miércoles, 28 de enero de 2009

Stella Díaz Varín: Bella y tremenda

Tenía una voz grave y enérgica, capaz de sacudir a los mismísimos Andes. Un aura de dama ruda, cierto carisma de femme fatale que la envolvió hasta en los últimos días de su vida.
Bella y tremenda, y, además, poeta.

Recordemos de este modo a Stella Díaz Varín (1926-2006), que peculiarmente nació en un sitio llamado La Serena, en Chile. Stella quiso estudiar medicina, y en concreto: psiquiatría. Sin embargo, en Santiago, a donde llegó en 1947, se integró al grupo de escritores y creadores conjuntados por la Alianza de Intelectuales de Chile, que dirigía Pablo Neruda, y poco a poco la lucha de las ideas y la “mítica bohemia de El Bosco”, le atrajeron más que los estudios médicos.

Inserta en el ambiente cultural de la capital, en su vida tuvo contacto con toda la gama de estupendos y destacados poetas chilenos del siglo veinte. Primero con Vicente Huidobro y Pablo de Rokha –no tanto con Gabriela Mistral, supongo que por diplomáticas razones–, luego más cercanamente (aunque no tanto, creo) con Neruda.

Está vinculada a sus colegas de la Generación de 1950 (a la que pertenecieron, entre varios otros creadores, Enrique Lihn, José Donoso y Alejandro Jodorowsky), y finalmente, luego de haber dejado de publicar poesía por más de cinco lustros, fue una especie de puente para poetas chilenos que alcanzaron su madurez en la última década de su siglo.

A pesar de la cercana pléyade de posibles influencias, Stella Díaz Varín desarrolló una voz poética muy personal, alejada de antipoesías, de experimentos retóricos y del gusto por los reflectores que deleitaban a otros. Su poesía tiende a ser más bien discursiva, casi una charla en la que se pregunta, o nos pregunta, dónde se encuentra la Palabra escondida, aquélla capaz de nombrar a las cosas del mundo para volverlo comprensible, para aclarar sus contradicciones.

A Stella le duele la ruptura del compromiso como una falta contra la verdad, como una fractura a la Palabra, que supuestamente era inquebrantable. Pero ella no ceja, no se deja aplastar por el desánimo, y continúa, alma poeta, procurando la luz, orbitando un tanto al margen de la sociedad.

Imaginemos un alma joven en un cuerpo anciano, una señora de fino porte y presencia, fastidiada de que el cuerpo tenga fecha de caducidad. Veamos detrás de su fuerte carácter un afán de protección de todo lo valioso, de todo lo amado. Pensémosla en una última imagen con un cigarrillo y una copa de pisco. Y dejemos que se nos presente brevemente en un autorretrato.


[Gonzalo Vélez]


Breve historia de mi vida
autora: Stella Díaz Varín

Comando soldados.
Y les he dicho acerca del peligro
de esconder las armas
bajo las ojeras.
Ellos no están de acuerdo.
Y como están todo el tiempo discutiendo
siempre traen perdida la batalla.

Uno ya no puede valerse de nadie.
Yo no puedo estar en todo;
para eso pago cada gota de sangre
que se derrama en el infierno.

En el invierno, debo dedicarme
a oxidar uno que otro sepulcro.
Y en primavera, construyo diques
destinados a los naufragios.

Así es, en fin…
Las cuatro estaciones del año
no me contemplan, sino trabajando.

Enhebro agujas
para que las viudas jóvenes
cierren los ojos de sus maridos,
y desperdicio minutos, atisbando
a la entrada de una flor de espliego
de una simple abeja,
para separarla en dos,
y verla desplazarse:
la cabeza hacia el sur
y el abdomen hacia la cordillera.

Así es
como el día de Pascua de Resurrección
me encuentra fatigada,
y sin la sombra habitual
que nos hace tan humanos
al decir de la gente.




