lunes, 25 de mayo de 2009

Idea Vilariño y la idea del beso

La idea del poeta –más precisamente de determinada subespecie de poeta– como un ser taciturno y amable, solitario y benevolente, autosuficiente en apariencia, con la cabeza en otro planeta y una fortaleza interna extraordinaria de la que no se percata y a la que no da importancia, corresponde de manera digamos “ideal” con la idea que podemos hacernos de la poeta de Montevideo Idea Vilariño (1920-2009).

Lo anecdótico:
Su padre era anarquista; inferimos que de ahí su nombre de pila.
Nació y murió con días de diferencia en relación con Mario Benedetti, y al igual que él se le incluye en la llamada Generación del 45 de escritores de Uruguay; a ésta perteneció también Juan Carlos Onetti, quien fue compañero sentimental de Idea Vilariño buen parte de su vida, y en quien pensó al escribir buena parte de sus poemas.

Su voz es sin duda de las destacadas de la poesía en nuestra lengua en el siglo veinte. Sin embargo, escribir poemas era para ella un acto más bien íntimo, y en su dedicación a la literatura también había otras prioridades, eventualmente más importantes que difundir su obra a gran escala:

Participó, por ejemplo, en la aventura de varias revistas literarias independientes. Destacó como traductora de Shakespeare. Fue maestra de literatura a nivel secundaria veinte años, hasta el golpe de estado en su país (1973). Tras el fin de la dictadura militar le fue otorgada la cátedra de literatura uruguaya en la Universidad de la República.

Idea Vilariño escribió poesía de puertas para adentro. En sus poemas, escribir y vivir y amar aparecen fundidos en una sola amalgama íntima que acaso nunca estuvo destinada a más ojos que a los suyos propios, o eventualmente a los de su amante.

Esta anatomía de un beso es una delicia. El poema tiene un ritmo vibrante, absorbente, similar al de un beso mismo, al grado que se vuelve casi discursivo, casi arrebato amatorio puesto en palabras, y así resulta bastante fácil pasar por alto su arquitectura.

Pero ahí está: precisos pulidos alejandrinos, o sea versos de catorce sílabas, intercalados de cuando en cuando con inhalaciones de siete sílabas. Y en esa cuidadosa disposición métrica es donde se sustenta, desde la perspectiva técnica, la intensidad de este poema; y es así, de manera inadvertida, que la lectura se hace ávida, como hecha de jadeos de rechupete.


[Gonzalo Vélez]



“Cuando una boca suave boca dormida besa...”
autora: Idea Vilariño

Cuando una boca suave boca dormida besa
como muriendo entonces,
a veces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.
Ah, noches silenciosas, de oscuras lunas suaves,
noches largas, suntuosas, cruzadas de palomas,
en un aire hecho manos, amor, ternura dada,
noches como navíos...
Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
sabe ah, demasiado, sin tregua, y ve que ahora
el mundo le deviene un milagro lejano,
que le abren los labios aún hondos estíos,
que su conciencia abdica,
que está por fin él mismo olvidado en el beso
y un viento apasionado le desnuda las sienes,
es entonces, al beso, que descienden los párpados,
y se estremece el aire con un dejo de vida,
y se estremece aún
lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
el terciopelo ahora de la voz, y, a veces,
la ilusión ya poblada de muertes en suspenso.



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martes, 19 de mayo de 2009

Mario Benedetti se nos fue

Mario Benedetti (1920-2009) será recordado sobre todo por su entusiasmo solidario. El poeta uruguayo gozó de la buena (¿buena?) estrella de ser archiconocido en vida, por lo menos archiconocido en todos los rincones del globo en los que se habla español –probando que la patria nuestra lingüística es inmensa y transnacional.

Durante medio siglo Benedetti fue convidado infaltable a las tertulias de la izquierda “decente” en todo el hispanomundo, si no en persona (lo que seguramente a él le hubiera encantado), sí en citas, o siquiera mencionado por gente “progresista” para darse aires de “culta” pero sin parecer “pequeñoburguesa”.

