jueves, 26 de febrero de 2009

Roque Dalton: Fuego amigo

A Roque Dalton lo mataron por la espalda sus propios camaradas.
Le dispararon una ráfaga de ametralladora (o algo así) por andarle haciendo al poeta.
La moraleja de su vida es que si juegas con fuego tienes que estar consciente siempre de que en cualquier momento te puedes quemar. O incendiar.

El poeta salvadoreño Roque Dalton (1935-1975) nos demostró al ser ultimado que conviene a los poetas no meterse en política: los poetas ven más allá, en vez de más acá.

A partir de su muerte, sobre su poesía –vivencial, cotidiana, crítica, cruda, con sentido del humor– se montó el aura de poeta-guerrillero: una especie de versión veintesca del hombre de armas y de letras del Renacimiento. Algunos adeptos a lo revolucionario en sus catequismos convirtieron entonces a Dalton en símbolo de [lo que ellos creen que debe ser un] escritor comprometido. Y eso, supongo, ha mermado la lectura objetiva, o simplemente la lectura de su literatura.

Lo más probable es que Roque Dalton nunca haya participado en ningún combate, aunque sí recibió instrucción militar en Cuba, país donde estuvo varias veces y con el cual tuvo una conflictiva relación de amor-odio. (Vivió también en México y en Checoslovaquia.)

Finalmente, luego de un lío de lavadero con las autoridades de la cultura cubanas, nuestro poeta renunció al puesto que tenía en la Casa de las Américas en La Habana, y en 1973 decide lanzarse a la vida subversiva, integrándose al recién creado Ejército Revolucionario del Pueblo, EPR, y regresando con un nombre falso a El Salvador.

Privilegiar a las botellas por encima de las ametralladoras es una actitud en principio noble, aunque no muy compatible con la vida de un clandestino aspirante a rebelde, y menos para los dirigentes paramilitares que se tomaban en serio el juego de hacer la revolución. Pero así era él.

Sobre todo que Roque Dalton, además de su dominio [valga redundar: poético] del lenguaje, era implacable en sus críticas y autocríticas partidistas. Por ejemplo al referirse a sus colegas guerrilleros: “Estamos por la lucha armada/ pero en contra de comenzarla”.

Resultó que su afilada lengua y su afición a la embriaguez y a la vida sexual activa deben haber incomodado sobremanera al puritanismo comunista militante de sus correligionarios. Y como en las purgas no es necesario que uno esté presente, ni siquiera que uno se entere, cuando los comandantes realizan juicios sumarios en contra de uno, alguien le colgó el cartel de infiltrado de la CIA y no hizo falta más para sellar su destino.

El camarada Roque Dalton, de 40 años, se había convertido en un estorbo.
Nadie le dio importancia al hecho de que se tratara del más grande poeta nacido jamás en El Salvador.


[Gonzalo Vélez]




Estudio con algo de tedio
autor: Roque Dalton

Clov: Llora…
Hamm: Luego vive.
Diálogo de Fin de partida, de Samuel Beckett.


Tengo quince años y lloro por las noches.

Yo sé que ello no es en manera alguna peculiar
y que antes bien hay otras cosas en el mundo
más apropiadas para decíroslas cantando.

Sin embargo hoy he bebido vino por primera vez
y me he quedado desnudo en mis habitaciones para sorber la tarde
hecha minúsculos pedazos
por el reloj.

Pensar a solas duele. No hay nadie a quien golpear. No hay nadie
a quien dejar piadosamente perdonado.
Está uno y su cara. Uno y su cara
de santón farsante.
Surge la cicatriz que nadie ha visto nunca,
el gesto que escondemos todo el día,
el perfil insepulto que nos hará llorar y hundirnos
el día en que lo sepan todo las buenas gentes
y nos retiren el amor y el saludo hasta los pájaros.

Tengo quince años de cansarme
y lloro por las noches para fingir que vivo.
En ocasiones, cansado de las lágrimas,
hasta sueño que vivo.

Puede ser que vosotros no entendáis lo que son estas cosas.
Os habla, más que yo, mi primer vino mientras la piel que
sufro bebe sombra…



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lunes, 23 de febrero de 2009

Marco Antonio Montes de Oca: Último adiós

La muerte es nuestra única certeza en la vida. Por eso la muerte acaso sea nuestra única experiencia veraz. Pero realmente no vivimos nuestra propia muerte. Nosotros simplemente nos morimos, y ya. Lo que sufrimos es, en vida, la muerte de lo nuestro, de los nuestros.