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sábado, 24 de enero de 2009

Enrique Lihn: Poesía, volvamos a la tierra

Siglos atrás, las esferas aristotélicas constituyeron nada menos que la imagen del mapa del cosmos universo, incluyendo todo cuanto existe.

Se me ocurre que en cierto sentido fueron a las imágenes mentales lo que la escenografía captada por el telescopio Hubble a las imágenes visuales, pero a través de la refinada óptica del pensamiento magistral y medieval de Santo Tomás de Aquino.

En este orden de las cosas, que era, precisamente y antes que nada, un Orden, todo encontraba su lugar en una categoría, la cual estaba englobada en otra categoría, y así sucesivamente, como esferas contenidas una dentro de la otra, hasta llegar a Dios.

A la esfera de las piedras y minerales seguía la de las plantas, y a ésta la de los animales inferiores, luego los superiores, luego el ser humano, luego, potencias, querubines, ángeles, arcángeles, etc. Y la música de las estrellas era entonces la armonía universal.

Pues bien. Entre tantas cosas que el siglo veinte destruyó, una de las más significativas fue la armonía. Y si hay una mitad optimista, utopista, del siglo pasado, digamos hasta antes de la segunda guerra mundial, y otra mitad pesimista, existencialista, después, el poeta chileno Enrique Lihn (1929-1988) suele ser vocero en su obra de ese malestar generacional.

Amargura, desencanto, vuelta de la poesía hacia sí misma, hacia la auto-reflexión.
Inmerso en la batahola de su siglo, el poeta percibe de alguna manera que algo anda mal en la relación de la poesía con el mundo, como si las esferas aristotélicas se hubiesen desafinado.

Este poema de 1969 es una indagación que parece también un soliloquio. ¿Sirvió alguna vez la poesía para algo? ¿Tiene algún sentido la palabra poética?
Tú qué piensas.


[Gonzalo Vélez]



La musiquilla de las pobres esferas
autor: Enrique Lihn

Puede que sea cosa de ir tocando
la musiquilla de las pobres esferas.
Me cae mal esa Alquimia del Verbo,
poesía, volvamos a la tierra.
Aquí en París se vive de silencio
lo que tú dices claro es cosa muerta.
Bien si hablas por hablar, "a lo divino",
mal si no pasas todas las fronteras.

¿Nunca fue la palabra un instrumento?
Digan, al fin y al cabo, lo que quieran:
en la profundidad de la ignorancia
suena una musiquilla verdadera;
sus auditores fueron en Babel
los que escaparon a la confusión de las lenguas,
gente anodina de los pisos bajos
con un poco de todo en la cabeza;
y el poeta más loco que sagrado
pero con una locura con su cuerda
capaz de darle cuerda a la alegría,
capaz de darle cuerda a la tristeza.

No se dirige a nadie el corazón
pero la que habla sola es la cabeza;
no se habla de la vida desde un púlpito
ni se hace poesía en bibliotecas.

Después de todo, ¿para qué leernos?
La musiquilla de las pobres esferas
suena por donde sopla el viento amargo
que nos devuelve, poco a poco, a la tierra,
el mismo que nos puso un día en pie
pero bien al alcance de la huesa.
Y en ningún caso en lo alto del coro,
Bizancio fue: no hay vuelta.

Puede que sea cosa de ir pensando
en escuchar la musiquilla eterna.



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martes, 20 de enero de 2009

Pablo Neruda: belleza contra frivolidad

Un poeta-monstruo es similar a un gran astro que ejerce una fuerza de gravedad tremenda, a la cual resulta muy difícil resistirse, cuánto más escapar, aunque la naturaleza de ese astral cuerpo pueda ser perniciosa.

Ése es el caso contradictorio de Pablo Neruda (1904-1973), el otro Premio Nobel chileno. Pues si existen versos con la potencia suficiente para acallar a los críticos, en su poesía abundan, y nos acallaremos mil veces entonces. Ni modo.