En lo que se refiere a poesía, lo de Benedetti definitivamente no era la factura preciosista ni la conciencia del lenguaje. Me parece que al tema erótico nunca lo supo deslindar de enfoques morales. Su visión de la política, de la revolución, de la utopía, en fin, suele pecar de banal, planteando un sencillo mundo donde sólo hay “buenos” (MB y todos sus compañeros) y “malos” (los demás).
¿Entonces?

A cambio Mario Benedetti contó siempre con un carisma incuestionable, que al final le dio, acaso, mayor presencia a él que ha su no poco copiosa obra: 36 poemarios, 18 libros de cuentos, 9 novelas, 4 obras teatrales, 16 libros de ensayos. No sé en qué medida esta simpatía esté apoyada también en la desgracia de haber padecido la dictadura militar en Uruguay, acaso la más cruenta de cuantas asolaron en general a los países hispánicos en el siglo veinte.

Cosas así marcan. Por eso Benedetti apela a la fácil indignación de quien se da cuenta por primera vez de las atrocidades que existen y se comenten en el mundo, y al sano y encomiable deseo de cambiar la(s) situación(es) (con la intención, en principio, de mejorar la existencia).

Lo cual, también en principio, supongo, está muy bien. Pero igualmente hay quienes piensan que para la poesía va antes la conciencia de las palabras que la conciencia política; que para que haya poesía (háblese de lo que se hable) tiene que haber sonoridad y brillantez en el lenguaje, plasticidad y sensorialidad en las imágenes conseguidas con palabras, y otros aspectos de naturaleza similar.

Y es que lo siento mucho. No todo lo que es sexo es erotismo. Y no toda frase escrita en tres renglones sucesivos genera tres versos de poesía.

De don Mario nos quedamos con su optimismo y su bienintencionada disposición, con su magnetismo para hacerse de tantos lectores, y con su peculiar apasionamiento, que no se pone en duda.

En lo personal, el siguiente es mi poema de Benedetti. Aunque no muy complejo en cuanto a su planteamiento (o o no, repitiendo la enumeración pero con el signo invertido), lo atesoro de épocas universitarias, cuando uno buscaba las fórmulas para cambiar las injusticias del mundo, al menos en intención. La vida era descubrimiento, y todo descubrimiento era sensible, dramático, pasional.


[Gonzalo Vélez]




No te salves
autor: Mario Benedetti

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino

y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.



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viernes, 15 de mayo de 2009

Rosalía de Castro en primavera

Ser protagonista principal del llamado resurgimiento, o rexurdimento, de la literatura en lengua gallega en el siglo diecinueve no habría sido poco mérito. Pero además, Rosalía de Castro (1837-1885), nacida el mismo año del suicidio de Larra, fue una de las figuras más relevantes del romanticismo español.

Por sus orígenes, bien podría pensarse en una personalidad desgarrada y tortuosa, propia del sentimiento romántico que era el espíritu de su época. Su madre la concibió estando soltera, y además, quizás cosa más escandalosa para la época, su padre fue un sacerdote.

Por las circunstancias, supongo, creció con unas tías hasta que su madre pudo hacerse cargo de ella, y para 1850, a sus trece años, estaba ya viviendo de vuelta en su natal Santiago de Compostela. Y ahí recibió una educación esmerada, acaso algo que en aquellas fechas tampoco era muy común para una mujer.

Sin embargo no fue así.
Es decir: en su vida no hubo nada de desgarramientos del espíritu ni de torturas necrófilas ni de soledades desoladas ni de desfases con el mundo.

Más bien al contrario. Se casó con un buen hombre, Manuel Murguía, escritor y funcionario, quien le dio siete hijos y un matrimonio feliz, además de apoyarla completamente en su vocación literaria. Al parecer, nada le faltó.

Además, sus novelas y libros de poesía encontraron durante su vida relativo éxito lo mismo en Madrid que en Galicia, Cataluña y Cuba.

Entonces, el romanticismo poético de Rosalía de Castro carece más bien de desbordes de la pasión, y me resulta más parecido a ciertas atmósferas de paisajes del impresionismo en pintura. En efecto, sus poemas, en su gran mayoría breves, como pequeñas gemas, suelen referirse a la naturaleza, ya sea describiéndola o relacionándola como analogía con alguna sensación íntima.

