Entre las voces más vigorosas de la poesía en español cabe sin duda la de Blanca Varela (1926-2009). La poeta peruana, que obtuvo reconocimientos importantes sobre todo en los últimos años de su vida (Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo 2001, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2007), desarrolló una elaborada poesía enigmática, basada sobre todo en la fuerza de sus imágenes y en la manera de irlas tejiendo.
Tengo para mí que su poesía fue la nave que la condujo por la vida. Después de estudiar Literatura, a los 23 años viajó a Francia y se estableció en París. Ahí conoció a Octavio Paz, quien le abrió la puerta al mundo intelectual parisino.
Si bien la influencia del poeta mexicano acaso pueda ser palpable en el conjunto de su obra, tal vez algún lector de visión plástica pueda asociar también las atmósferas de sus poemas con las de los cuadros de su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo, en esa peculiar convivencia de abstracción y figuración.
Luego de París, Blanca Varela vivió en Florencia y en Washington. Su primer libro, Ese puerto existe, lo publicó en 1959, a los 33 años. En 1962 regresó a Perú, y se estableció permanentemente en Lima.
En la poesía de Blanca Varela, las imágenes se plantean como símbolos abiertos (“signos en rotación”) que responden a un código a medias abierto al lector, pero que a través de combinaciones sorpresivas de elementos le plantea ambientes abstractos y sensaciones viscerales: acercamientos a vivencias que no se pueden nombrar.
El presente poema es representativo de este peculiar maridaje entre poesía visceral y poesía intelectual, y enseguida aventuramos una interpretación.
Blanca, la dama de blanco. Si el primer verso anuncia que el poema es un cuerpo, el tropel de imágenes que sigue hasta el final del poema intenta plasmar una determinada sensación, para nosotros más o menos velada, cuyo escenario es la idea o la conciencia del estar en el cuerpo.
“esto la poesía”: el poema es el cuerpo, y esto, la poesía. ¿Cuál es para ti la parte más poética del cuerpo?: ¿la cabeza?, ¿el corazón?, ¿el ombligo?, ¿más abajo?
Fatiga y soledad nos pintan un fondo de frustración. Dickinson, Emily, es la poeta que pasó media vida encerrada en su habitación de la casa de su padre. El sol recorre de extremo a extremo desiertos, de extremo a extremo el alma, mas de pronto sólo se existe si otra persona nos nombra.
Imágenes enigmáticas: el ruido sin luz que produce la tierra al girar. Imágenes que se corresponden: “invisible sal” que se convierte en “ciega arena”. ¿Cuándo fueron los ojos boca?: a veces se habla con la mirada, a veces se devora con los ojos.
Caídas y manos vacías. Estrella de verano que apareció en invierno, ya demasiado tarde. Nieve y un rostro en llamas con un “falso nombre de mujer”. ¿Acaso iba ella, la voz poética, en busca de amor, de cuerpo, de carne, y luego de un inesperado rechazo se sumergió en esa sensación de fracaso y desfallecimiento?
Al final del poema, fuentes congeladas cubiertas de nieve y un blanco abrigo de invierno sirven como preámbulo al magistral remate claroscuro.
[Gonzalo Vélez]
Dama de blanco
autora: Blanca Varela
el poema es mi cuerpo
esto la poesía
la carne fatigada
el sueño el sol
atravesando desiertos
los extremos del alma se tocan
y te recuerdo Dickinson
precioso suave fantasma
errando tiempo y distancia
en la boca del otro habitas
caes al aire eres el aire
que golpea con invisible sal
mi frente
los extremos del alma se tocan
se cierran se oye girar la tierra
ese ruido sin luz
arena ciega golpeándonos
así será ojos que fueron boca
que decía manos que se abren
y se cierran vacías
distante en tu ventana
ves al viento pasar
te ves pasar el rostro en llamas
póstuma estrella de verano
y caes hecha pájaro
hecha nieve en la fuente
en la tierra en el olvido
y vuelves con falso nombre de mujer
con tu ropa de invierno
con tu blanca ropa de
invierno
enlutado
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viernes, 17 de julio de 2009
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