Ni modo y a pesar de tremendos deslices como: “Lenin, para cantarte/ debo decir adiós a las palabras” [“Oda a Lenin”, Navegaciones y regresos, 1959].
(Les hubiera dicho adiós, y calladito hubiérase visto más bonito.)

Sucedía, sin embargo, que el poeta que confesó haber vivido, muchas veces habló de más y superficialmente en casos en que debido a su supuesto compromiso político la congruencia exigía comprometerse más (o de verdad). Pero acaso mayor enfado puede provocar el hecho de que no sólo en apariencia eso no le importaba, sino que parecía ni siquiera darse cuenta.

Encontré a Pablo Neruda en la época de mi vida de los grandes hallazgos poéticos, y de inmediato fui captado por su gravedad irresistible de luminaria descomunal. Y movido por la curiosidad que mató al gato, cuando cayó en mis manos su autobiografía, titulada Confieso que he vivido, tuve una experiencia intensa y desagradable que empañó para siempre la pureza de percepción poética que había yo alucinado percibir (confieso que era yo joven entonces).

Esta sensación se reforzó cuando tuve oportunidad de conocer su casa en Isla Negra, en la bravía costa chilena, residencia convertida hoy en una especie de parque de atracciones para entusiastas de la trova latinoamericana entrados en canas.

De modo que si eres fan de Neruda y no has leído su autobiografía, titulada Confieso que he vivido, mejor ¡NO LO HAGAS!
(Bueno, es una simple recomendación.)

Si todavía no le hincas el diente a Neruda, mi recomendación es evitar los poemas políticos y de utopías de la hermandad comunista. (Nada en contra de la ideología. Es simplemente que, en la humilde opinión de quien esto escribe, tratándose de poesía, existe el mismo mal gusto en escribir “Viva Lenin”, que “Viva el Papa”, que “Viva Maradona”, que “Viva Cualquier-bandera-absoluta”.)

Lo mejor de la poesía de este ser dotado, para mí, se encuentra en los poemas de amor.
(Mientras diga lo que dice, y de la manera en que lo dice, ¿importa en realidad si alguna vez fue sincero?, ¿si fue sincero al escribirlo?, ¿si fue sincero al decirlo? He ahí la cuestión.)

Como muestra, el presente, de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924). Ardiente poema de juventud y ciertamente de lo más leído de Pablo Neruda, y que no por conocido y escuchado y un tanto meloso resulta menos bello.


[Gonzalo Vélez]



Poema 20
autor: Pablo Neruda


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
¡Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos!

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

¡Qué importa que mi amor no pudiera guardarla!
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Yo no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise...
Mi voz buscaba al viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.




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viernes, 16 de enero de 2009

Gabriela Mistral: Risas y lágrimas

Difícil vida la de la poeta chilena Gabriela Mistral (1889-1957), cuya juventud estuvo signada por el abandono y el suicidio de sus seres cercanos, concretamente de sus hombres; mientras que su madurez, por los viajes, por una errancia o exilio justificado en un cargo consular.

El primero de ellos fue el padre, que un día dejó misteriosamente a su familia y se marchó del poblado donde nació y creció la pequeña Lucila Godoy, como se llamaba antes de cambiar su nombre. El segundo, el esposo que tuvo, que se suicidó. Y otro más: un sobrino que ella crió un poco como madre soltera, quien también se quitó la vida a los dieciocho años.

Como contraparte, su trayectoria literaria fue muy pulcra; desarrolló una voz poética singular, sincera y sin afectaciones. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1945, y en 1951 el Premio Nacional en Chile.

Las circunstancias (y la época) la volvieron una mujer fuerte y valiente, estudió para docente y fue maestra muchos años, y por méritos propios llegó al servicio diplomático y representó a su país en varias capitales del mundo.

Todo esto explicaría tanta amistad íntima con amigas, como la poeta brasileña Cecilia Meireles, y tanto poema erótico y cariñoso a mujeres amadas por su voz poética.