Y en general la voz poética se muestra predominantemente ecuánime y satisfecha, peculiarmente lejos de la religión, incluso de panteísmos, y más cerca de una conciencia individual que percibe y describe el mundo desde su visión única, empleando para ello un lenguaje pulcro pero directo, evadiendo retóricas, mitologías y demás complicaciones.

Con una extensión algo mayor al aliento breve usual de Rosalía de Castro, “Estaciones” es ilustrativo al respecto, y nos lleva, más que a reflexionar, a sentirnos en diversas etapas de la vida.


[Gonzalo Vélez]



Estaciones
autora: Rosalía de Castro

Adivínase el dulce y perfumado
calor primaveral;
los gérmenes se agitan en la tierra
con inquietud en su amoroso afán,
y cruzan por los aires, silenciosos,
átomos que se besan al pasar.
Hierve la sangre juvenil; se exalta
lleno de aliento el corazón, y audaz
el loco pensamiento sueña y cree
que el hombre es, cual los dioses, inmortal.
No importa que los sueños sean mentira,
ya que al cabo es verdad
que es venturoso el que soñando muere,
infeliz el que vive sin soñar.
¡Pero qué aprisa en este mundo triste
todas las cosas van!
¡Que las domina el vértigo creyérase!…
la que ayer fue capullo, es rosa ya,
y pronto agostará rosas y plantas
el calor estival.
Candente está la atmósfera;
explora el zorro la desierta vía:
insalubre se torna
del limpio arroyo el agua cristalina,
el pino aguarda inmóvil
los besos inconstantes de la brisa.
Imponente silencio
agobia la campiña;
sólo el zumbido del insecto se oye
en las extensas y húmedas umbrías;
monótono y constante
como el sordo estertor de la agonía.
Bien pudiera llamarse, en el estío,
la hora del mediodía,
noche en que al hombre de luchar cansado
más que nunca le irritan,
de la materia la imponente fuerza
y del alma las ansias infinitas.
Volved, ¡oh, noches de invierno frío,
nuestras viejas amantes de otros días!
Tornad con vuestros hielos y crudezas
a refrescar la sangre enardecida
por el estío insoportable y triste…
¡Triste!… ¡Lleno de pámpanos y espigas!
Frío y calor, otoño o primavera,
¿dónde…, dónde se encuentra la alegría?
Hermosas son las estaciones todas
para el mortal que en sí guarda la dicha;
mas para el alma desolada y huérfana,
no hay estación risueña ni propicia.


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lunes, 11 de mayo de 2009

José Zorrilla y el Más Allá

La pugna violenta y constante entre las facciones liberales y las facciones conservadoras de la política marcó el siglo diecinueve de la gran mayoría de los países de habla hispana, España incluida.

José Zorrilla (1817-1893) se consideraba a sí mismo conservador a ultranza. Su padre tuvo que exiliarse en 1833, a la muerte del rey Fernando VII. Pero como José quería ser escritor, y no dedicarse a algo de provecho, su padre lo desheredó. Y este suceso fue un estigma toda su vida.

Zorrilla se dio a conocer en 1837. El gran intelectual español de la primera mitad del siglo, Mariano José de Larra, se había suicidado a los 27 años de edad, y ante su tumba los principales literatos de la época recitaron poemas escritos especialmente para la ocasión. Y los del joven de veinte años fueron los más aclamados.

Un tiempo salió de España y se instaló en México, llegando a ser cercano del emperador Maximiliano, cuando la intervención europea en ese país. En algún sitio comenta haber ido a ver una lamentable puesta de su Tenorio, donde el Don Juan habría hablado en otomí, según su virulenta crónica.

Con la deposición de Maximiliano, Zorrilla volvió a su país, y continuó su vida de estrecheces económicas. Apenas hasta su muerte fue reconocido (igual por liberales y conservadores) como el notable escritor que es.