La muerte es entonces otra cosa.
La muerte no es dejar de vivir: la muerte es dejar de ser.

Muerte es sentir ese vacío de algo, de alguien que era tuyo en tu corazón, y de pronto hoy ya no está.
¿Y qué hacer? Sin muerte no hay vida. Sin dolor no hay crecimiento.
Y la vida tiene que seguir.

Y la vida sigue sobre las ruinas de Babilonia.
¡Tabla rasa y que todo comience de nuevo!

La ciudad asolada a la que alude este poema repica en el sitio que fue el centro del mundo, y que dejó de serlo cuando en la historia su ciclo concluyó.
Pero al mismo tiempo lo que el poema describe es un urbanismo interior, luego de que alguna de las calamidades del destino arrasara con todo lo que había.

“Nunca estuvo tan extraño el mundo”, “me duele que la vida no me duela”, soy “un mero ataúd del corazón”, “necesito más ojos o menos lágrimas”: “contemplad, contemplad conmigo el aire negro”.

El poeta mexicano Marco Antonio Montes de Oca (1932-2009) se nos adelantó hace unos días. A él ya no le importa Babilonia ni nada.
El vacío queda en nuestras letras. El hueco, en nosotros.


[Gonzalo Vélez]



Ruina de la infame Babilonia (fragmento)
autor: Marco Antonio Montes de Oca

I
Todo se ahoga de pena
y hasta las mismas escafandras
se amoratan bajo el mar.
El pulso, lo más cierto de un río con vida,
y la sal, estatua que nace demolida,
ya no reverberan.
Un tajo súbito hiere esta latitud pasmada,
dispersa con su sombra
piedras de mi esqueleto
jamás soldadas.
¡Qué helado lugar, apenas hay buitres
y un inmenso bagazo rompe en lágrimas!
Aquí beberé agua inmóvil y verdosa,
lluvia que golpea las puertas del museo
donde los héroes se desnudan
tras el emboscado perfume de las momias.

Mi cuerpo ya no dobla espigas,
ni el rescoldo cede al yunque una sola chispa,
ni la parra sombrea el muro al rojo vivo:
está extraño el mundo
y se defiende contra el fuego que lo inventa.
Por eso más vale no acordarme,
no mirar el sitio
donde es repartida y destazada
la yema de mi juventud,
amargo sol caído
en que medran los gusanos.

Necesito más ojos o menos lágrimas,
vigor para colgarme
con ambas manos del párpado,
indómita cortina que al ser corrida,
borra las andanzas de mis pasos,
sepulta el atajo de cabras
y calma el jadeo de los belfos de mi herida,
hoy que muero aterrado, sin conciencia,
de espaldas al futuro que suele abrirse
cuando a los marinos que caminan en altamar
se les desfonda la suela del zapato.

Me duelen todos los jardines de la vida.
Me duele que la vida no me duela
como a esos topos que inflados de cascajo
llevan túneles al pedernal
y atraviesan densas fumarolas,
con todas las estrellas y los ríos
sentados en su espalda.
¡Oh mineros abrumados,
temblorosos tamemes del planeta,
contemplad, contemplad conmigo el aire negro,
las piedras que fueron un incendio
y casi una mirada!

Nunca estuvo tan extraño el mundo:
afilan los niños sus uñas en la cuna,
la barda enseña al sol los claros dientes
y la yerba piensa desde su cráneo de rocío
en campanas de barro y badajos de acero,
en armarios que se abren llenos de pústulas,
en esta hora cuya sinceridad traiciona,
pues nadie tiene certeza de lo cierto
cuando el cuerpo es un mero ataúd del corazón,
del corazón mantenido en alto
para descargarlo como piedra repentina
sobre el sueño y sus comarcas
de vidrio soplado.



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viernes, 20 de febrero de 2009

Alfonsina Storni y el mar

Flaco favor le hicieron en el siglo veinte el feminismo combativo y cierto latinoamericanismo baladista y folclórico llevado al cine y al hit-parade.
(¿Te acuerdas de Alfonsina y el mar?)