En el presente poema, aparecido creo que en Tala (1938), se aprecia esa voz en plena madurez. Pueden advertirse, quizás, ecos de Rubén Darío, pero a diferencia de las tendencias del modernismo, Gabriela Mistral carece de retórica. Va directo al punto, como verás.

Vale la pena advertir la métrica, poco usual en español, de versos de nueve sílabas (¿lo cual sería acaso otro eco dariesco?). Y alude a temas que le eran caros: el amor, el desamor, el desencanto, la muerte, todo imbuido de una peculiar religiosidad panteísta.

Comienza aquí doña Gabriela como en algunas partes de Darío donde los poemas son cuentos de princesas y reinos lejanos. Pero es un poema terrenal, crudo, que al mismo tiempo es una narración de la vida en la que todos podemos sentirnos identificados de una u otra manera.
Con toda la aparente inocencia y la ligereza del lenguaje, el poema es desolador.


[Gonzalo Vélez]



Todas íbamos a ser reinas
autora: Gabriela Mistral

Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia
y Lucila con Soledad.

En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.

Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos, decíamos,
indudables como el Korán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.

Y de ser grandes nuestros reinos,
ellos tendrían, sin faltar,
mares verdes, mares de algas
y el ave loca del faisán.

Y de tener todos los frutos,
árbol de leche, árbol del pan,
el guayacán no cortaríamos
ni morderíamos metal.

Todas íbamos a ser reinas,
y de verídico reinar;
pero ninguna ha sido reina
ni en Arauco ni en Copán...

Rosalía besó marino
ya desposado con el mar,
y al besador, en las Guaitecas,
se lo comió la tempestad.

Soledad crió siete hermanos
y su sangre dejó en su pan,
y sus ojos quedaron negros
de no haber visto nunca el mar.

En las viñas de Montegrande,
con su puro seno candeal,
mece los hijos de otras reinas
y los suyos nunca-jamás.

Efigenia cruzó extranjero
en las rutas, y sin hablar,
le siguió, sin saberle nombre,
porque el hombre parece el mar.

Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.

En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
en los ríos ha visto esposos
y su manto en la tempestad.

Pero en el valle de Elqui, donde
son cien montañas o son más,
cantan las otras que vinieron
y las que vienen cantarán:

«En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar».


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lunes, 12 de enero de 2009

Vicente Huidobro: Que la rosa florezca...

En la cima de una colina poco frecuentada que domina la ciudad de Cartagena, en la costa de Chile, se encuentra la tumba de uno de los autores fundamentales de la poesía del siglo veinte en lengua española: Vicente Huidobro (1893-1948).

Huidobro fue un poeta de acción, de vivencia, de movimiento. Al embelezo un tanto autocomplaciente, un tanto conservador y un tanto escapista del modernismo, él es de los primeros en contraponer los principios de las vanguardias artísticas del primer tercio de siglo, y en aplicarlos a la poesía en nuestro idioma.

Tal vez hubiera podido ser un poeta francés, por su prolongada estancia en París y su amistad estrecha con los pintores, músicos y escritores que marcaron la vanguardia de las vanguardias del arte del siglo veinte.

Pero el poeta chileno, que efectivamente escribió mucho en francés (por ejemplo esos poemas manuscritos en los que la línea escrita dibuja al mismo tiempo una forma que representa al tema, como un molino si el poema habla de un molino, etc.), encontró en las avant-gardes parisinas el alimento para su proyecto literario, el cual se puede entrever ya en este poema, "Arte poética", publicado en El espejo de agua en 1916, antes de embarcarse por primera vez rumbo a Europa.

Experimentación, renovación, ruptura: creacionismo.
Tal era el nombre con el que se pretendía nombrar esa actitud hacia la poesía, que también era una actitud apasionada, efervescente ante la vida.