Para expresar su nostalgia, impostada o no, por épocas pasadas que habrían sido mejores, por qué no habrían de recurrir en España los románticos al romance, que finalmente es una forma literaria surgida en la Edad Media y muy propia de nuestra lengua.

Sólo muchos años más tarde adquirió el romance sus connotaciones amorosas, e incluso actualmente hasta de aventura sexual extramarital. Pero antes que eso significaba la figura poética siguiente: para cada cuatro versos, el verso 1 y el verso 3 no riman, mientras que el 2 y el 4 tienen rima asonante.

Por lo demás, la gran mayoría de las veces se emplean versos octosílabos. ¿Por qué? Porque es un aliento muy práctico para contar algo, que es precisamente lo que los romances hacen. Recordemos que los primeros romances propiamente dichos fueron cantares de gesta y libros de caballerías.

Fíjate como el poema se vuelve muy discursivo, muy favorable para la narración, pero al mismo tiempo el ritmo estricto, con pocas variaciones en las sílabas donde pueden caer los acentos, pero sobre todo la rima sutil, bastante diluida, le dan al romance su carácter tan particular.

En vez de una mítica Edad Media, Zorrilla se remonta aquí a la época de las guerras de Flandes, ocurridas tres siglos atrás, con las que España buscaba consolidar su hegemonía en los Países Bajos. Siendo el teatro la veta principal del autor de Don Juan Tenorio, sus poemas históricos conservan esa intensidad dramática que invita a leerlos en voz alta, y se prolongan a lo largo de varios actos.

“A buen juez mejor testigo”, por ejemplo, tiene seis actos y un epílogo. Como en otras de sus obras, a José Zorrilla le interesaban el tema del honor (es decir, básicamente el valor de la palabra empeñada) y el de la justicia, con esa fe tan nuestra en que siempre habrá una instancia superior que al final ajustará las cuentas de todas las acciones humanas.

En este caso, el honor es el de Inés de Vargas, y consistía (en esa época tan rígida en la que en general todos en todo el mundo se tomaban todo tan en serio), en que Diego Martínez, noble soldado que estaba a punto de salir rumbo a Flandes, había jurado solemnemente casarse con ella al regresar de la guerra, haciendo el voto correspondiente a los pies del Cristo de la Vega, que se encuentra en las cercanías de Toledo.

La justicia que se busca es que tres años después, cuando el mozo de alcurnia está ya de vuelta en Toledo, finge no reconocerla. Entonces Inés, despechada, y podemos imaginar que acaso un tanto histérica, acude con Pedro de Alarcón, autoridad máxima de Toledo, quien funge como juez en estos casos.

Inés le relata la historia. Don Pedro le pregunta si tiene testigos, pero no los hay. Aunque de pronto Inés recuerda que efectivamente sí hubo un testigo, que fue el propio Cristo de la Vega. Entonces, en el acto VI, toda una comitiva (Iván de Vargas es el padre de Inés) acude hasta donde está la imagen, para proseguir ahí el juicio, y justo aquí es donde arranca el fragmento de este poema, que de hecho es donde termina (excluyendo al epílogo).

El toque sobrenatural, otro elemento romántico, es aplicado aquí por José Zorrilla con una exquisita elegancia.


[Gonzalo Vélez]