Después de eso (así piensan algunos prejuiciosos), ¿para qué leerla?
Si te atrae el sentimentalismo, te quedas con las caracolas y las arenas y Alfonsí-iiií-iiií-na.
Y si no te atrae el sentimentalismo, también te quedas con las caracolas y las arenas y todo lo demás, y piensas que así es la poesía de la argentina Alfonsina Storni (1892-1938).

(Curiosa forma de pensar.)
Y no. Claro que no es así.
(Tampoco es poetisa. Es poeta.)

Tal vez se pueda inferir la fuerza poética de Alfonsina simplemente a partir de su sonrisa. (Vale: a partir de las imágenes donde aparece sonriente.) Parece una sonrisa que brota de muy adentro, una sonrisa que refleja no sólo haber vivido con intensidad, sino también haber sobrevivido a situaciones harto difíciles.

Por ejemplo: ser madre soltera en Buenos Aires en 1911, sin conocer a nadie, sin apoyo familiar, y sin un peso. Y además, con la obsesión de escribir poesía.

Trabajó en una fábrica de gorras, de cajera en tiendas, de asistente en un negocio de importaciones. Pero gracias a que escribía poesía, y a que publicó su primer libro en 1916, y a que esto la llevó a escribir y trabajar en periódicos y revistas, y esto al mundo académico, etcétera, poco a poco Alfonsina Storni se hizo de un espacio propio, polémico pero respetado, y de un rico círculo de personas creativas e interesantes a su alrededor.

Tuvo una actividad intelectual muy efervescente en los años veintes y treintas; viajó a España, conoció a varios poetas allá, en especial a García Lorca. En fin que fue plena; y eventualmente se hizo muy amiga del escritor uruguayo Horacio Quiroga, quien se suicidó en 1937.

Dos años antes, a Alfonsina le habían detectado cáncer de mama, y la habían amputado. Y luego de irse Quiroga, también la hija de éste y el amigo de ambos Leopoldo Lugones decidieron quitarse la vida.

Con tantos ejemplos por delante, supongo, se le habrá hecho menos difícil a Alfonsina meterse a las olas aquella fatídica madrugada… No sé si haya sido o no un digno final, o heroico, o romántico, o …, para una de las voces más potentes de nuestra lengua.

Con tanta intensidad y tanta wikipedia resumida, casi no cabe pedirte que en el siguiente poema te fijes que se trata de un soneto en alejandrinos. Pero así es.
Y ya en un plano muy técnico: alejandrinos con cesura. Es decir: las catorce sílabas de los catorce versos hacen una breve pausa justo a la mitad, y el resultado, como oirás, es una cadencia de lo más elegante.

Sucede, sin embargo, como sucedería en una buena pintura, que las entrañas o las tramoyas pasan inadvertidas, pues el tema y el tratamiento están tan bien logrados que nos apasionamos sobremanera, o a la primera, y el poema nos engancha, nos gana, y de eso se trata, creo, a final de cuentas.


[Gonzalo Vélez]



Pasión
autora: Alfonsina Storni

Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
¡el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
como al golpe de viento las columnas de humo!

La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus senos.

Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojoblanco, y te arda, ¡y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!



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martes, 17 de febrero de 2009

Julio Cortázar amalaba noemas

Si de llevar el lenguaje al extremo se trata (a un extremo en el sentido de algunos poemas extremos como de Oliverio Girondo), lo que de inmediato acude a la cabeza de quien esto escribe es el capítulo 68 de Rayuela, una de las principales obras del escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984).

Aunque Rayuela no es un poema y el inmenso Julio Cortázar no es un poeta. ¿O sí? No.
Aunque Rayuela es una inmensa novela y Julio Cortázar un poeta. ¿O no? Sí.
Aunque poema es una Rayuela y el inmenso Julio poeta Cortázar. ¿O no? No.
Aunque poema Rayuela es un inmenso Cortázar, poeta de Julio. ¿O sí? Sí.
Etcétera.

De acuerdo. Sea Rayuela una novela. Pero sin duda es mucho más que eso.

La fragmentación extrema de sus capítulos, que el lector tiene que hilvanar ya sea convencionalmente o como le dé la gana, representa, creo, a través de una grandiosa construcción de lenguaje, lo siguiente:

la idea de la linealidad, de la continuidad, de la abarcabilidad de todo, pero después de que la bomba atómica, el holocausto, la teoría de la relatividad, el psicoanálisis y el existencialismo quebraron lo que la humanidad siempre creyó que era una realidad homogénea.