Hay una especie de discreta alabanza hacia lo nuevo, hacia lo que está por inventarse, con ese optimismo abierto a utopías propio de los años de entreguerras: deleite por lo moderno, por lo recién innovado, por lo inédito. Así, el célebre poema Altazor, del que ya existían esbozos antes de 1920, alude a un viaje en paracaídas.
¡En paracaídas!
(toma en cuenta que en esa época los aviones eran un invento muy reciente...)

Lo que Huidobro nos revela én "Arte poética" es un principio que debería ser el rector, no sólo para la poesía y los poetas, sino para todo arte y todo artista: no hay que cantar la rosa, sino hacerla florecer en el arte.

En la colina de Cartagena, Chile, en un mausoleo que requiere mantenimiento y que se sostiene gracias al ocasional cuidado de peregrinos devotos de la poesía, se encuentra la tumba del poeta Vicente Huidobro. El epitafio reza:

Abrid la tumba / Al fondo de esta tumba se ve el mar.


[Gonzalo Vélez]


Arte poética
autor: Vicente Huidobro

Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
El adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
Como recuerdo, en los museos;
Mas no por eso tenemos menos fuerza:
El vigor verdadero
Reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!
Hacedla florecer en el poema ;

Sólo para nosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.

El Poeta es un pequeño Dios.


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jueves, 8 de enero de 2009

José Gorostiza y la putilla del rubor helado

Una época como la actual, que gusta de agrupar todo cuanto existe en listas ordenadas del tipo: “Los 100 mejores…”, debe incluir necesariamente a Muerte sin fin dentro de su top ten de los grandes poemas del siglo veinte.

Su autor, el poeta mexicano José Gorostiza (1901-1973), fue quizás el más discreto de los poetas agrupados por la revista Contemporáneos (1928-1931). Llevó una vida reservada, primeramente como académico de Filosofía y Letras, luego como miembro del servicio diplomático.
En tanto poeta perseguía la musicalidad en la sencillez; abundan sus canciones y bailes. Y aunque en general escribió poemas breves, la excepción es esta obra magna.

Muerte sin fin: poema extenso que es a la vez una partitura y un coqueteo con la muerte, mientras la voz poética baila y se pregunta cómo es posible que el alma exista dentro del cuerpo.

La respuesta es este impactante escrito: el alma es como el agua, que para tener forma necesita algo que la contenga, por ejemplo un vaso. Igual el alma, que tiene que estar dentro de un cuerpo. Por eso: “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis…” quiere decir que yo soy lo que habita mi cuerpo, pero al mismo tiempo el cuerpo es mi prisión.

No caben aquí imágenes memorables, como la “algarabía de pájaros en desbandada”, o el diablo tocando a la puerta en ese baile que es la Danza de la Muerte, alias “putilla del rubor helado”. Léelo completo cuando puedas; van aquí sólo algunos fragmentos, comenzando con el célebre inicio.

[Gonzalo Vélez]


Muerte sin fin
autor: José Gorostiza

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis
por un dios inasible que me ahoga,
mentido acaso
por su radiante atmósfera de luces
que oculta mi conciencia derramada,
mis alas rotas en esquirlas de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo;
lleno de mí –ahíto– me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo inmarcesible,
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos del mar
–más resabio de sal o albor de cúmulo
que sola prisa de acosada espuma.
No obstante –oh paradoja– constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.

(…)

Ay, pero el agua,
ay, si no luce a nada.

Sabe a luz, a luz fría,
sí, la manzana.
¡Qué amanecida fruta
tan de mañana!
¡Qué anochecido sabes,
tú, sinsabor!
¡cómo pica en la entraña
tu picaflor!

Sabe la muerte a tierra,
la angustia a hiel.
Este morir a gotas
me sabe a miel.

Ay, pero el agua,
ay, si no sabe a nada.

[BAILE]

Pobrecilla del agua,
ay, que no tiene nada,
ay, amor, que se ahoga,
ay, en un vaso de agua.

(…) [y el final:]

Desde mis ojos insomnes
mi muerte me está acechando,
me acecha, sí, me enamora
con su ojo lánguido.
¡Anda putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!