A buen juez mejor testigo (fragmento)
autor: José Zorrilla

VI
(…)
Vienen delante don Pedro
de Alarcón, Iván de Vargas,
su hija Inés, los escribanos,
los corchetes y los guardias;
y detrás, monjes, hidalgos,
mozas, chicos y canalla.
Otra turba de curiosos
en la Vega les aguarda,
cada cual comentariando
el caso según le cuadra.
Entre ellos está Martínez
en apostura bizarra,
calzadas espuelas de oro,
valona de encaje blanca,
bigote a la borgoñesa,
melena desmelenada,
el sombrero guarnecido
con cuatro lazos de plata,
un pie delante del otro,
y el puño en el de la espada.
Los plebeyos, de reojo,
le miran de entre las capas,
los chicos al uniforme
y las mozas a la cara.
Llegado el gobernador
y gente que le acompaña,
entraron todos al claustro
que iglesia y patio separa.
Encendieron ante el Cristo
cuatro cirios y una lámpara
y de hinojos un momento
le rezaron en voz baja.
Está el Cristo de la Vega
la cruz en tierra posada,
los pies alzados del suelo
poco menos de una vara;
hacia la severa imagen
un notario se adelanta
de modo que con el rostro
al pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez,
a otro lado a Inés de Vargas,
detrás al gobernador
con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
la acusación entablada,
el notario a Jesucristo,
así demandó en voz alta:
Jesús, Hijo de María,
ante nos esta mañana,
citado como testigo
por boca de Inés de Vargas,
¿juráis ser cierto que un día
a vuestras divinas plantas
juró a Inés Diego Martínez
por su mujer desposarla?
Asida a un brazo desnudo
una mano atarazada
vino a posar en los autos
la seca y hendida palma,
y allá en los aires: “¡Sí, juro!”
clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
la vista a la imagen santa…
Los labios tenía abiertos
y una mano desclavada.



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viernes, 8 de mayo de 2009

Duque de Rivas, herido por fuera y por dentro

El romanticismo español está marcado por la invasión de Napoleón y la regencia francesa en la Península Ibérica en la segunda década del siglo diecinueve, lo que terminó significando la fragmentación política de la geografía de la lengua española.

Ángel Saavedra (1791-1865), mejor conocido como Duque de Rivas, titulo que heredaría, representó una especie de puente entre el neoclasicismo desmoronado y la sensibilidad del nuevo siglo, romántica. Pertenecía, en efecto, a la alta nobleza, pero su mentalidad era liberal-progresista (aunque no tanto, ma non tropo, supongo).

Cuando Fernando VII fue restaurado en la fatídica década de los veinte, el Duque de Rivas tuvo que exilarse, por conspirador, viviendo en distintos países europeos, sobre todo en Malta, donde permaneció cinco años.

Con la amnistía de 1833, nuestro duque regresó a España, donde participó el resto de su vida en la política. Entre otros cargos, fue presidente de la Real Academia Española de la Lengua.

Si bien se distinguió como dramaturgo, sobre todo con Don Álvaro o La fuerza del sino, en su prolífica obra cultivó varios géneros. Le interesaban los temas históricos como muestras de un pasado ideal al que convendría regresar, la lealtad y el honor como medida del individuo, y el amor apasionado e intenso. En el Duque de Rivas encarna, en fin, de manera típica, la sensibilidad romántica en la literatura española.

Los fusilamientos de mayo de 1808 que Goya pintó ocurrieron a causa de la invasión francesa. En esa guerra, precisamente, combatió el Duque de Rivas, como capitán de caballería ligera. Fue herido un año después en Ontígola, y, fuera de combate, sólo le quedó presenciar desamparado cómo España se perdía ante Napoleón.

Podemos imaginar al joven duque arrastrando sus heridas y su derrota tras la batalla, y llegar a un pueblo donde una joven “hermosísima” le ofrecía cura y hospedaje. Las que lleva en su cuerpo son “once heridas mortales”, pero la herida espiritual es más dolorosa y profunda, y sólo se cura pacientemente con amor. Con amor sensual carnal, como entendía el Duque.

El valiente soldado herido, que resistió a Marte, el dios de la guerra, se ve ahora inerme ante las flechas del dios del amor, aunque éste apenas sea un niño, un “rapaz”. Al final de la historia, tanto tú como yo podemos preguntarnos qué le habrá respondido la hermosa Filena al Duque, y dejar que nuestra fantasía se ocupe de lo que a ambos les habrá ocurrido después, aquella misma noche.


[Gonzalo Vélez]



“Con once heridas mortales…”
autor: Duque de Rivas

Con once heridas mortales,
hecha pedazos la espada,
el caballero sin aliento
y perdida la batalla,

manchado de sangre y polvo,
en noche oscura y nublada,
en Ontígola vencido
y deshecha mi esperanza,

casi en brazos de la muerte
el laso potro aguijaba
sobre cadáveres yertos
y armaduras destrozadas.

Y por una oculta senda
que el Cielo me depara,
entre sustos y congojas
llegar logré a Villacañas.