La idea humana de la realidad quedó, pues, reducida a una infinidad de trocitos irreconciliables de lo real. Algo así.

Y ya que hablamos ahora mismo de cosas que difícilmente se pueden poner en palabras, y donde entonces el lenguaje sólo es un acercamiento, este ¿poema? nos muestra como pocos textos la manera en que la palabra escrita es capaz de comunicar mucho más de lo que nombra.

¡Fuera filosofías y que viva la sensualidad!

Y en efecto, como a continuación verás, aunque la mayoría de las palabras no se entiendan, el contenido irradia una muy potente carga erótica.
¿No te parece?


[Gonzalo Vélez, i.m. 12/II/1984]



Rayuela. Capítulo 68
autor: Julio Cortázar

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.



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sábado, 14 de febrero de 2009

Oliverio Girondo desata a las superpalabras

Llevar las palabras al extremo último: exprimirlas, desecarlas, pulverizarlas, sublimarlas en una alquimia que habrá de hallar la esencia de la expresión. Apalancar las palabras para paralizarlas, para luego aprehender o sorprendernos.

Amigo de –ismos y vanguardista de las vanguardias, el poeta argentino Oliverio Girondo (1891-1967) persigue al extremo ese extremo extremo de los significados y las percepciones a través del lenguaje.
(¿No era acaso esto el postulado del ultraísmo?)

Más afín al entusiasmo de un cabalista medieval que al rigor metodológico de un científico positivista, Oliverio Girondo sabía perfectamente que las palabras dicen mucho más de lo que significan, y su poesía entera es un juego de música y danza de palabras.

Cuando hablamos, muchas veces el contenido de lo que decimos se ve superado en importancia por la manera como lo decimos: tono y volumen de la voz, gestos faciales, lenguaje corporal, son factores que pueden tanto afirmar como contradecir a nuestro discurso, o incluso estar expresando algo completamente distinto.

Lo mismo ocurre al escribir palabras. Girondo demuestra que la aparente objetividad del lenguaje escrito sólo es eso: aparente. El lenguaje escrito expresa de manera similar cosas distintas o suplementarias a lo que está intentando decir.

Valioso precepto para el lector de poesía: conviene distinguir entre los sentidos y los sonidos, y fijarte en el modo en que se relacionan entre sí.

Con esto en mente, nuestro poeta se propuso realizar transmutaciones de palabras, buscando unir sonidos puros con significados puras para obtener, como podrás apreciar, una potentísima intensidad poética.

Afortunadamente, Oliverio disfrutaba sobremanera de la vida. Sus poemas translucen siempre un vital sentido del humor, inteligente e irónico, sobre el cual se desencadena por lo general toda una celebración del amor carnal, o, valga, del amor lingüístico, en una fiesta donde todo es amor:

Amor espermatozoico, esperantista. / Amor desinfectado, amor untuoso... / Amor con sus accesorios, con sus repuestos; / con sus faltas de puntualidad, de ortografía; / con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.

El campo más propicio para llevar a cabo una exploración de la palabra en la dirección que emprendió Oliverio Girondo es casi sin duda alguna el del erotismo, sobre todo en la medida en que también se trata de un lenguaje en el que se comunican más cosas de las que es posible nombrar. ¿O no?

Sea como fuere, lo importante es que te deleites ahora con la sensualidad de estos chupochupos y carnalesencias electroeróticas.


[Gonzalo Vélez]



ELLA
autor: Oliverio Girondo

Es una intensísima corriente
un relámpago ser de lecho
una dona mórbida ola
un reflujo zumbo de anestesia
una rompiente ente florescente
una voraz contráctil prensil corola entreabierta
y su rocío afrodisíaco
y su carnalesencia
natal
letal
alveolo beodo de violo
es la sed de ella ella y sus vertientes lentas entremuertes que
estrellan y disgregan
aunque Dios sea su vientre
pero también es la crisálida de una inalada larva de la nada
una libélula de médula
una oruga lúbrica desnuda sólo nutrida de frotes
un chupochupo súcubo molusco
que gota a gota agota boca a boca
la mucho mucho gozo
la muy total sofoco
la toda ¡shock! tras ¡shock!
la íntegra colapso
es un hermoso síncope con foso
un ¡cross! de amor pantera al plexo trópico
un ¡knock out! técnico dichoso
si no un compuesto terrestre de líbido edén infierno
el sedimento aglutinante de un precipitado de labios
el obsesivo residuo de una solución insoluble
un mecanismo radioanímico
un terno bípedo bullente
un ¡robot! hembra electroerótico con su emisora de delirio
y espasmos lírico-dramáticos
aunque tal vez sea un espejismo
un paradigma
un eromito
una apariencia de la ausencia
una entelequia inexistente
las trenzas náyades de Ofelia
o sólo un trozo ultraporoso de realidad indubitable
una despótica materia
el paraíso hecho carne
una perdiz a la crema.




