A Roque Dalton lo mataron por la espalda sus propios camaradas.
Le dispararon una ráfaga de ametralladora (o algo así) por andarle haciendo al poeta.
La moraleja de su vida es que si juegas con fuego tienes que estar consciente siempre de que en cualquier momento te puedes quemar. O incendiar.
El poeta salvadoreño Roque Dalton (1935-1975) nos demostró al ser ultimado que conviene a los poetas no meterse en política: los poetas ven más allá, en vez de más acá.
A partir de su muerte, sobre su poesía –vivencial, cotidiana, crítica, cruda, con sentido del humor– se montó el aura de poeta-guerrillero: una especie de versión veintesca del hombre de armas y de letras del Renacimiento. Algunos adeptos a lo revolucionario en sus catequismos convirtieron entonces a Dalton en símbolo de [lo que ellos creen que debe ser un] escritor comprometido. Y eso, supongo, ha mermado la lectura objetiva, o simplemente la lectura de su literatura.
Lo más probable es que Roque Dalton nunca haya participado en ningún combate, aunque sí recibió instrucción militar en Cuba, país donde estuvo varias veces y con el cual tuvo una conflictiva relación de amor-odio. (Vivió también en México y en Checoslovaquia.)
Finalmente, luego de un lío de lavadero con las autoridades de la cultura cubanas, nuestro poeta renunció al puesto que tenía en la Casa de las Américas en La Habana, y en 1973 decide lanzarse a la vida subversiva, integrándose al recién creado Ejército Revolucionario del Pueblo, EPR, y regresando con un nombre falso a El Salvador.
Privilegiar a las botellas por encima de las ametralladoras es una actitud en principio noble, aunque no muy compatible con la vida de un clandestino aspirante a rebelde, y menos para los dirigentes paramilitares que se tomaban en serio el juego de hacer la revolución. Pero así era él.
Sobre todo que Roque Dalton, además de su dominio [valga redundar: poético] del lenguaje, era implacable en sus críticas y autocríticas partidistas. Por ejemplo al referirse a sus colegas guerrilleros: “Estamos por la lucha armada/ pero en contra de comenzarla”.
Resultó que su afilada lengua y su afición a la embriaguez y a la vida sexual activa deben haber incomodado sobremanera al puritanismo comunista militante de sus correligionarios. Y como en las purgas no es necesario que uno esté presente, ni siquiera que uno se entere, cuando los comandantes realizan juicios sumarios en contra de uno, alguien le colgó el cartel de infiltrado de la CIA y no hizo falta más para sellar su destino.
El camarada Roque Dalton, de 40 años, se había convertido en un estorbo.
Nadie le dio importancia al hecho de que se tratara del más grande poeta nacido jamás en El Salvador.
[Gonzalo Vélez]
Estudio con algo de tedio
autor: Roque Dalton
Clov: Llora…
Hamm: Luego vive.
Diálogo de Fin de partida, de Samuel Beckett.
Tengo quince años y lloro por las noches.
Yo sé que ello no es en manera alguna peculiar
y que antes bien hay otras cosas en el mundo
más apropiadas para decíroslas cantando.
Sin embargo hoy he bebido vino por primera vez
y me he quedado desnudo en mis habitaciones para sorber la tarde
hecha minúsculos pedazos
por el reloj.
Pensar a solas duele. No hay nadie a quien golpear. No hay nadie
a quien dejar piadosamente perdonado.
Está uno y su cara. Uno y su cara
de santón farsante.
Surge la cicatriz que nadie ha visto nunca,
el gesto que escondemos todo el día,
el perfil insepulto que nos hará llorar y hundirnos
el día en que lo sepan todo las buenas gentes
y nos retiren el amor y el saludo hasta los pájaros.
Tengo quince años de cansarme
y lloro por las noches para fingir que vivo.
En ocasiones, cansado de las lágrimas,
hasta sueño que vivo.
Puede ser que vosotros no entendáis lo que son estas cosas.
Os habla, más que yo, mi primer vino mientras la piel que
sufro bebe sombra…
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jueves, 26 de febrero de 2009
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