La hermosísima Filena,
de mi desastre apiadada,
me ofreció su hogar, su lecho
y consuelo a mis desgracias.

Registróme las heridas,
y con manos delicadas
me limpió el polvo y la sangre
que en negro raudal manaban.

Curábame las heridas,
y mayores me las daba;
curábame el cuerpo,
me las causaba en el alma.

Yo, no pudiendo sufrir
el fuego en que me abrazaba,
díjele: “Hermosa Filena,
basta de curarme, basta.

Más crueles son tus ojos
que las polonesas lanzas:
ellas hirieron mi cuerpo
y ellos el alma me abrasan.

Tuve contra Marte aliento
en las sangrientas batallas,
y contra el rapaz Cupido
el aliento ahora me falta.

Deja esa cura, Filena;
déjala, que más me agravas;
deja la cura del cuerpo,
atiende a curarme el alma”.



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martes, 5 de mayo de 2009

José de Espronceda, "por su bravura, el Temido"

El Romanticismo surgió como respuesta o consecuencia de un orden de ideas que no había existido antes. La filantrópica ingenuidad del siglo dieciocho había sido como colocar juntas diversas ideas inflamables en un precario laboratorio de los que improvisaban entonces, y luego acercarle una flama.

¡¡¡Bum!!!
Eso fue la Revolución francesa.
Luego siguió el Terror. Luego Napoleón. Luego las guerras europeas en contra de Napoleón. (En España volvió al trono el rey miope y timorato que había entonces, execrable por ser el responsable de la fragmentación de los países españoles, o sea todos nosotros, incluidos los países dentro de España.)

Lo que resultó de tanta agitación, entre otras cosas, fue que la noción de súbdito había quedado obsoleta. La nueva persona, burguesa, era un ciudadano consciente de su propia individualidad. Y ésa era una noción, una forma de vida o de estar en la vida, totalmente inédita, a cuya veloz vanguardia pronto se ubicaron los artistas.

Ese amanecer en un mundo distinto caracterizó a la generación de José de Espronceda (1808-1842), nacido en Badajoz, Extremadura, España. Y efectivamente nuestro poeta fue precoz para sus pasiones, libertarias y libertinas. A los 15 o 16 años había fundado ya con camaradas suyos una “sociedad secreta” patriótica, pero las autoridades los sorprendieron y los encarcelaron a todos en un convento-prisión. Él salió muy pronto gracias a las influencias de su padre, pero tuvo que abandonar el país.

Llegó así con 18 años de edad a Lisboa, refugio de otros españoles liberales. Ahí se enamoró perdida y correspondidamente de una joven dos años menor que él, Teresa Mancha, la cual partió con su familia a Londres. Espronceda fue detrás de ella.

Pero de Londres, siguiendo sus anhelos (románticos) de cambiar al mundo, pasó a Holanda y luego subrepticiamente a París, donde probablemente combatió en las barricadas en la revolución de julio de 1830. De ahí, incursionó infructuosamente en España como miliciano, con un grupo de guerrilleros. Y quizás fue la derrota lo que le hizo acordarse de su amada.

Cuando regresó a Inglaterra, un poco tarde, los padres de Teresa la habían casado por motivos económicos con un comerciante vizcaíno establecido en Londres. Sin embargo, imagina cuál habrá sido su reencuentro, que a los cuantos días los amantes se fugaron.

Quién sabe dónde estuvieron a partir de 1831, pero en 1833 se decretó amnistía general en España, y la pareja llegó a vivir a Madrid, que sería el escenario de dramáticas y por demás intensas situaciones del corazón. Teresa murió de tuberculosis en 1839. Espronceda comenzó entonces una carrera política, truncada por su muerte a los 34 años de edad, en 1842.

Este poema es propiamente una canción, por el estribillo que se intercala entre cada repetición de una misma estructura de versos, en este caso de ocho sílabas, o bien de cuatro, para acelerar el ritmo. Y se trata de un estribillo que retumbó en la cabeza de quien esto escribe como desde los 10 años de edad hasta largo tiempo después, cuando supo asociar el recuerdo infantil con José de Espronceda.