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lunes, 9 de febrero de 2009

Francisco Luis Bernárdez y las 22 sílabas

El autor de este poema de métrica inusual es el argentino Francisco Luis Bernárdez (1900-1978), un poeta que creció literariamente en la cercanía de los movimientos vanguardistas del primer tercio de su siglo, tanto en Europa como en el Cono Sur.

Tal vez no sea el integrante más afortunado de lo que en su país se llamó la Generación de 1922, en la que descollaron escritores como Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges y Norah Lange, entre otros, aunque logró pinceladas personales que merece la pena rescatar.

En busca de una voz propia, Bernárdez, hijo de inmigrantes europeos (gallegos) al igual que la mayoría de los escritores de su generación, transitó en su juventud por su interpretación del creacionismo, expuesto por Huidobro al pasar por Buenos Aires en 1916, y del ultraísmo, propuesto por Borges y otros.

Con el tiempo, sin embargo, fue rezagándose un tanto de las preocupaciones poéticas de sus contemporáneos, en pos de una poesía católica a lo Paul Claudel que alcanzó ciertos vuelos, aunque fue menguando en intensidad, al decir de algunos críticos.

El siguiente poema es una obra sumamente peculiar, sobre todo por la forma en la que está construido. Ciertamente sus atmósferas tienen un dejo renacentista, y el nombre de Laura no deja de remitirnos a Petrarca, además de por esa visión como etérea de la Amada, cuya presencia es sentida a partir de la ausencia.

22 sílabas (¡cuéntalas!) es una métrica poco ortodoxa. Pero con ortodoxia (tal vez no en balde uno de sus primeros libros se tituló Orto) Bernárdez no sólo mantiene la cadencia a lo largo de los cuarenta versos del poema (fíjate bien: no es nada más poner juntos dos versos de once sílabas), sino que cada una de sus cuatro estrofas mantiene la misma rima asonante (o sea que coinciden las vocales, aunque no las consonantes).

Si bien Rubén Darío acostumbró antes que él (y que todos) experimentar con métricas desacostumbradas, La ciudad sin Laura (1938) sigue siendo una rareza, y, si se me permite, una exquisitez.


[Gonzalo Vélez]



La ciudad sin Laura
autor: Francisco Luis Bernárdez

En la ciudad callada y sola mi voz despierta una profunda resonancia.
Mientras la noche va creciendo pronuncio un nombre y este nombre me acompaña.
La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz enamorada.
No puede haber nada tan fuerte como una voz cuando esa voz es la del alma.
En el sonido con que suena siento el sonido de una música lejana.
Y en la energía remota que la mueve siento el calor de una remota llamarada.
Porque mi voz es una vaga reminiscencia de la música sin causa.
Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera que eterniza lo que abrasa.
Para poblar este desierto me basta y sobra con decir una palabra.
El dulce nombre que pronuncio para poblar este desierto es el de Laura.

Las cosas son inteligibles porque este nombre de mujer las ilumina.
Porque este nombre las arranca de las tinieblas en que estaban sumergidas.
Una por una recuperan su resplandor espiritual y resucitan.
Una por una se levantan con el candor y la belleza que tenían.
La obscuridad desaparece mientras el sueño silencioso se disipa.
Por este nombre de los nombres hasta la muerte sin palabras tiene vida.
Ya no resuena entre las cosas el gran torrente de las noches y los días.
El tiempo calla y se detiene para escuchar esta perfecta melodía.
Mi vida entera permanece porque este nombre que recuerdo no me olvida.
Porque este nombre me sostiene con emoción desde su tierna lejanía.

