sábado, 22 de agosto de 2009

César Vallejo: en busca del referente perdido

Llegar a César Vallejo (1892-1938) es alcanzar un hito en nuestra lengua. Un antes y un después en lo que se refiere a la poesía.

Intriga que Vallejo haya llegado a ser Vallejo. Nació en Perú, pero no en Lima, sino en la región de La Libertad, en Santiago del Chuco. En cierto modo podríamos decir que su vida también tuvo un antes y un después, marcado tajantemente a partir de que comenzó a vivir en Europa.

Sin embargo, Los heraldos negros (1919), y sobre todo el “icónico” Trilce (1922) los escribió y publicó todavía en Perú.

Hay algo que acaso no sea exactamente mórbido, aunque sí por lo menos perturbador, en la historia de su biografía. Estudió Letras en Trujillo, y daba clases de literatura en escuelas. En eso tuvo eventualmente un romance tórrido con una mujer o niña o joven de quince años, el cual amor no pudo ser; y la situación fue sumamente tortuosa para él, que tenía veinticinco.

Vallejo viajó a Lima, pero en 1920, dos años después de la muerte de su madre, regresó a su poblado natal, Santiago del Chuco. Su llegada coincidió con el incendio intencionado de una gran hacienda: a Vallejo le achacaron la culpa y lo mantuvieron preso 112 días.

Durante este lapso escribió la mayoría de los poemas de Trilce, libro por demás hermético y fracturado, tanto como renovador de las construcciones admirables que se pueden lograr con nuestro idioma.

En cuanto pudo (1923), en fin, se marchó a Europa para nunca más volver. A partir de aquí lo podemos evocar con el gesto adusto de todos los retratos que le hizo Picasso y la expresión malhumorienta de las fotografías que existen de su persona.

A pesar de dificultades y estrecheces, su poesía lo condujo por favorable camino con amigos y colegas como Pablo Neruda y Tristán Tzara, o Juan Larrea y Vicente Huidobro.

Hacia los años treinta encontró César Vallejo en el marxismo radical una luz. Expulsado un tiempo de Francia, desde el Madrid de la República viajó algunas veces a Moscú, y se volvió bastante militante. De esta época son Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz (ambos publicados póstumamente en 1939).

Sin embargo, cuando pudo, volvió a París, donde se encontró como profesor de literatura. Sólo regresó a España en 1937, para participar en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. En 1938 falleció en París de un padecimiento mal atendido, poco después de cumplir 46 años de edad.

Lo de renovar el lenguaje César Vallejo no es simple retórica.

Sobre todo Trilce (te recomiendo en especial la edición de Julio Ortega).

Poemas breves y enigmáticos, comenzando con el título. Herméticos: hay que abrir su significado. Referentes rotos: al leer, el lector sabe que lo escrito no está escrito en sentido literal; sin embargo, queda abierto bajo cierta ambigüedad a qué se está refiriendo en concreto, y el peso recae en cómo lo hace.

Por ejemplo, aquí, los volúmenes docentes del mar, o los labiados plateles de tungsteno.

Por otro lado:
“solana” es el lugar donde pega el sol; “febril” tiene fiebre; “sésamo”: semilla ínfima; “plateles”: suena entre platos y pasteles; “tungsteno”: metal raro; “quelonias”, o sea parientes de las tortugas.

Nos queda con César Vallejo la atmósfera, el enigma, los sonidos de las palabras, sensaciones imprevistas, imágenes puestas juntas de un modo como nunca antes se había hecho en nuestra lengua.
(Fíjate en este caso cuán vigente se escucha todavía.)

Y coincidiendo justo con la propuesta estética radical del dadaísmo y la eclosión de las vanguardias estéticas de los años veinte en Europa, al otro lado del Atlántico, y de América, en una pequeña prisión en La Libertad, el poeta mestizo expresaba de manera prístina el espíritu de la época en los sorprendentes versos de Trilce.


[Gonzalo Vélez]



Trilce LXIX
autor: César Vallejo

Qué nos buscas, oh mar, con tus volúmenes
docentes! Qué inconsolable, qué atroz
estás en la febril solana.

Con tus azadones saltas,
con tus hojas saltas,
hachando, hachando en loco sésamo,
mientras tornan llorando las olas, después
de descalcar los cuatro vientos
y todos los recuerdos, en labiados plateles
de tungsteno, contractos de colmillos
y estáticas eles quelonias.

Filosofía de alas negras que vibran
al medroso temblor de los hombros del día.

El mar, y una edición en pie,
en su única hoja el anverso
de cara al reverso.




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