miércoles, 1 de mayo de 2013

De muros


GV, Berlín 2013
 
Nunca es más problema el problema de la libertad que cuando uno es libre, lo cual no ocurre nunca.

¿O sí?

Tal es el problema, por lo menos el actual problema que me ocupa o desocupa –en la relativa e infinita pequeñez de la idea de mi individualidad (¡uf, ando ontológico!)–.

Estuve frente al Muro. Lo muy poco que queda de él, por suerte.

Fue espeluznante. Sentí asfixiarme.

Había abundancia de visitantes y de pronto en parejas tipos y tipas vestidos como oficiales Aliados de la segunda Guerra Mundial, parados ahí para estampar pasaportes supuestos de sonrientes turistas y por algunas monedas dejarse fotografiar contra algún mural del Muro. Mientras lloraba no supe si reír.

Una pinta en Berlín en 1993 vaticinaba: “El verdadero Muro no está entre este y oeste, sino entre arriba y abajo.”

En 2013, mil trescientos metros de muro pintarrajeado junto al Spree siguen llamándose con ironía agridulce East Side Gallery, hasta que venzan especuladores inmobiliarios y demuelan lo que queda de memoria. Un muro de lamentaciones, una pared donde se le escupe al Diablo ya desaparecido para que no regrese jamás, y el miedo se cataliza en risas y en chistes pendejos, como los fotografiantes turistas.

Me recorre un escalofrío junto al río mientras mento los metros.

Más o menos a la mitad un anónimo del mundo en su trozo de mural reprodujo el célebre texto que cantaba redentoramente Bob Marley: “Emancipate yourselves from mental slavery: none but ourselves can free our minds. Have no fear for atomic energy, ’cause none of them can stop the time…”

Lo cual ciertamente es poco para un poema aquí.

(“Emancipaos vosotros mismos de la esclavitud mental: nadie sino nosotros puede liberar nuestras mentes. No temáis a la energía atómica, pues ninguno de ellos puede detener el tiempo…”.

Otra: “Emancípense por su propia cuenta de la esclavitud mental: nadie puede liberarnos la mente más que nosotros mismos. No tengan miedo de la energía atómica, ya que entre ellos no hay nadie capaz de detener el tiempo…”)

El Muro era infinito. Lo que queda, aunque corto, es larguísimo.

Lo recorrí con la determinación de una peregrinación.

¿Cómo transmitir lo que esa pared me provocaba –de nuevo un problema de traducción–?: justo y sólo porque mi peculiar cultura formativa era una cultura de muros y me metieron el Muro por en medio de mí y me llené de muros desde la infancia, creo que principalmente entre mi cerebro y mis emociones, mmm…, entre tú y yo…

Enmurecí.

Lo de llorar no era metáfora, y para contenerlo ahí estaba yo tratando de respirar a bocanadas aire frío de Berlín y de pensar en lo feliz que en realidad estaba yo siendo en ese momento.

Y lo de la libertad es relativo, por supuesto, pero a la vez un problema absoluto.

Quizás lo mejor sea no mirarlo; acaso lo que pasa es que uno ha mirado demasiado…

La libertad es insoportable: conviene atarse a dogmas, consignas, recetas, empleos, personas, proyectos, créditos…

Por ejemplo este espacio, concebido para que yo escriba con libertad entera lo que me plazca. Y de inmediato se me manifiesta mi murera naturaleza y al instante me emparedo yo mismo, y cuando me fijo me veo vestido de restricciones autoimpuestas, y entonces amablemente me obligo a escribir no sobre lo que sea sino sobre un poeta y un poema.

Sé que antes he escrito sobre mi rodilla y mis pretextos y cómo pasan de rápido los meses.

En este caso preciso no pienso, escribo espontáneo, y el único poema de muros que se me ocurre ahora mismo es precisamente mío, ya te dije que andaba ontológico, lo lamento, sé que lo he compartido ya varias veces y quizás lo conoces, y es que a pesar de que lo escribí cuando tenía veintipocos sigue siendo de los escritos míos que prefiero, y creo que los muros aún me siguen asustando.

 

Pared
autor: Gonzalo Vélez

Lo que designa el muro
es cuestión del muro,
y no del arquitecto
que afiló los ladrillos
y les selló los labios
con cemento.

Lo que designa el muro
es lo que no se puede decir
del muro,
porque dejaría de ser
sino éter
o tierra para futuros ladrillos.
 
Necesito una palabra
que atraviese la pared:
nombres que sobrevuelen
la estatura del muro...
 
Invento muros
con cada palabra
que apilo.
 
Tomo mi pared
y la recargo contra el horizonte,
y así la pared
es el piso,
y me pongo a mirar ese piso
que mis pies no pisan
mientras descanso la frente
en el antebrazo de mi nada.
 
Queda de pie
un espejo de pino
que no arde,
una especie de televisor:
lo que hay es un reloj
que da la hora
que le da la gana.
 
Estas paredes
van desnudas:
es bien sabido
que los espejos
se alimentan
de gente.
 
Cada yo es un muro:
cada yo está separado
por un muro.
 
Hay enigmas muros:
mudos muros.

Hay enigmas de bronce
como el busto del prócer
en el patio de la espera...
 


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