Cuando mi boca lo ignoraba, la soledad era más honda que el silencio.
Cuando mi boca estaba muda, mi corazón era invisible como el viento.
Se conocía que vivía por la canción que lo tenía prisionero.
Pero vivía en otro mundo; para las cosas de este mundo estaba muerto.
Le pesadumbre de las horas era mas íntima que nunca en aquel tiempo.
Porque las noches eran largas; porque los días de las noches eran lentos.
La tierra estaba más obscura porque faltaban las estrellas en el cielo.
El manantial de donde brota la luz que alumbra el corazón estaba seco.
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre que pronuncio en el desierto?
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor que me acompaña desde lejos?

Lejos está la dulce causa del corazón, de la cabeza y de la mano.
Pero su ausencia es la del río, que con la fuente que lo llora vive atado.
Nunca he sentido como ahora la vecindad de la mujer que estoy cantando.
Cuando el amor está presente no puede haber nada escondido ni lejano.
La luz del fuego que me alumbra ¿no es la que alumbra el corazón del ser amado?
La llamarada que me quema ¿no es la del fuego en que se quema sin descanso?
Aunque las leguas se interponen entre nosotros, ya no pueden separarnos.
Porque el amor que vence al tiempo no puede estar sino a cubierto del espacio.
Entre la dicha y mi existencia la diferencia que hubo ayer se va borrando.
El ser que nombro es el que, siendo, me da una vida sin dolor ni sobresalto.




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viernes, 6 de febrero de 2009

Jorge Luis Borges y el ajedrez

Casi no resulta necesario presentar al gigantesco Jorge Luis Borges (1899-1986). Su obra (cuento, ensayo, poesía) sin duda marcó su siglo.
Fue un vidente, cada vez más profundo, ¡oh, paradoja!, en la medida en que su ceguera se le iba agudizando. Magnífica ironía de Dios, según los célebres versos del propio Borges, pues: “me dio a la vez los libros y la noche”.

Tampoco es preciso saber jugar ajedrez para apreciar este poema. Basta recordar que se juega sobre un tablero cuadrado de ocho por ocho casillas blancas y negras. El ajedrez representa un combate entre dos ejércitos (blanco y negro), y el objetivo es capturar al rey oponente.

Cada bando cuenta con un rey, “tenue” porque hay que protegerlo, una reina, “encarnizada” por ser la pieza más poderosa, un par de obispos, o alfiles, que se desplazan en diagonal y por eso son “sesgos” y “oblicuos”. Dos caballos, “ligeros”, pues avanzan por encima de las demás figuras. Y un par de “homéricas” (recordemos al Caballo de Troya) y “directas” torres, que actúan en las columnas y filas del tablero.

Al frente van los peones: la infantería. Los peones avanzan paso a paso y no pueden retroceder; no atacan de frente, sino en diagonal, o sea de lado, y por eso son “ladinos”. Por lo demás, adamantino quiere decir duro como el diamante, y por extensión: perseverante, tenaz. Y Omar es Omar el Grande, califa del siglo VII, pues el ajedrez nos llegó de Oriente por vía de los países musulmanes.

Este poema es genial, sobre todo, por la forma en que el poeta consigue trasladar un suceso cotidiano banal, como dos ajedrecistas enganchados al juego hasta el trasnoche, en una réplica de la arquitectura del universo.

Ecos de la noción aristotélica de los mundos como esferas concebidas cada una envolviendo a otra y siendo envuelta por otra más, en estos dos sonetos encontramos como transfondo una honda cuestión existencial, que ya había inquietado a Unamuno, acerca de Quién es el autor de la trama de los destinos.

Lo que Borges sabía –arquitecto él mismo de extraordinarias construcciones literarias (sobre todo en cuento), o sea de tramas de los destinos de sus personajes–, lo expresó a su manera el escritor inglés contemporáneo suyo Lawrence Durrell: “Dios es un gran bromista”.


[Gonzalo Vélez]



[Escucha a Borges recitar este poema en: http://www.youtube.com/watch?v=6knchcz-da4]



Ajedrez
autor: Jorge Luis Borges

I
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.


II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?



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domingo, 1 de febrero de 2009

Pablo de Rokha: Antipoesía

Desbordado, excesivo, incansable, igual a esos volcanes que siempre están haciendo erupción, echando fuera, echando fuera, como si el tiempo no bastara nunca para terminar de decir, para vaciarse, para estar en paz: así era el poeta chileno Pablo de Rokha (1894-1968).
O por lo menos es fácil hacerse esa idea a partir de su poesía. O antipoesía. O discurso exacerbado. O géiser de palabras.

