acento en la última sílaba del verso, lo que exige a continuación una pausa o silencio) en la mayoría de los heptasílabos (siete sílabas) de este poema.


[Gonzalo Vélez]



En ansias inflamada
autor: Pedro Salinas

¡Tinieblas, más tinieblas!
Sólo claro el afán.
No hay más luz que la luz
que se quiere, el final.
Nubes y nubes llegan
creciendo oscuridad.
Lo azul, allí, radiante,
estaba, ya no está.
Se marchó de los ojos,
vive sólo en la fe
de un azul que hay detrás.
Avanzar en tinieblas,
claridades buscar
a ciegas. ¡Qué difícil!
Pero el hallazgo, así,
valdría mucho más.
¿Será hoy, mañana, nunca?
¿Será yo el que la encuentre
o ella me encontrará?
¿Nos buscamos o busca
sólo mi soledad?
Retumban las preguntas
y los ecos contestan:
“Azar, azar, azar.”
¡Y ya no hay que arredrarse:
ya es donación la vida,
es entrega total
a la busca del signo
que la flor ni la piedra
nos quieren entregar!
¡Tensión del ser completo!
¡Totalidad! Igual
al gran amor en colmo
buscando claridad
a través del misterio
nunca bastante claro
por desnudo que esté,
de la carne mortal.



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