En vida de un artista, su obra está ligada, en mayor o menor grado pero siempre, a su persona y a su imagen. Y esto suele plantear un escollo para la valoración contemporánea de sus, digamos, productos estéticos.
Ocurre que un artista carismático y mediático puede elevar el valor estético de su obra por ser así, mientras que otro que sea o parezca indecente, o que acaso le preocupe poco el mercado de receptores de su trabajo, probablemente termine destruyendo su obra, por mucha estética que contenga.
Y entonces podemos preguntarnos válidamente si es posible aislar del todo a la obra, en este caso un poema, de la contaminación por presencia de su creador.
Entre más alejado está un autor del contexto cultural del receptor, y viceversa, ya sea por desconocimiento de las circunstancias de origen o por escasa celebridad del escritor o por lo que sea, quizás el poema puede ser mejor valorado según el criterio de el poema por el poema mismo.
Y como corolario: quizás entre más cerca estén los lectores de la vida pública (y privada) del poeta, más se verá afectada la recepción de la obra por la proximidad de sus trapos al sol.
El poeta colombiano Eduardo Carranza (1913-1985) puede servirnos de ejemplo para la cuestión, y acaso te convenga leer primero el poema y luego enterarte de los pormenores del poeta.
Este “Galope súbito” parece aludir a un rapto amoroso, ya sea idílico o hecho realidad; la enumeración de imágenes quiere acercarse a describir esas sensaciones innombrables del amor, y de ahí el poema va aumentando su lirismo hasta concluir en una contemplación de la vida.
A Eduardo Carranza se le valora sobre todo por haber roto con el afrancesamiento de la poesía de su época, privilegiando un afán de renovación del lenguaje en nuestra lengua.
En los años treinta se agrupó con media docena de colegas jóvenes para publicar una antología que le roba el título a un libro de Juan Ramón Jiménez, Piedra y cielo, y que en su momento representó a cierta pujante poesía joven colombiana.
Por otro lado, Eduardo Carranza enseñó literatura en colegios y universidades y fue editor de revistas y suplementos de cultura. Llegó a ser director de la Biblioteca Nacional de Colombia. Fue agregado cultural en Chile, y más tarde en Madrid, ante el gobierno de Francisco Franco.
Hacia el final de su vida fungió como embajador cultural itinerante de su país en el mundo. Además tradujo a Apollinaire, Éluard y Verlain, entre otros poetas franceses.
En su país, sin embargo, no faltan voces críticas que le reprochan el haber representado a gobiernos autoritarios, represores y sangrientos, y se le asocia sin cortapisas con el franquismo y el fascismo (cfr. Harold Alvarado Tenorio).
El piedracielismo habría sido, así, una propuesta de jóvenes de derechas que uno de ellos, hijo de terratenientes, financió para sus amigos, incluyendo a Eduardo Carranza. Y su poesía (la de Carranza) resultaría (entonces) amanerada, calcada de cierta poesía purista española del 27, frívola, a veces sentimentaloide.
Al mismo tiempo, la formación católica de Carranza le haría tender a un erotismo mojigato en el que la cara carnal, corporal, física del amor estaría velada con analogías etéreas.
Es claro que, como dicen, una golondrina no hace primavera, y del mismo modo un poema suelto no ilumina polémicas (ni poéticas). Pero, ¿qué dirías tú al respecto?
[Gonzalo Vélez]
Galope súbito
autor: Eduardo Carranza
A veces cruza mi pecho dormido
una alada magnolia gimiendo,
con su aroma lascivo, una campana
tocando a fuego, a besos,
una soga llanera
que enlaza una cintura,
una roja invasión de hormigas blancas,
una venada oteando el paraíso
jadeante, alzado el cuello
hacia el éxtasis,
una falda de cámbulos,
un barco que da tumbos
por ebrio mar de noche y de cabellos
un suspiro, un pañuelo que delira
bordado con diez letras
y el laurel de la sangre,
un desbocado vendaval, un cielo
que ruge como un tigre,
el puñal de la estrella fugaz
que sólo dos desde un balcón han visto,
un sorbo delirante de vino besador,
una piedra de otro planeta silbando
como la leña verde cuando arde,
un penetrante río que busca locamente
su desenlace o desembocadura
donde nada la Bella Nadadora,
un raudal de manzana y roja miel,
el arañazo de la ortiga más dulce,
la sombra azul que baila en el mar de Ceilán,
tejiendo su delirio,
un clarín victorioso levantado hacia el alba,
la doble alondra del color del maíz
volando sobre un celeste infierno
y veo, dormido, un precipicio súbito
y volar o morir...
A veces cruza mi pecho dormido
una persona o viento,
un enjambre o relámpago,
un súbito galope:
es el amor que pasa en la grupa de un potro
y se hunde en el tiempo hacia el mar y la muerte.
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sábado, 12 de septiembre de 2009
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