38 libros de poesía, además de ensayos de estética, apuntes de sociología, artículos periodísticos, escritos sobre política, discursos, epístolas. Tal efusión energética puede entenderse mejor en su contexto generacional. El periodo de entreguerras fue una tierra fértil para la utopía. Era fácil ser radical de ideas, pues el cambio del mundo, que ya había iniciado, parecía estar muy al alcance de la mano por el bien de la humanidad.

En términos políticos, creer significa estar convencido, y en el convencimiento no cabe la menor duda.
(¿Es así?)

En 1922, más o menos a la par que los primeros libros de Gabriela Mistral y los de su Némesis, el descomprometido (no sólo en opinión de De Rokha) Pablo Neruda, nuestro poeta publica su primer libro, Los gemidos, un fracaso total de ventas y ante la crítica.

De Rokha estaba convencido, además, de que el artista, especialmente el poeta, era una especie de súper-hombre dionisiaco con la suficiente energía como para transformar o trastornar el universo. O siquiera para re-estructurar la vida a partir del lenguaje.

Siendo él poeta, y un poeta así, era por lo tanto incuestionable su autoridad moral en asuntos de la verdad (al menos eso era lo que él creía), y entonces no había nada que le impidiera imponer sus opiniones a los demás en términos absolutos. Esta naturaleza radical se refleja en sus críticos: o bien lo consideran un creador de facultades extraordinarias, o bien un retórico carente de fundamentos. Esto explica también su ausencia en antologías.

Suele ocurrir así con los expresionismos, en ese característico desbordamiento energético: todo sale, nada entra; el artista no tiene tiempo de ver otra perspectiva del mundo más que la suya propia, ya que incesantemente se la pasa expresando(se).

La vida de Pablo de Rokha, empero, fue sin duda muy rica en experiencias, aunque terminara fatalmente (el poeta se suicidó a los 74, el mismo año de la muerte de su hijo). La actitud incandescente, extrovertida, de su (anti)poesía, acaso refleja, en el fondo, una intensa pasión por vivir.


[Gonzalo Vélez]



Balada de Pablo de Rokha (fragmentos)
autor: Pablo de Rokha

Yo canto, canto sin querer, necesariamente, irremediablemente, fatalmente, al azar de los sucesos, como quien come, bebe o anda y porque sí; moriría si NO cantase, moriría si NO cantase; el acontecimiento floreal del poema estimula mis nervios sonantes, no puedo hablar, entono, pienso en canciones, no puedo hablar, no puedo hablar; las ruidosas, trascendentales epopeyas me definen, e ignoro el sentido de mi flauta; aprendí a cantar siendo nebulosa, odio, odio las utilitarias, labores, zafias, cuotidianas, prosaicas, y amo la ociosidad ilustre de lo bello; cantar, cantar, cantar...—he ahí lo único que sabes, Pablo de Rokha!...

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Los sofismas universales, las cósmicas, subterráneas leyes dinámicas, dinámicas me rigen, mi canción natural, polifónica se abre, se abre más allá del espíritu, la ancha belleza subconciente, trágica, matemática, fúnebre, guía mis pasos en la oscura claridad; cruzo las épocas cantando como un gran sueño deforme, mi verdad es la verdadera verdad, el corazón orquestal, musical, orquestal, dionysiaco, flota en la augusta perfecta, la eximia resonancia unánime, los fenómenos convergen a él, y agrandan su sonora sonoridad sonora, sonora; y estas fatales manos van, sonámbulas, apartando la vida externa –conceptos, fórmulas, costumbres, apariencias–, mi intuición sigue los caminos de las cosas, vidente, iluminada y feliz; todo se hace canto en mis huesos, todo se hace canto en mis huesos.

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Pus, llanto y nieblas lúgubres, dolor, sólo dolor mamo en los roñosos pechos de la vida, no tengo casa y mi vestido es pobre; sin embargo, mis cantares absurdos, inéditos, modestísimos suman el pensamiento, TODO el pensamiento de la raza y la voz del instante; soy un país HECHO poeta, por la gracia de Dios; desprecio el determinismo de las ciencias parciales, convencionales, pues mi sabiduría monumental surge pariendo axiomas desde lo infinito, y su elocuencia errante, fabulosa y terrible crea mundos e inventa universos continuamente; afirmo o niego, y mi pasión gigante atraviesa tronando el pueblo imbécil del prejuicio, la mala aldea clerical de la rutina.

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