El reto de amoldar, o incorporar, o hacer compatible la poesía con el surrealismo, quizás radique en lograr una poesía primordialmente visual, supeditando en cierto modo el lenguaje a las imágenes.
Llegado al mundo acaso en el momento justo para surrealizar, Emilio Adolfo Westphalen (1911-2001), nacido en Lima, Perú, de formación alemana, nos legó una breve serie de perlas que pueden vincularse con esta manera de escribir poesía, o de conceptualizarla.
Por lo que dicen sus imágenes fue un poeta feliz. No sus imágenes poéticas, sino las imágenes de él mismo fotografiado. En cada retrato, de cualquier época, el maestro Westphalen aparece con una sonrisa. Aventuro que ello se debió a que supo darle a la literatura justo el peso que tal vez merece; o sea: ninguno.
Después de dos libros concentrados e intensos que publicó antes de cumplir veinticinco años –Las ínsulas extrañas (1933) y Abolición de la muerte (1935)–, se diría que a Westphalen dejó de interesarle difundir su obra.
Junto con César Moro publicó la única entrega de la revista surrealista El uso de la palabra, en 1939. Años después llegaría a dirigir dos revistas culturales importantes en Perú: Las Moradas (1947-1949) y Amaru (1967-1971). Pero de su propia creación literaria fue poco lo que dejó entrever durante décadas.
Buena parte de su vida la pasó en el extranjero. En Nueva York fue traductor en la O.N.U. (1949-1956), y luego lo fue en Roma, hasta 1963. De vuelta en el Perú enseñó Arte Prehispánico en la Universidad de San Marcos. Pero luego ingresó al servicio diplomático, prestando sus servicios en Lisboa y en la ciudad de México.
Caso peculiar el de Emilio Adolfo Westphalen: después de cumplir 60 años de edad empezó a obtener reconocimientos literarios (iniciando con el Premio Nacional de Literatura de su país en 1977), y de alguna manera comenzó a recuperar la inspiración poética.
Después de publicar en México Otra imagen deleznable (Poesía reunida) en 1980, los más prolíficos años de este longevo poeta peruano y del mundo fueron los últimos veinte de su vida, con más de media docena de poemarios dados a conocer.
Octavio Paz se refirió a él como “uno de los poetas más puramente poetas” de la poesía contemporánea en español, destacando que su obra “no se contaminó” ni de ideología, ni de moral, ni de teología.
Poluciones aparte, y surrealismos o no surrealismos, fíjate cómo este poema de Emilio Adolfo Westphalen remite a percepciones puras.
Al principio parece el habla de alguien que recién ha despertado pero su locuacidad todavía no del todo. Sin embargo, a los pocos versos el poema va tomando ritmo, como si hilvanara cada vez más rápido ideas asociadas libremente.
Pero analizándolo con más detalle, veremos que la noción de “asociación libre de ideas” (que daría pie a la obra surrealista), es en este poema simplemente el efecto. En realidad, bajo esta sensación de “libertad”, de cierta dispersión, existe una trama minuciosa.
La insuficiente ilación para un discurso convencional, así como la repetición de determinadas palabras en el lugar adecuado, le proporcionan al poema un aire un tanto hermético y misterioso. Pero lo que el autor persigue, creo, es que de la combinación y del juego de palabras surjan en el lector evocaciones directas. Como si se tratara más de una codificación simbólica que de un discurso gramatical.
Al no variar, pero sí repetirse, ciertas palabras adquieren énfasis. El poema, que es un poema de amor, habla de algo que no se puede nombrar: la vida, la proximidad, el cuerpo amado, la pasión, la fugacidad, la vida, la vida.
Y el lenguaje como vehículo imperfecto, pero efectivo.
[Gonzalo Vélez]
La mañana alza el río
autor: Emilio Adolfo Westphalen
La mañana alza el río la cabellera
después la niebla la noche
el cielo los ojos
me miran los ojos del cielo
despertar sin vértebras sin estructura
la piel está en su eternidad
se suaviza hasta perderse en la memoria
existía no existía
por el camino de los ojos por el camino del cielo
qué tierno el estío llora en su boca
llueve gozo beatitud
el mar acerca su amor
teme la rosa el pie la piel
el mar aleja su amor
el mar
cuántas barcas
las olas dicen amor
la niebla otra vez otra barca
los remos el amor no se mueve
sabe cerrar los ojos dormir el aire no los ojos
la ola alcanza los ojos
duermen junto al río la cabellera
sin peligro de naufragio en los ojos
calma tardanza el cielo
o los ojos
fuego fuego fuego fuego
en el cielo cielo fuego cielo
cómo rueda el silencio
por sobre el cielo el fuego el amor el silencio
qué suplicio baña la frente el silencio
detrás de la ausencia mirabas sin fuego
es ausencia noche
pero los ojos el fuego
caricia estás los ojos la boca
el fuego nace en los ojos
el amor nace en los ojos el cielo el fuego
el fuego el amor el silencio
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viernes, 7 de agosto de 2009
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