Es probable que tengas que leer este poema varias veces, pero justo en ello radica su magia. Imagínatelo como si fuera una escultura abstracta, un bloque con cierto peso que cabe en tus manos y que recorres una vez y otra, acariciándolo, y frotándolo y tallándolo hasta descifrar sus formas y sugerencias.
A retruécanos palabrísticos de este calibre alguna crítica los ha ligado con la poesía de los Siglos de Oro (o sea el dieciséis y el diecisiete), y por ello los ha llamado neo-barroco.
En este sentido podemos entender barroco como similar a barroco americano de arquitectura sacra, y pensar que la construcción de las palabras y sus sentidos enigmáticos en el poema se parecen por su horror al vacío a fachadas por ejemplo de iglesias del periodo virreinal en la América Ibérica, con sus abigarramientos de formas y simbolismos semiocultos o indescifrables..
Y el exponente medular de dicho neo-barroco es justo José María Andrés Fernando Lezama Lima (1910-1976), poeta nacido y fallecido en La Habana, Cuba, y autor, por cierto, de uno de los textos más relevantes del siglo veinte en nuestra lengua: la novela Paradiso.
Tanto retorcimiento tiene un efecto doble, y contradictorio: por un lado, genera construcciones de lenguaje asombrosas, a veces sublimes; por el otro, tiende a repeler a los lectores poco afines a los laberintos, y a los que tienen honda desconfianza de la poesía.
Como nuestro interés, precisamente, es contribuir a que se revierta el proceso de alejamiento entre los lectores y la poesía, permitirásenos este breve acercamiento a manera de visita guiada, en la fe de que aprender a apreciar un poema es como aprender a apreciar el vino.
Una primera lectura es forzosa. Como verás, abundan las formas y sugerencias abstractas, y el texto, nutrido de sensaciones, tiende más a la obra abierta, a posibles lecturas distintas, que a definiciones unilaterales.
Después de gamos voladores, espejos de agua, girasoles mudos y una cúpula blanquísima, parece que la clave se encuentra en el verso final:
“Un pájaro y otro ya no tiemblan.”
O sea que todo lo anterior era la descripción del temblor de dos seres voladores.
Luego entonces la pregunta obligada, casi como adivinanza:
¿Cuándo dos seres voladores tiemblan y, luego de llamaradas y derretimientos y cornetas y cielos que se abren y una muerte mágica, dejan de temblar?
¡Adivina, adivinador!
Si la ropa fuera manteles, “estables y ceñidos”, un cuerpo sin ropa tendido en un lecho sería como un valle de piel con una invitante pradera oscura en precisa parte. Pradera oscura donde sin sentir llamada alguna el actor penetra “despacioso”.
Y qué seres más voladores puede haber que los amantes; y qué muerte, en fin, más mágica que la del orgasmo…
[Gonzalo Vélez]
“Una oscura pradera me convida…”
autor: José Lezama Lima
Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceñidos,
giran en mí, en mi balcón se aduermen.
Dominan su extensión, su indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.
Allí se ven, ilustres restos,
cien cabezas, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extraña la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando.
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
mágica, una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan.
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miércoles, 10 de junio de 2009
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