lunes, 9 de febrero de 2009

Francisco Luis Bernárdez y las 22 sílabas

El autor de este poema de métrica inusual es el argentino Francisco Luis Bernárdez (1900-1978), un poeta que creció literariamente en la cercanía de los movimientos vanguardistas del primer tercio de su siglo, tanto en Europa como en el Cono Sur.

Tal vez no sea el integrante más afortunado de lo que en su país se llamó la Generación de 1922, en la que descollaron escritores como Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges y Norah Lange, entre otros, aunque logró pinceladas personales que merece la pena rescatar.

En busca de una voz propia, Bernárdez, hijo de inmigrantes europeos (gallegos) al igual que la mayoría de los escritores de su generación, transitó en su juventud por su interpretación del creacionismo, expuesto por Huidobro al pasar por Buenos Aires en 1916, y del ultraísmo, propuesto por Borges y otros.

Con el tiempo, sin embargo, fue rezagándose un tanto de las preocupaciones poéticas de sus contemporáneos, en pos de una poesía católica a lo Paul Claudel que alcanzó ciertos vuelos, aunque fue menguando en intensidad, al decir de algunos críticos.

El siguiente poema es una obra sumamente peculiar, sobre todo por la forma en la que está construido. Ciertamente sus atmósferas tienen un dejo renacentista, y el nombre de Laura no deja de remitirnos a Petrarca, además de por esa visión como etérea de la Amada, cuya presencia es sentida a partir de la ausencia.

22 sílabas (¡cuéntalas!) es una métrica poco ortodoxa. Pero con ortodoxia (tal vez no en balde uno de sus primeros libros se tituló Orto) Bernárdez no sólo mantiene la cadencia a lo largo de los cuarenta versos del poema (fíjate bien: no es nada más poner juntos dos versos de once sílabas), sino que cada una de sus cuatro estrofas mantiene la misma rima asonante (o sea que coinciden las vocales, aunque no las consonantes).

Si bien Rubén Darío acostumbró antes que él (y que todos) experimentar con métricas desacostumbradas, La ciudad sin Laura (1938) sigue siendo una rareza, y, si se me permite, una exquisitez.


[Gonzalo Vélez]



La ciudad sin Laura
autor: Francisco Luis Bernárdez

En la ciudad callada y sola mi voz despierta una profunda resonancia.
Mientras la noche va creciendo pronuncio un nombre y este nombre me acompaña.
La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz enamorada.
No puede haber nada tan fuerte como una voz cuando esa voz es la del alma.
En el sonido con que suena siento el sonido de una música lejana.
Y en la energía remota que la mueve siento el calor de una remota llamarada.
Porque mi voz es una vaga reminiscencia de la música sin causa.
Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera que eterniza lo que abrasa.
Para poblar este desierto me basta y sobra con decir una palabra.
El dulce nombre que pronuncio para poblar este desierto es el de Laura.

Las cosas son inteligibles porque este nombre de mujer las ilumina.
Porque este nombre las arranca de las tinieblas en que estaban sumergidas.
Una por una recuperan su resplandor espiritual y resucitan.
Una por una se levantan con el candor y la belleza que tenían.
La obscuridad desaparece mientras el sueño silencioso se disipa.
Por este nombre de los nombres hasta la muerte sin palabras tiene vida.
Ya no resuena entre las cosas el gran torrente de las noches y los días.
El tiempo calla y se detiene para escuchar esta perfecta melodía.
Mi vida entera permanece porque este nombre que recuerdo no me olvida.
Porque este nombre me sostiene con emoción desde su tierna lejanía.

Cuando mi boca lo ignoraba, la soledad era más honda que el silencio.
Cuando mi boca estaba muda, mi corazón era invisible como el viento.
Se conocía que vivía por la canción que lo tenía prisionero.
Pero vivía en otro mundo; para las cosas de este mundo estaba muerto.
Le pesadumbre de las horas era mas íntima que nunca en aquel tiempo.
Porque las noches eran largas; porque los días de las noches eran lentos.
La tierra estaba más obscura porque faltaban las estrellas en el cielo.
El manantial de donde brota la luz que alumbra el corazón estaba seco.
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre que pronuncio en el desierto?
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor que me acompaña desde lejos?

Lejos está la dulce causa del corazón, de la cabeza y de la mano.
Pero su ausencia es la del río, que con la fuente que lo llora vive atado.
Nunca he sentido como ahora la vecindad de la mujer que estoy cantando.
Cuando el amor está presente no puede haber nada escondido ni lejano.
La luz del fuego que me alumbra ¿no es la que alumbra el corazón del ser amado?
La llamarada que me quema ¿no es la del fuego en que se quema sin descanso?
Aunque las leguas se interponen entre nosotros, ya no pueden separarnos.
Porque el amor que vence al tiempo no puede estar sino a cubierto del espacio.
Entre la dicha y mi existencia la diferencia que hubo ayer se va borrando.
El ser que nombro es el que, siendo, me da una vida sin dolor ni sobresalto.




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1 comentario:

Estudio de Formación Musical dijo...

Hola! Me parece un rasgo de vanguardia esa versificación. Pero no son dos hemistiquios de 11 sílabas sino que musicaliza 9 + 13!!!!