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lunes, 5 de enero de 2009

Xavier Villaurrutia: estatuas y reflejos

El más exquisito de los poetas exquisitos que se agruparon en torno a la revista Contemporáneos en el México de los años treintas del siglo veinte fue quizás Xavier Villaurrutia (1903-1950), nacido en la ciudad de México.


Tanta exquisitez suena fácilmente a pedantería, y ciertamente puede haber algo de ello en la postura pública o literaria de este grupo, al que se adscribieron también algunos pintores no-alineados con el arte oficial en ciernes de la época. Sin embargo, tendríamos que entender esta actitud como una especie de reacción de defensa de la alta cultura, en el contexto de un país recién salido de una revolución de corte social.


El caso es que Contemporáneos se convirtió en un importante espacio de diálogo y de reflexión, y cumplió un papel similar al que desempeñaban en la misma época la Revista de Occidente en España y Sur en Argentina, en cuanto a la traducción y difusión de artículos sobre literatura y pensamiento y la publicación de textos literarios.


Villaurrutia, quien también fue dramaturgo, suele vestir sus poemas con ambientes nocturnos y referirse a una soledad irresoluble, a la que alude siempre con notable embelezo.


A veces parece incluso que se regodea en tal estado, que es el de la búsqueda de un amor homosexual inalcanzable, pues, como lo sugiere este Nocturno a la estatua, dedicado al pintor Agustín Lazo, es un amor que se resume en su propia imagen frente al espejo.


Pero qué decir: Xavier Villaurrutia nos dejó unos poemas bellísimos.



[Gonzalo Vélez]








Nocturno a la estatua



autor: Xavier Villaurrutia

Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las flechas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir: «estoy muerta de sueño».






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viernes, 2 de enero de 2009

Octavio Paz: Un alto surtidor que el viento arquea

Si Rubén Darío es el gran maestro de la musicalidad, de la métrica y la cadencia de la poesía en nuestra lengua, el mexicano Octavio Paz (1914-1998) ocupa un sitio primordial descomunal en todo el conjunto de nuestras literaturas hispanoamericanas.

Muchos lo consideran el más grande (el Más Grande), por lo menos del siglo veinte (o por lo menos en los últimos tres siglos). El verdadero primero entre iguales, lo que se dice el primus inter pares. ¿Será así? En la modesta opinión de quien esto escribe, así es.
Tú, ¿qué opinas?

Leer a Paz es iluminador siempre. Inténtalo y lo descubrirás.
En lo personal me asombra igual que cada vez su continua conciencia del lenguaje, el peso y la precisión de cada palabra que emplea, la profundidad de los significados, las impactantes imágenes que consigue una y otra y otra vez como si las sílabas fueran una sustancia tan maleable como el barro.

Y al mismo tiempo que realiza increíbles construcciones de lenguaje, continuamente está elaborando y desarrollando ideas, demostrando la dualidad indisoluble entre lenguaje y pensamiento, y llevando a un extremo las posibilidades del español, o castellano (o como prefieras nombrarlo).

Piedra de Sol (1957) es un extenso poema circular que es (entre varias otras cosas) una (auto-) reflexión sobre la vida y el estar vivos, sobre el amor y el amar, sobre preguntarnos qué estamos haciendo aquí en el sitio fascinante de vivir, de ser, de estar, de los otros, de ti.

Como invitación, como degustación, va un extracto del inicio de este importante hito en la trayectoria poética de Octavio Paz.


[Gonzalo Vélez]



Piedra de Sol (fragmento)
autor: Octavio Paz

un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
____________un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,

un caminar entre las espesuras
de los días futuros y el aciago
fulgor de la desdicha como un ave
petrificando el bosque con su canto
y las felicidades inminentes
entre las ramas que se desvanecen,
horas de luz que pican ya los pájaros,
presagios que se escapan de la mano,

(…)

voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,

vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño de esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,
(…)






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