Pero más que una serie de versos recordados a medias, creo que la influencia que nos dejó estaba más en el contenido: en ese idealizado pirata anarca, súbdito y vasallo de nadie más que de sí mismo; dueño si no de su destino sí de las velas de su bajel, versátil y rapidísimo.

[Anotaciones acaso convenientes: bajel: barco; rielar: reflejar una luz temblorosa; lona: vela de ese material; aquilones: vientos que soplan del norte. La diéresis en “rïela” indica que la “i” y la “e” (o sea el diptongo) han de pronunciarse como sílabas separadas; es decir: “ri-e-la”, y no “rie-la”.]


[Gonzalo Vélez]



Canción del pirata
autor: José de Espronceda

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul:

«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»



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viernes, 1 de mayo de 2009

Gertrudis Gómez de Avellaneda contra las contradicciones

Las mujeres escritoras del siglo diecinueve enfrentaron ciertamente condiciones difíciles para abrirse paso y crearse un nombre en el mundo de la literatura. Sin embargo, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) nunca pareció enterarse.

Acaso fue así porque su persona conjunta circunstancias ideales para los poetas de todos los tiempos, independientemente de su género biológico: doña Tula contó con abundancia de recursos materiales, culturales y creativos. Aunque quizás éstos no hubieran sido nada sin la férrea voluntad romántica de la señora.

Nacida en la actual Camagüey, Cuba, de entrada su caso presenta dificultades a los clasificacionistas, quienes la etiquetan ora como poeta cubana, ora como poeta española. La confusión radica principalmene en que durante toda su vida Cuba formó parte de España. Para mí que ella es uno de los claros ejemplos de que el hecho de compartir la lengua es más poderoso que los nacionalismos.

Su padre falleció cuando ella era una niña, y tal vez su rebeldía característica provenga de esta situación. Los freudianos opinarán. Gertrudis rechazó un matrimonio pactado (¡tenía 14 años de edad!), y eso le valió perder una jugosa herencia. Cosa que al parecer tampoco le importó mucho.

La familia, pues, emigró a España en 1836. La Coruña, Sevilla, Madrid. Es ahí donde se convierte en una escritora sumamente prolífica. Sus obras dramáticas se representan, publica su poesía, escribe numerosas novelas, algunas de corte crítico-social, y al cabo queda inserta en el mundo intelectual de la convulsionada España de las inacabables guerras civiles.

Si la vida amorosa de Gertrudis Gómez de Avellaneda fue un desastre, quizás no se haya debido tanto a su condición de joven rica que pretendía hacer siempre lo que le daba la gana, como acaso podría especular alguna lectura de género, sino más bien, creo, a su condición de poeta impregnada del romanticismo en boga como forma de ser, y a la intensidad y a la pasión con que vivió hasta el último de sus días.

Lo que nos presenta este impetuoso soneto parece un tema típico de la edad madura. Si te fijas bien, podría haber sido escrito tal vez en cualquier época histórica, salvo quizás por los últimos dos versos, que son el condimento romántico en el sentido de que sufrir no sirve de nada si no hay alguien inalcanzable con disposición para contemplar el berrinche del artista.

Pero la encarnación de la duda, la sensación de parálisis, describe con notable precisión una instancia existencial por la que eventualmente puede atravesar cualquier persona en algún momento de su vida.


[Gonzalo Vélez]



Las contradicciones
autora: Gertrudis Gómez de Avellaneda

No encuentro paz, ni me permiten guerra;
de fuego devorado, sufro el frío;
abrazo un mundo, y quédome vacío;
me lanzo al cielo, y préndeme la tierra.

Ni libre soy, ni la prisión me encierra;
veo sin luz, sin voz hablar ansío;
temo sin esperar, sin placer río;
nada me da valor, nada me aterra.

Busco el peligro cuando auxilio imploro;
al sentirme morir me encuentro fuerte;
valiente pienso ser, y débil lloro.

Cúmplese así mi extraordinaria suerte;
siempre a los pies de la beldad que adoro,
y no quiere mi vida ni mi muerte.



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